Resiste: sigue viva entre dos edificios esta casona que vio pasar la historia de Neuquén
Dos torres imponentes la escoltan frente a la plaza Roca, a metros de la Casa de Gobierno. Desde su construcción hasta hoy, pasaron varias generaciones de al menos dos familias, con sus posteriores inquilinos y un sinfín de usos.
La herencia, las convicciones y las ganas de salir adelante. Todo se conjuga en los pocos metros de frente que ocupa la casona de calle Carlos H. Rodríguez al 374, en Neuquén capital. Todavía elegante y bien plantada, ha perdurado a fuerza de rechazo a cada oferta inmobiliaria que les llegó a sus actuales dueños, que la custodian como familia hace más de 30 años.
La historia camaleónica de la Casona de Neuquén
Vale la aclaración de “actuales dueños”, porque para una edificación como ésta, testigo de la historia de Neuquén, no podía esperarse menos. Desde su construcción hasta hoy, han pasado varias generaciones de al menos dos familias, con sus posteriores inquilinos y un sinfín de usos: desde un banco hasta un consultorio médico, siguiendo con un local de computación y hasta un bar. Cada uno de ellos aportó algo para llenarla de anécdotas que la mantienen viva.
Dos edificios imponentes la escoltan frente a la plaza Roca, a metros de la Casa de Gobierno, otro punto histórico donde primero funcionó la Jefatura de Policía. La organización del espacio urbano de aquellos años la ubicaba en una zona de importancia, pero que comenzó con modestia. Gregorio Álvarez contaba que a pocos metros, sobre calle La Rioja, funcionaba desde 1905 como comisaría una “modestísima construcción de barro y palo”. La rodeaban pocas y dispersas casas, mimetizadas con el paisaje y las calles de tierra. Con el tiempo, las cosas fueron cambiando.
Hasta donde llegó el rastreo de este medio, ninguno de los dueños de la casa era nacido en la tierra de la Confluencia. Es que habitualmente muchos llegaban buscando otro horizonte. Pasaba y sigue pasando. Entre ellos se encontraban los Izquierdo, traídos al presente por su nieta Teresa, que los mencionó en un comentario en redes, cuando la foto de la casona salió publicada en el grupo de Facebook “Neuquén en el ayer”. Allí “vivía mi abuela Martina (dueña) y mis queridos tíos: Elsa Izquierdo, Jorge Bosco y mis primos”, dijo con exactitud. La mujer había llegado desde España, para casarse con su esposo Venancio (también español), que fue ferroviario y miembro de la Cooperativa CALF, tal como cuenta la edición del Centenario neuquino que publicó el diario “La Mañana”.
Los años pasaron y las vueltas de la vida trajeron a Juan José Domingo Aldao a la puerta de esta edificación. Proveniente de Santa Fe, este abogado se había animado al viento y la aridez de la Patagonia junto a su esposa y cuatro hijos. Primero en Zapala en tiempos de los Sapag y ahora en la capital designado como juez.
Siguiendo su profesión, Aldao compró la propiedad para un estudio jurídico, pero con el tiempo pasó a dejarla como legado para que su hijo Juan José instalara su consultorio de médico, junto a Alda Navarro, su esposa. Natalí, hija de ambos, es quien sonríe al contar sus años de infancia corriendo por el pasillo lateral, junto a su hermana.
Como el consultorio no prosperó, aquel doctor dedicado a cuidar a sus pacientes pasó al Hospital Castro Rendón, donde logró dirigir el servicio de Guardia. Y “la Carlos H.”, como la llaman los Aldao con cariño, sirvió para albergar una casa de computación, que tampoco perduró. Así y todo, no aceptaban vender.
“Estaban desesperados, pero después de que falleció mi abuelo, mi papá siempre tuvo esa convicción de no ir detrás del sistema… ‘en la cuadra va a ser todo edificio y la casita va a estar ahí, como una reliquia de Neuquén’”,
le anticipaba a Natalí.
Sin embargo, el deterioro los obligó a pensar en la urgencia de restaurarla. Varios años hicieron falta para que Sebastián, primo de Natalí, le devolviera la belleza que hoy ostenta, remodelada por dentro para que renacer convertida en bar en 2019. El sueño se hizo realidad pero la pandemia no les permitió sostenerlo.
Hoy es Gabriela Zanetta quien le abre la puerta a RÍO NEGRO para poder conocer este sitio por dentro, que mantiene el nombre de “Charleston”, elegido por Sebastián, pero con el agregado de Bar Artes, para marcar la nueva etapa.
Mendocina e ingeniera en petróleo, Gabriela trabaja con su compañero Daniel Zuccini, docente jubilado, oriundo de San Antonio Oeste. Ellos son quienes la disfrutan a diario, ofreciendo deliciosa comida y shows en vivo. Reciben de martes a sábado a familias y grupos de amigos que buscan un lugar especial. Y vaya que supieron elegir dónde apostar: la fachada antigua, la textura del techo, la calidez de sus paredes y las ventanas y puertas originales combinan para que sea un espacio único.
“Me enamoré apenas abrí la puerta”,
recuerda Gabriela, que recorre sus rincones con brillo en los ojos.
La admira tanto que cuando la charla menciona al pasar ‘¿Y qué pasaría si quisieran demolerla?’”, ella le habla mirando los ladrillos a la vista: “Vos no los escuches”, la tranquiliza.
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