Qué habrá sido de ellos

Un pueblo de 150 habitantes, un plan de salud y la incertidumbre de una vida en pausa por la pandemia.

Lo primero que veo es desolador: suelo escarchado, casitas grises, bajas y desperdigadas, cercos hechos de ramas torcidas, árboles pelados. Eso es todo Colan Conhue, un paraje de la línea sur rionegrina, con 150 habitantes.


La Escuela Albergue 216, de un amarillo desganado, es la construcción más grande del lugar. Ahí fuimos a pasar tres días, en junio de 2017, junto con el equipo de odontología de la Universidad de Río Negro que vino a poner en marcha un plan de salud bucal en lugares donde no hay ni un solo dentista a 100 kilómetros a la redonda. Como este.

No es lo primero que veo, pero él nos está mirando. Está parado en la tranquera de entrada de la escuela cuando llegamos en la combi. No abre la boca, pero es pura sonrisa; los ojitos achinados, la nariz que se le arruga por el gesto, los cachetes rojos, cuarteados por el frío. Saluda rápido con la mano y corre a avisar que llegamos.

Se llama Brian, en aquel entonces tenía 6 años, y era el alumno más joven que había vivido en esta escuela: entró a los 5. Cada quince días, con suerte, o cada mes, volvía al campo con sus papás, pero sólo por el fin de semana. El resto de los días vive acá.

Brian dormía en la misma habitación que su hermano Osvaldo, que tenía 9 en aquel entonces. Se despertaba a las siete, cuando aún estaba oscuro y el generador expulsaba una especie de tos ronca antes de arrancar y darle luz al edificio y a todo el paraje. Después se abrigaba, desayunaba, se ponía el guardapolvo que colgaba en el lavadero, y hacía unos 30 pasos dentro del mismo edificio para llegar al aula que compartía con los alumnos de primero, tercero y cuarto grado (no había nadie para segundo en todo el paraje).


Además de ser el más chico, Brian era menudito, pero nadie lo trataba como si fuera la mascota de la escuela. Almorzaba, hacía sus deberes en el comedor, salía a jugar a la pelota con los chicos vecinos, y esos días en que la escuela quedó convertida en un enorme consultorio odontológico, con todo el pueblo entrando y saliendo, se divertía con la función. Se sentaba cerca de los dentistas, los miraba arreglar caries, se entretenía con una dentadura enorme que habían llevado para enseñar a limpiarse los dientes, abría su boca de dientes mínimos para que lo revisen a él.

El lunes después de aquel fin de semana, nos levantamos con el arranque del generador. Había que viajar cuatro horas por camino de ripio, y antes había que cargar los últimos implementos odontológicos. Ese día, aún de noche, Brian se despertó apurado, los pelos hechos un revuelo, la cara calentita. Se acercó y nos dio un dibujo que había hecho la noche anterior. Era la escuela, con la combi adelante, todo pintado con colores brillantes, fluorescentes.

De eso ya pasaron muchos años. Brian seguramente egresó, como su hermano, y el resto de los alumnos. Pero siempre me pregunto qué habrá sido de ellos en la pandemia, con la escuela albergue cerrada; qué habrá sido después; qué será ahora. De ellos, de sus sueños y de Colán Conhué.


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