Nancy y Yanina, dos mujeres fundamentales del Hospital de El Cuy

Una es la directora, la otra es la jefa de enfermería. Las dos son una fuerza todoterreno en este edificio del que dependen seis parajes alejados y los 600 habitantes del lugar.

Antes, hace tres años, este lugar era una residencia estudiantil, el espacio donde se quedaban los chicos de los parajes que venían a hacer la primaria. Pero la matrícula bajó tanto que hubo que buscarle otro destino. Ahora, con su pintura reluciente, con el cuidado jardín de ingreso, cambió de rubro. En el frente lleva un largo nombre escrito en negro, Hospital Área Programa El Cuy.


El Hospital de nombre largo es un espacio grande, iluminado, que aún tiene la forma y algunos vestigios de lo que fue, como los baños, o el enorme salón principal, en el que los bancos de espera quedan desproporcionados, perdidos. Pero todo el resto se ve como lo que es: un flamante hospital, con el vacunatorio y la sala de control del niño sano, con la habitación rural donde descansan los que deben ser trasladados a sitios de mayor complejidad, con consultorios, con un lugar para las urgencias o para atender partos si la fecha se adelanta y no hay tiempo de llegar al López Lima, con la enfermería y la farmacia.


Nancy Morales es la directora de este Hospital. Hace diez años se vino a vivir a El Cuy, cuando su pareja fue trasladada al lugar como médico, y ella decidió dejar su puesto en Cervantes para desempeñarse como enfermera aquí. Se enamoró de este lugar árido, de vegetación achaparrada, de clima duro en el invierno, que tiene unos 600 habitantes. Pero sobre todo, se encariñó con su espacio de trabajo y con la gente que hace que el sistema de salud funcione aquí, lejos de las comodidades de las ciudades y lejos también de los seis parajes que dependen de ellos: Naupa Huen, Aguada Guzmán, Cerro Policía, Blancura Centro, Chasico, Mencué. El más cercano queda a 70 kilómetros; el más lejano a 180. Todo camino de ripio, y en invierno, al ripio hay que sumarle la nieve que puede tapar cualquier traza. Nancy sonríe, feliz con su trabajo.


Asumió como directora en marzo de 2022, cuando la entonces titular, María Goicochea dejó su cargo para irse al Hospital de Sierra Colorada. Nancy es enfermera profesional y trabaja en salud pública desde hace 40 años. Y aunque ya cumplió sesenta, calcula que al menos estará dos años más en El Cuy. “Si algo aprendí en El Cuy es a usar el ingenio y a usar todas las estrategias. A utilizar todos los recursos a mano y valernos de la comunidad. Acá, para resolver, tenés que usar toda la experiencia de la vida. Y también aprendí a no cerrarme, a aceptar todo y ver cómo se puede salir desde ahí. Yo no juzgo nada. Trato de rescatar la situación para ver cómo avanzar”, dice Nancy. Parece que habla de cosas abstractas. Pero no, habla de situaciones que tienen todos los días.

“Si algo aprendí de vivir en El Cuy es a usar el ingenio. Lo que yo aprendí de la vida acá es invaluable”.

Nancy Morales, directora del Hospital


“En los parajes, hasta hace poco la luz se cortaba a la medianoche. Esas cosas, que uno en la ciudad las ve normales, como abrir la canilla y que salga agua fría y caliente, acá no es así. Y no es otro país, no es tan lejos, es en nuestra provincia. Hay gente que tiene que juntar leña para calefaccionarse; hay gente, mucha gente que no sabe leer ni escribir, que no tiene vehículo para llegar hasta el hospital; que no tiene modo de comunicarse porque no hay señal”, dice, más gráfica, seria.


Sabe en carne propia de qué habla. “Cada tanto voy a visitar a mis hijos y nietos en Roca, y cuando vuelvo, vuelvo a estar sin agua. En mi casa tengo subir al techo, conectar la bomba. Las bombas que han puesto en El Cuy no están bien colocadas. Pasamos todo el invierno y el verano pasado sin agua. Con el gota a gota que llega se llena el tanque de abajo, luego subo ese agua con una manguera y una bomba arriba, me subo al techo, lo conecto, y puedo bañarme. Es una lucha”, cuenta Nancy.


"Acá se la juegan"



Cerca de donde está sentada Nancy trabaja Yanina. Guardapolvo azul, la sonrisa amplia, Yanina Burgos se sienta detrás de su escritorio y recibe algunas de las consultas que entran e el día.

Ahora, Yanina tiene 43 años y lleva más de una década en el Cuy. Pero a los 25, con más ganas de trabajar que recursos para hacerlo, fue la encargada del puesto de salud de Mencué, un paraje que está a unos 300 kilómetros de Roca. Así empezó, como enfermera rural.


Ser enfermera en estos pagos no es lo mismo que ser enfermera en la ciudad. Lo saben Nancy y Yanina. Las dos cumplen con una multiplicidad de tareas que poco tienen que ver con aquello para lo que se prepararon. Aquí, como dice Nancy, hay veces que hay que usar el ingenio, otras en las que hay que convertirse en la sombra de los pacientes para asegurarse de que cumplan con lo que el médico les pidió, y otras en las que hay que “jugárselas”, con la tozudez del que quiere que todo salga bien aún cuando el clima y las circunstancias y hasta el destino parezcan un paredón infranqueable.


Nancy dice que nunca podrá olvidar el parto que debieron asistir en una ambulancia encajada en 50 centímetros de nieve, cerca de Mencué, en plena pandemia, en junio de 2020.


Llevaban a una joven de 19 años, embarazada de 26 semanas rumbo a Roca. “Pero el parto se produjo en medio del camino, con la chica que pujaba adentro. Por un momento pensé: No quiero más esto. Es un dolor en el alma, uno no sabe cómo termina eso. Todo es precario, todo a pulmón”, dice, y fija la vista, con la intención de confirmar que se entiende lo que fue ese momento: el frío, la incertidumbre, la impotencia, la soledad extrema, la incomunicación, y la solvencia del doctor y la enfermera que hicieron lo que había que hacer.


El parto salió bien, aunque al bebé, prematuro, hubo que reanimarlo ahí, en medio de la nada y luego trasladarlos a los dos a Roca para que reciban más cuidados en el hospital.
Fue una situación límite. Pero historias como esas, que salen en los diarios y celebran la bravura y el temple, ocurren bastante a menudo por aquí.


“Se hicieron dos partos acá en el último tiempo porque las muchachas a veces no se quedan en el hospital. No es que nos dicen cuánto falta para el parto. Nos lo anotamos nosotros para saber que tenemos que ir a buscarla, traerla. El fin de semana pasado hubo un parto de una mujer que vino con el nene coronando y hubo que hacer el parto acá, en el Hospital”, cuenta.

Nancy no duda. Los traslados son la situación más estresante que se vive en este Hospital. “La derivación de un paciente implican 7 u 8 horas. Entre que llega el aviso, sale la ambulancia a buscarlos a los parajes, por camino de ripio, vuelve y va a Roca son muchas horas. Y estos compañeros que van a buscar al paciente, esta gente, decide sola. Uno, en un hospital grande, nunca está solo. Pero esta gente decide sola, allá en el medio de la nada, ante una urgencia. Esta gente se la juega. En un hospital te das vuelta y preguntás. Pero acá se la juegan”, insiste en una mezcla de apasionamiento y emoción Nancy. Cuando dice compañeros incluye al médico, al enfermero que trabaja con ellas, Nelson Rodríguez, y también a los choferes de la ambulancia, que tienen que vérselas con caminos complejos, sobre todo en invierno.


Los días que no hay traslados, las tareas no se detienen.
Cada una en su rol, Nancy y Yanina tratan de armar un cuidadoso plan con días y horarios marcados en un enorme calendario. Tienen hasta cinco anotaciones por días en las que avisan cuando toca el laboratorio para tal vecino, cuando debe hacerse la ecografía a una mujer embarazada, a qué hora es el turno de la quimioterapia de un vecino, a qué hora deben salir, a qué hora volverán.


“Nos anotamos todo esto porque los vecinos muchas veces no se acuerdan lo que tienen que hacer entonces nosotros les avisamos, los buscamos, les conseguimos el turno, los llevamos, los acompañamos a la consulta para poder explicarle al médico qué tienen, por qué necesitan tal estudio”, enumeran.
En las calles de El Cuy se ven pocos niños. La matrícula de la escuela primaria es de apenas 47 chicos. La mayoría de la población, dicen en el hospital, es de jubilados.


“Para los jóvenes no hay una oferta laboral. El año pasado se incorporó un curso, semi presencial, para formar enfermos, técnicos radiólogos y mecánicos dentales. Pero de acá, la gente joven se va. En general se van al Valle, a buscar oportunidades”
, dice Yanina. “Ha venido gente jubilada, de Roca, a instalarse. Sobre todo por la tranquilidad, por la seguridad”, agrega.


“Un 65% de nuestra población es mayor de 70 años. Hay mucha gente grande, dice Nancy. “Los jóvenes que pueden se van. Y el que se queda no tiene mucho que hacer. Se los ve cortando yuyos. Cuando yo escucho que en Roca dan talleres de arreglo de autos, o de motos, les digo, para que tengan una salida laboral distinta. Pero no todos pueden mantenerse en una ciudad como Roca”, ilustra la directora.


En las calles, todo parece tranquilo. Lo que hay son perros, muchos de ellos descendientes de border collie. Parecen todos una gran familia. Se pasean entre por las calles de tierra, descansan en las entradas de los almacenes, o del bar, se corren entre ellos. Por fuera de los perros, y del alboroto de las bandadas de loros en los cables de luz, no hay mucho movimiento, ni autos, ni gente caminando.
Por la edad de la mayoría de los habitantes de El Cuy, y de los parajes aledaños, lo que prevalece son las enfermedades crónicas no transmisibles. Y como el Hospital no tiene complejidad, para la mayoría de los estudios hay que movilizarse a Roca.


Cada una en su rol, lo que más quieren Nancy y Yanina es que los pacientes aprendan a ser independientes, a valerse por sí mismos. “El trabajo que se hace acá es de comunidad. Lo que más quiero es que la gente sea independiente. Porque a la gente a veces le cuesta comunicarse o entender los estudios que le pidieron. Para que funcione los acompañamos. Si no, perdemos todo el trabajo de hormiga previo, y perdemos la salud de ellos”.
Todo lo que cuentan suena a una hazaña. Y lo es.


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