Las deseadas Lagunas de Epulauquen y cómo sobrevivieron los arreos
Mucha historia transcurrió junto a sus aguas, entre batallas, ganadería, decretos y hasta reclamos de igualdad. A pesar de todo, ellas resisten, deslumbrantes.
La tierra, el uso de la tierra. ¿Quién puede disponer de ella, “poseer” su belleza? ¿Ella necesita tener un uso, “desarrollarse”? ¿La tierra necesita? No, somos los pueblos los que la necesitamos, sacamos provecho de su generosidad ciclo tras ciclo, para abastecernos. Podemos aprender cuándo está disponible y cuándo es mejor dejarla sola, como entendieron los crianceros del Norte Neuquino. Sus arreos la recorren buscando los pastos tiernos del verano en las zonas más altas, para replegarse luego en los días fríos. Es así hace siglos y el entorno de las majestuosas Lagunas de Epulauquen, a 37 kilómetros de Las Ovejas, es uno de los tantos escenarios de la tradición. Sin embargo, esa hermosura las volvió centro de disputas, justamente por definir quién las poseía y para qué.
El 4 de octubre pasado se cumplieron 50 años de la creación de la “Reserva Turística Forestal” en ese territorio (Ley 784). La decisión de 1973 fue en línea con lo que se venía haciendo en Copahue (1962), Chañy y Batea Mahuida (1968) y Tromen (1971), sectores enumerados por Alejandra Lavalle y Luis Bertani, profesionales de la UNCo, en su trabajo “Problemáticas ambientales de las Áreas protegidas del Norte de Neuquén”. Hoy suman ocho los espacios de ese tipo.
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Como suele establecerse, el objetivo era la conservación a largo plazo de la diversidad biológica y cultural, pero la revisión de archivo periodístico y académico en este caso deja mucho más a la vista. En primer lugar las diferencias entre los actores sociales que la habitaron a lo largo del tiempo; y en segundo, las medidas legales que se impusieron en contra y luego a favor del estilo de vida de sus pobladores.
En “Las Lagunas” se afianzaba una de las rutas de la veranada, como en el resto de la región, con ganado caprino traído originalmente por los españoles a Perú, adoptado en Chile e introducido años después a Neuquén a través de San Juan. Como zona pasó por distintas manos: habitó el pueblo pehuenche, luego los hermanos Pincheira y sus colonos (defensores de la corona española derrotados en 1832), hasta que se la cuantificó en hectáreas para la actividad casi feudal del estanciero chileno Enrique Price, que en 1879 volvió a su lugar por no aceptar la soberanía argentina. Y con el tiempo quedaron a cargo de un heredero lejano, del que poco se hablaba.
El reconocido investigador radicado en Huinganco, Isidro Belver, recordó que se lo vinculaba a la familia del ingeniero Rodolfo Rosauer, interventor de la gobernación neuquina durante el golpe de estado de Onganía, entre 1966 y 1970. El dato coincide con el decreto que aplicó ese funcionario en 1967, para desalentar la cría de chivos, argumentando el daño que generaba el pastoreo en la región. Sin embargo, el rumor por aquellos años, evocó Belver, era que en realidad se pretendía habilitar en esas tierras un espacio privado donde promover la caza de especies importadas. Formalizada la versión o no, lo cierto es que el impacto en los crianceros fue grave, porque el decreto 505 consistía en el cobro de un costoso arancel por el uso de la tierra fiscal para ganado caprino. ¿Cómo tener título de las parcelas para una actividad que vive en movimiento? ¿Cómo pagar por el piño que ya tenían si apenas subsistían?
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La situación generalizada de esas familias motivó la reacción del obispo Jaime De Nevares, que enfrentó a Rosauer en 1969, aunque muchos tuvieron que emigrar al Alto Valle del río Negro y Neuquén para poder sobrevivir. “He visto desnutridos los niños; los padres con unos pocos animalitos, menos aún después de la tremenda sequía, sobre los cuales deben pagar cada vez más impuestos (…) “¿Para quién serán esos hermosos paisajes? ¿Ya no para quienes los vivieron y recorrieron con su piño, sino para los advenedizos y los turistas que vienen a descubrirnos?”, cuestionó el prelado en una recordada carta pública.
Frente a eso, la designación de “Las Lagunas” como Reserva, impulsada por el entonces legislador Alfredo Urrutia, criado en Las Ovejas, pareció un freno a todos los temores, pero no se tuvo en cuenta, explicaron Lavalle y Bertani, es que al respetar los límites del campo privado y no los geográficos, quedaron afuera de las 7450 hectáreas parte de la cuenca lacustre y varios yacimientos arqueológicos y paleontológicos. La extracción de leña y el paso de ganado vacuno, entre otros factores, también colaboraron a la degradación. A mediados del 2003, se reactivó la polémica, cuando el manejo quedó en manos del municipio y organizaciones ambientales dudaron de la seguridad jurídica que esa decisión implicaba. A pesar de todo, la belleza de esa región sigue resistiendo y esperando ser cuidada.
Quien diría que hoy la misma actividad ancestral que quisieron erradicar tendría su ley, la 3016, y hasta su día, el 28 de abril, en homenaje al criancero y a la mujer criancera. Aunque la sequía sigue y el éxodo por falta de oportunidades también. El registro 2022 habla de 1500 familias ejerciendo ese estilo de vida, en más de 3000 kilómetros de arreos, que comenzaron a verse de nuevo por rutas y caminos hace unas semanas, honrando la herencia que recibieron hace mucho tiempo atrás.
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