La temible historia del Castrón macho
El talentoso cantautor, poeta y escritor chileno Patricio Manns, en su apasionante libro “Actas del cazador en movimiento” con respecto a los mitos y leyendas de la Patagonia y Araucanía, le contaba a Juan Armando Epple lo siguiente: “Tenemos a la vista una mitología que en los campos, en las aldehuelas pesqueras, en las montañas, conserva todo su amoroso primitivismo. La mitología es vasta en Chiloé, probablemente la más importante de Chile, y sin género de dudas, la más viviente y la más universal. El Caleuche (un barco fantasma) ha dado la vuelta al mundo; pero, el Trauco (un enano de babuchas y sombrero verde), la Pincoya (una sirena), el Camahueto (un chivato con torso de hombre) y asimismo la Manta, la Voladora, el Caicavilu, el Tentenvilu, la Fiura, el Raiquén, y el Pelapechos, transitan los temores lugareños como Pedro por su casa. De modo que lo particular del pueblo chiloense es que él ve sus mitos, dialoga con ellos, convive: los mitos forman parte activa de su cotidianidad. La realidad es muy rica en derivaciones del imaginario colectivo”.
El escritor de Dina Huapi, mi amigo Valdis Drebnieks, en sus amenos libros suele rescatar –como él lo dice- “historias (generalmente de la Región Sur de Río Negro) muy particulares que resultan de ser nada más ni nada menos las circunstancias reales, que a cierto modo ocurrieron en esta fantástica y misteriosa región del mundo que es la Patagonia. Las que rescaté fuera del foco que ilumina nuestra vida diaria, en la que estamos enchufados como máquinas automáticas casi en forma permanente con pocos espacios para dejarnos ver entre nosotros mismos y ocuparnos en descubrir que existen otros momentos que nos acompañan en forma paralela en
nuestra corta vida”.
Uno de los relatos incluido en su libro “Patagonia, vivencias de misterios y leyendas” trata el tema de una de estas entidades afirmando que la presencia en las zonas rurales de “el diablo castrón macho”. He aquí el relato:
“Manuel era un joven campesino, el mayor de varios hermanos que vivían junto a sus padres y sobrinos, en unos caseríos dispersos entre un mallín y un corral de una estancia, cuyo casco estaba rodeado de algunos cerros pequeños con grandes bardas y muchos árboles.
A diario recorría su campo para ver a sus animalitos, a veces a caballo y otras veces a pie, ya que era criancero y ganadero de la zona rural, entre la precordillera de los Andes y tierras elevadas de veranada, ubicadas por las nacientes del río Chubut, en suelo rionegrino.
Una tarde de sol entrando, caminaba tranquilo por una huella de los animales hasta el lugar en donde existía un pequeño pantano con una ciénaga, porque sabía que, cerca de allí, las ovejas pastaban más bien al atardecer y debía juntarlas para encerrarlas en el corral, por el cuidado a los pumas y los zorros que abundaban por las noches. Al momento de reunirlas, con la ayuda de un perro, Manuel vio a un animal que le brillaba su pelaje y se le arrimó porque le llamó la atención. Se trataba de un animal muy grande como un carnero con grandes cornamentas, y el pelaje le brillaba como plata lustrada.
Al percatarse de su presencia, el animal se fue enseguida y se introdujo misteriosamente en el agua de la ciénaga del pantano, como una cosa fantástica.
Al llegar a las casas, avisó a sus familiares. Luego de unos días y en acuerdos por esta aparición, procedieron a llenar el sitio con varias carradas con rocas, pero no fue suficiente porque se iban a pique en ese pozo del pantano, grande y profundo. Los animales evitaban acercarse allí y, también, a otros lugares cercanos, unos metros más pequeños, en donde el agua hacía burbujas que explotaban con ruidos como si estuvieran hirviendo. Posteriormente, cercaron el lugar tapándolo con muchas ramas, para evitar que entraran.
Al paso de los días, comentando con algunos pobladores de las inmediaciones, se supo que, en esos pantanos, muchas veces se vio un animal como si fuera un carnero, pero con pelos largos como de un castrón que brillaban como metal de plata, al igual que su grande cabeza con gruesa cornamenta. Desde el siglo pasado, muchas personas conocían de su aparición y el mismo, resultaría ser el misterioso diablo castrón macho, un animal fantástico, que de alguna manera llama a las ovejas y las atrae para que vayan hacia él, de modo que se meten a ese pozo de agua y no regresan jamás.
Estas observaciones, convertidas en leyendas mitológicas hace muchísimos años, dejan ver la real existencia de esta bestia fantástica que vive en las profundidades de ese pantano, como gran cazador y recolector mítico, acorazado con su pechera de plata. Este monstruo es considerado un verdadero misterio entre las poblaciones indígenas y de los actuales criollos, que a menudo deben pasar por estos sitios de la misteriosa Patagonia Argentina”.
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