Fabricar azúcar en Conesa: el sueño que sólo duró 12 años
La experiencia del “Ingenio San Lorenzo”, a base de remolachas, fue una de las tantas que perdió, en la puja económica, política y agrícola. No es nuevo: ya pasó con las viñas y bodegas, mientras hoy agoniza la fruticultura. Por eso, vale recordarlo. ¡Imperdibles las fotos históricas!
Lito Kissner era el dueño de las manos que acomodaron cuidadosamente la cinta de lo grabado a finales de los años ‘20, hace casi 100 años. Juan Pegassano había filmado lo que estaba gestando junto a Benito Raggio, seguramente sin imaginar todo lo que pasaría apenas 12 años después. Concentrado, con movimientos delicados por la antigüedad de las películas y por la fragilidad del proyector, Lito puso todo en orden para que la historia volviera a cobrar vida, en un formato que ya no se usa, pero que seguía estando en condiciones. Como cuando volvemos a escuchar un vinilo que nos recuerda al abuelo o un casette que atesoramos en nuestra adolescencia… ya los superó la tecnología, ¡pero funcionan!
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La diferencia con estas valiosas imágenes es que registraron algo de mucho mayor alcance, ni más ni menos que el hito para todo un pueblo, en un territorio nacional que necesitaba salir adelante: con la definición suficiente, Pegassano registró la llegada de las máquinas Skoda que compraron en Checoslovaquia, para empezar la producción de azúcar a base de remolacha en Río Negro. Y luego, guardó para la posteridad, los trabajos con andamios y encofrados, que construyeron lo que sería la Sociedad Anónima Compañía Industrial y Agrícola, fundada gracias a tanta osadía.
Estos pedacitos de historia en movimiento integran el comienzo del documental “El Ingenio San Lorenzo”, filmado como largometraje en 2007. Y gracias a esta obra, disponible en YouTube, tomaron rostro y expresiones los datos, números y análisis que cualquier archivo puede guardar sobre este sueño trunco para Conesa y sus alrededores.
El recordado Ingenio San Lorenzo constituyó, junto a la S.A. Compañía Azucarera de Cuyo, al sur de la provincia de San Juan, la primera experiencia concreta en zafra de remolacha azucarera en el país. El contundente dato proviene del trabajo que los investigadores del CONICET, Susana Bandieri y Daniel Moyano, desarrollaron para estudiar el caso “Producir azúcar en la Patagonia”. Ella desde la UNCO y él desde la UNT (Universidad Nacional de Tucumán). Se sabe que la iniciativa sanjuanina contó con el apoyo del gobierno provincial de aquel entonces, mientras que la propuesta en Río Negro fue privada, con accionistas de Buenos Aires y Bahía Blanca.
Esta quenopodiácea de color pálido (beta vulgaris var. saccharifera es su denominación científica), para ese entonces tenía encima los ojos de la industria de lo dulce hacía rato. “Ampliamente difundida en Europa y luego en los Estados Unidos, compartió el mercado mundial y lideró los adelantos tecnológicos en esta agroindustria hasta el cambio de siglo (…) En la Argentina, desde mediados del siglo XIX se advirtieron las aptitudes de diferentes zonas de la región central del país para el desarrollo extensivo”, explicaron Bandieri y Moyano. Sin embargo, en tierra criolla, al principio sólo se aplicaron iniciativas localizadas, hasta que los ensayos en campos experimentales de empresarios agrícolas y de medianos propietarios fueron sumándole adeptos.
Buscaban incorporar cultivos con mayor rentabilidad, cuando los resultados en diversos puntos de la campaña bonaerense ayudaron a la sanción de la ley nacional 2.907, del año 1892, para el fomento del cultivo de remolacha. Si bien no tuvo aplicaciones concretas, zonas como Mendoza (1910) y Córdoba (1922), siguieron el impulso normativo, Tucumán hizo sus pruebas (1917-1926) para complementarla con el bajo rendimiento de la caña de azúcar y Buenos Aires otorgó privilegios para instalar fábricas en las zonas aptas, especialmente en las jurisdicciones del sur.
La idea encontró tierra fértil en nuestra región y en San Juan, cuando las estaciones experimentales señalaron la potencialidad. «La remolacha azucarera puede estar llamada a producir una profunda y benéfica revolución en la economía rural del río Negro, ya que pensamos que esta preciosa raíz azucarera ha de prosperar en el valle y producir la baja del precio del azúcar, dejando un notable margen de ganancias para el agricultor y para el industrial», se animó a vaticinar en 1923 Juan Barcia Trelles, el histórico ingeniero agrónomo de la estación Cinco Saltos, que precedió al INTA. “Estos resultados insuflaron esperanzas sobre un futuro industrial (…) transformando en pocos años a zonas sin una “tradición” manufacturera en polos productivos con perspectivas de desarrollo y poblamiento”, agregaron Bandieri y Moyano.
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El jueves 6 de Junio de 1929 RÍO NEGRO, en su versión semanario, publicaba: «Durante la semana pasada un tren especial salió de Buenos Aires, conduciendo para Patagones a los miembros del directorio de la compañía agrícola e industrial San Lorenzo y el gerente del Ferrocarril del Sud. En auto los viajeros fueron hasta Conesa y se produjo allí la inauguración oficial de la magnífica refinería de azúcar que tiene por base los cultivos de remolacha, cuyo rendimiento es grande”.
Cuentan los recuerdos que como obsequio a los presentes ese día, se les regaló un reloj y una bolsita de azúcar de remolacha. “Con la baratura del flete fluvial, la competencia con el producto de Tucumán dará el éxito a esta empresa en Conesa. Ya se dice que con el desenvolvimiento de riqueza y población en el sur, nuevas refinerías de azúcar surgirán», se anticipaba.
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Un pueblo junto a la fábrica
Es cierto. La firma pensaba ampliar su influencia con tres fábricas más, en Viedma, Choele Choel y Balcarce (provincia de Buenos Aires). Y respecto al movimiento poblacional, su impacto se demostró con sobrados ejemplos, de familias enteras que emigraron hacia las colonias de cultivo ( “La Luisa”, «San Lorenzo» y «San Juan», sumado a lo realizado en Valcheta, Colonia Frías y Laguna “El Juncal»), atraídas por la posibilidad de trabajo y en definitiva un mejor porvenir. Muchos eran checos, yugoslavos y polacos.
Los registros del Museo Histórico Regional “Alicia Zanona” indican que el predio que se construyó a la vera de la Ruta N°250 contaba con hotel y viviendas prefabricadas, con servicio de agua corriente, luz eléctrica, instalación cloacal y teléfono, lujos impensados para la época. Estaban destinadas a los obreros, empleados y chacareros. Convertido en un barrio, fue creciendo con la instalación de una farmacia, la panadería de Abbondi, el almacén de Yanine, una escuela y hasta una capilla. En las calles había alumbrado público y todo estaba rodeado de jardines de retamas.
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Benito Raggio, junto a su amigo Juan Pegasano, era quien había adquirido estas tierras y quienes dirigieron la compañía en los años que funcionó. Aquellas máquinas Skoda que compraron, llegaron a campo traviesa, a bordo de camiones montados sobre orugas y ruedas macizas, desde San Antonio Oeste, donde las habían descargado del tren.
Para el predio en cuestión mandaron a construir pabellones, un departamento de administración, galpones, depósitos, piletones de 65 metros de largo, talleres mecánicos, garaje, portería con balanza, central de teléfonos, oficina postal, oficina meteorológica, una carpintería, la usina, un restaurante y hasta el chalet del administrador, Raúl Tassara. “La producción tuvo picos de 17.000.000 de kilos en 1933; 21.660.571 en 1934 y en 1935, 32.811.522 kilos de remolacha”, graficó el periodista e investigador en historia, Héctor Pérez Morando para una publicación en RÍO NEGRO.
Para facilitar el riego aplicaron obras para abastecer, por elevación mecánica, a casi 4.000 hectáreas y radicaron más de 300 chacareros para sostener los cultivos. Y en cuanto a transporte, impulsaron el tendido, por cuenta propia, de un ramal de 107 kilómetros, de trocha angosta. “Se construyó desde la estación Lorenzo Vintter hasta Colonia San Juan, pasando por el ingenio, con una estación en el casco urbano de Gral. Conesa (…) favoreció no sólo el traslado de la materia prima y del azúcar, sino también de pasajeros y mercaderías diversas en las colonias”, explicaron Bandieri y Moyano.
El proceso de producción:
– Comenzaba con la llegada de la remolacha en tren o a bordo de carros y la descarga en piletones con forma de V, que medían aproximadamente 65 metros de largo, 2 metros de profundidad y 4 de ancho.
– Mediante un canal tapado por chapas corredizas el contenido era transportado al interior de la fábrica. Allí se utilizaba una pileta grande, con miles de litros de agua, para el lavado de la materia prima. 15 carros volcadores transportaban la remolacha cosechada.
– Una vez adentro, las remolachas eran transportadas por un túnel con peines que las pelaban y las cortaban en tiras.
– Luego eran sumergidas en agua caliente, para extraerles el azúcar y formar el jugo azucarero.
– El jugo obtenido se purificaba con cal y CO2 producido por piedra caliza. Se filtraba el jugo purificado.
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– El jugo se hervía en evaporadores hasta que adquiría la consistencia de un jarabe espeso.
– Posteriormente se hervía el jarabe en tachos al vacío hasta lograr la saturación de cristales de azúcar.
– Una máquina centrifugadora arrojaba los cristales sobre un costado, dejando pasar el jarabe y reteniendo el azúcar blanca y pura.
– El azúcar se secaba con aire caliente formando barras de 14 o 15 kilos, que se dejaban enfriar, se partían, se metían en el molinillo y se fraccionaban en bolsas de 70 kilos. Las bolsas pasaban al galpón por un tobogán donde las esperaba el estibador.
– La melaza que resultaba de centrifugar el jarabe y retirar los cristales, era arrojada por un tubo fuera de la fábrica y depositada en suelo natural. Junto a la pulpa desechada era utilizada para alimentar al ganado.
– Los galpones que hoy perduran eran utilizados como depósito, lugar de empaque y expedición. En su interior también pueden observarse divisiones destinadas al uso de oficinas y laboratorios. Dimensiones: 60 metros de largo y 16 de ancho. (Fuente: Cartelería en el recorrido del predio – Municipio Conesa)
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Caída en picada
Pero de pronto, las cosas cambiaron. Después de sus mejores números de cosecha, los archivos marcan el año 1936 como el año de la plaga. Bautizado como “marchitamiento amarillo de Munk”, por el apellido del ingeniero que lo descubrió, motivó una merma en el funcionamiento de la planta, que debió recurrir a otros proveedores para seguir funcionando.
El debate de una ley en el Congreso Nacional, en el que Río Negro no tenía representantes por ser aún territorio nacional, sin estatus de provincia, evidenció las tensiones con los ingenios del norte argentino, que buscaban imponer con sus legisladores cupos a la producción del sur, argumentando que una sobreoferta haría caer los precios del mercado interno.
Pero en este punto, el trabajo desde el CONICET citado en esta nota, suma otros factores poco tenidos en cuenta: que la proyección exitosa se basó en los estudios de la Estación Experimental Cinco Saltos, en terrenos acotados y controlados, que tenían cerca abundante agua y energía hidráulica a bajo costo si aprovechaba los saltos en los canales de riego, combustible económico por la cercanía con Plaza Huincul, facilidades de comunicación con los centros de consumo gracias al tren y caleras cercanas, para extraer insumos necesarios en la fabricación.
De las cinco ventajas enunciadas el ingenio contaba solamente con la última, afirmaron los investigadores, por lo que Baggio y Pegasano debieron afrontar los costos de las demás. El riego y la línea férrea estaban previstos por el Gobierno Nacional, pero los efectos de la crisis de 1930 y el rechazo a la concesión del Ferrocarril los frenaron.
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A esta erogación de dinero extra inicial para poder funcionar, la plaga motivó que “tras la zafra récord de 1935, la molienda alcanzara sólo el 51% del año precedente en 1936, continuara con una caída del 50% en 1937 respecto del año anterior, y descendiera al 38% en la zafra 1938”, agregaron los autores, mientras se buscaba una cura a la plaga, en Estados Unidos. “Ante esta crítica situación, la firma decidió detener los difusores de la fábrica en 1939, prefiriendo el paro antes que correr con los costos de poner en funcionamiento un ingenio con alta capacidad ociosa”, resolvieron. También sumaron gastos extra los pedidos a cultivos sanos en tierras mucho más alejadas.
Como si esto fuera poco, en otro año de débil rendimiento, el 3 de julio de 1940 quedó en la memoria de todos porque ese día explotó la caldera del ingenio, provocando la muerte del capataz del establecimiento, José Kremecek. Muchos sospecharon que fue un hecho intencional.
“Incapaces de remontar los arrastres de pérdidas que se fueron acumulando en más de una década”, analizaron desde el CONICET, “en noviembre de 1941 el directorio firmó el acta de venta”. Según los registros, “el total de las maquinarias e instalaciones fueron vendidas ese mismo año y adquiridas en alrededor de 2.000.000 de pesos por industriales azucareros [del norte] del país y de Uruguay, suma que alcanzó para cubrir menos del 70% de las deudas de la empresa, lo que grafica con elocuencia el estado de los pasivos (…) En definitiva, fueron los socios los que propusieron la venta de las instalaciones para recuperar parte de lo invertido”, concluyeron.
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“Para Raggio fue su vida”, dijo Marta Martín, una de las entrevistadas en el documental, asegurando que la muerte del propietario fue producto de la impotencia por lo sucedido. Las decisiones y consecuencias económicas son mucho más frías, es cierto, pero lo que lamentaron los vecinos fue la saña de los nuevos dueños, al exigir el derrumbe. “La tuvieron que demoler con dinamita porque no la podían tirar abajo”, agregó la mujer.
Y Don Martín Argimón, antiguo capataz de planta, acordó con ese sentimiento. “En lugar de parar la fábrica hubieran hecho otra cosa, con la misma fábrica. Pero, ¿para qué la desarmaron? Después de que costó tanto armarla… Romper todo”, cuestionó con tristeza en los ojos. Hoy todo el complejo, a pesar de las ruinas, permanece como Patrimonio Histórico Provincial y sigue sembrando memoria.
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