Elena Greenhill, la temible bandolera inglesa

Leyenda entre los habitantes de la Patagonia, la vida de Elena Greenhill está plagada de anécdotas que dan cuenta de su bravura, y también de su puntería infalible. El escritor de Valcheta la retrata y también le dedica un poema.

Redacción

Por Jorge Castañeda

Si León Gieco hubiera conocido la historia de Elena Greenhill, la temible “bandolera inglesa, seguramente la hubiera incorporado a su tema “Bandidos rurales”.


Dejó esta brava mujer por estas soledades de piedras y escoriales de la región sur, toda una estela de aventuras delictivas donde a punta de revolver imponía su voluntad.
Varios escritores se han referido y contado pormenores de sus “hazañas”, siendo casi su principal biógrafo don Elías Chucair, quién la dejó retratada en su interesante libro “La Inglesa Bandolera y otros relatos patagónicos”, que agotó varias ediciones.


En el mismo, la amena pluma del escritor de Jacobacci dejó páginas con las aventuras de esta mujer que a nada ni a nadie le temía. Su muerte por la espalda a manos de la policía terminó con su vida en el paraje denominada “Laguna Frías”, cerca de Gan Gan.


Según los testimonios “Elena Greengill, viuda de Coria, que era británica, de cuarenta y dos años de edad, domiciliada en Montoniló, territorio de Río Negro, falleció a consecuencia de dos disparos de armas de fuego, ignorándose los demás antecedentes de la extinta”.

Dos anécdotas de Elías Chucair la pintan de cuerpo entero. Según dice “un español que llegara a la Patagonia a principios del siglo, don Florentino García, que viviera en nuestro pueblo, me contaba a propósito de la Inglesa, como hecho verídico, por supuesto, este episodio:
“En mis años que era gerente de la Anónima en Talagapa, Chubut, encontré un día de 1914 en la puerta del comercio a la famosa Inglesa. Se me presentó a efectos de que le abriera una cuenta corriente para adquirir una importante cantidad de mercadería a crédito”.


“Sabiendo de quién se trataba muy gentilmente y con toda suavidad y delicadeza, le hice conocer las normas vigentes de la firma y que debido a indicaciones muy precisas, tenía terminantemente prohibido vender a crédito, por lo que lamentaba y muy a mi pesar no acceder a su pedido”.
“En esos momentos cruzaba sobre nosotros una bandada de pájaros y la Inglesa extrayendo su revólver les efectuó un disparo, cayendo dos a la vez, ante el asombro de todos”.


“Entonces le dije de inmediato, pasa Inglesa, pasa y lleva lo que quieras, todo lo que quieras, que te abro cuenta corriente”.


“Otro episodio –cuenta Elías- que tiene a esta mujer de origen inglés como protagonista, me lo contaron dos de mis informantes, Chuquer y Figueroa. Como ninguno de los dos menciona el nombre del Juez de Paz ridiculizado ni el juzgado donde tuvo lugar el hecho, sospecho, un tanto de la veracidad del hecho, pero lo cierto es que también lo he escuchado a otras personas; puede ser una anécdota, producto de la fantasía de la gente que admiraba su coraje y su puntería”.


“Me decían que una oportunidad de pretender pasar quinientas ovejas que arreaba de contrabando a Chile y necesitaba para ello una Guía de Campaña, ante la negativa del juez que dudaba sobre la legitimidad de la tenencia de esos animales, la Inglesa con revólver en mano consiguió que le confeccionara la referida guía; y como si eso no fuera suficiente, lo hizo acostar en el suelo y procedió a orinarlo, sin pudor alguno, como venganza por la actitud del funcionario”.


Un poema de mi autoría sobre este verdadero y famoso personaje de nuestra estepa patagónica trata de pintarla de cuerpo entero:
“Era brava la Greengill/ la famosa bandolera/ cometiendo tropelías/ y viviendo a su manera. Bien montada en su caballo/ amazona por la estepa/ con celosa puntería/ supo forjar su leyenda. Hizo frente a las partidas/ con coraje y entereza/ y recorrió los parajes/ de escoriales y mesetas. Iba vestida como hombre/ prepotente y altanera. / Supieron los pobladores/ temblar ante su presencia. A caballo las distancias/ anduvo por la meseta/ dejando en sus correrías/ un reguero de reyertas. Era mujer de temer/ andando con su pareja/ y por todo el territorio/ tuvo fama pendenciera.


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