El último criancero hacia la invernada en medio de la lluvia y el frío del norte de Neuquén

La familia Canteros llegó a la invernada desde las Lagunas de Epulauquen al paraje Truquico. Fue más complejo que lo habitual.

El 18 de junio Mauricio Canteros ensilló su caballo, miró como el invierno llegaba a los campos de las lagunas de Epulauquen en el Norte neuquino y comenzó a preparar a sus animales. Era uno de los últimos crianceros que salía rumbo a la invernada en compañía de su mujer Betsa Merino y sus hijos Mauricio de 15 años, Alma de 9 y Jenny. El frío y la lluvia los encontraron en el camino e hicieron que sea un arreo más complicado de lo habitual.

La temperatura marcaba cero grados, y llegó a los 4 bajo cero. Debían llegar al paraje Truquico, en dónde hace la invernada en Chos Malal cuanto antes. Yanet Canteros, otra de sus hijas los esperaba con ansiedad. “Ellos siempre hacen ese recorrido. Estaban volviendo de la veranada y el día martes los atacó la lluvia y el frío. Esta vez tardaron seis días, hicieron unos 140 kilómetros más o menos. Duermen al aire libre, así que estuvieron complicados, pero llegaron bien, el domingo al mediodía”, cuenta.

Cuando el frío comienza a sentirse, los crianceros trashumantes llevan a su ganado tierra abajo para garantizar que sigan vivos, pero también en búsqueda de mejores forrajes. Son recorridos largos que se realizan dos veces al año y que toman entre dos semanas a un mes.

Arreaban vacas, chivos y caballos cansados de un viaje difícil.

Este año, Yane se quedó en el pueblo porque tiene una bebé muy pequeña, pero siempre acompaña. “Es un momento que se vive así con tradición, viene desde mis abuelos, lo hacemos desde chiquitos, todos juntos, toda la familia”, dice y agrega que en esta oportunidad también acompañaron Raúl y José Luis, dos peones.

Arreaban vacas, chivos y caballos cansados de un viaje difícil. Las malas condiciones del campo de invernada hicieron que vuelvan mas tarde. Por lo general lo hacen en mayo, pero la sequía no había dejado que el pasto crezca, y ahora, el agua llegaba de golpe.

“Llegaron mojados, ahora están todos engripados, pero dentro de todo bien, todos bien. Mi mamá iba con la camioneta a la par, llevando las cosas que necesitan, y ayudó. Quedaron unas vacas unos toros en una isla, pero ahora que paró la lluvia, ojalá baje el agua para que puedan salir”, relata Yane.

Aunque el frío caló hasta los huesos, también la alegría les invade el cuerpo. “Hay agua para los animales, acá, por ejemplo, en Truquico donde tiene los animales mi papá, hace mucha falta el agua y tenía que comprarla, traían en los camiones para poder cargar las represas y ahora con la lluvia está todo lleno de agua, así que bueno, un poco es una bendición”.

Yane comparte las fotos que le sacó a su familia al llegar a la invernada. Hasta la mas chica, monta con seguridad, desde sus 4 años que participa de los arreos sobre el caballo. Sus abuelos, del lado de su papá y de su mamá son gente de campo y todos aman esta vida de trabajo y aire puro.

Desde hace siglos hacen esta actividad, que es sustento y tradición. En el caso de los Canteros, si bien su padre suele estar hasta mayo, el resto de la familia van a fines de noviembre y se quedan allá hasta marzo, cuando empiezan las clases sus hermanos más chicos.

En las lagunas hay una casa con menos comodidades que en el pueblo, pero tienen calefacción a leña, y todo lo necesario. Ahora cierran bien las puertas y ventanas y se van, hasta octubre más o menos que vuelven a ver como están los campos para llevar a los animales.

“Es re lindo ir a la veranada, porque es como que se une más la familia, no estamos siempre con el celular. En el campo hay comunicación. Por ejemplo en la veranada no hay señal, no hay cable, no hay nada, así que es lindo salir con los animales disfrutar el aire libre y compartir con la familia”, dice Yane y se despide, antes de cortar concluye que al viejo por estos días lo ve “muy cansado, pero también creo que está re feliz de que haya llovido tanto”.


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