El carácter en estado puro

El viento agita hasta los tuétanos. Va sacando capas de compostura, intentos de afectación, y deja en evidencia la actitud real.

Cuando llegué desde Buenos Aires a este rincón del sur empecé a identificar signos que me hablaban de esta tierra distinta que empezaba a habitar. Las banderas, ésas que flamean en los mástiles de éste y otros pueblos perdidos, fueron uno de ellos. Es que acá eran más cortas. Eran trapos gastados agitándose al viento y desflecándose día a día, dándole pelea a la corrosión del clima desde ese color patrio que iba cansándose en la tela. Luego vi que se izaban flamantes, y que, a los pocos días, el viento las cortaba hasta dejarlas a la mitad, en un proceso mágico, porque hoy flameaban enteras y mañana eran otras, una versión concentrada de ellas mismas. Después, sólo jirones agitándose en las puntas. Y al final, casi, la nada misma.


Supongo que este territorio provocó un poco de lo mismo en mí. Primero concentrando mi esencia, en esa introspección tan de estos pagos, que hasta a las almas obliga a preservarse del viento. Y después lanzándola en jirones, como los filamentos de un diente de león.

Si esto es así, las que se van, extrañamente, son las palabras viejas. Las que estuvieron siempre pegadas a mis huesos, y supo hacer brotar esta tierra tan franca, que así, de cuajo, te hace salir lo auténtico

Es que te agita hasta los tuétanos el viento. Va sacando capas de compostura, intentos de afectación, y deja en evidencia la actitud real. O esa que tiene que sostenerse firme para ganarle la pulseada a los obstáculos que aparecen. Porque acá todo nace imposible, y germina a base de persistencia. Prospera el árbol que se volvió arbusto, pegándose al suelo. O el que ladeó sus ramas en dirección a las ráfagas. Y en esa transformación ambos encuentran formas caprichosas, que otros definirían únicas, pero ellos saben que son supervivencia. En una forma salvaje que es casi poética, porque, acorralándolos, los hicieron develar su naturaleza insospechada.


Por eso las banderas mutan en jirones de color tenue. El sabio viento las sintetiza al máximo y desprende su esencia, para luego hacerlas desaparecer. Quedan dos trazos dibujados a mano alzada, que un soplo termina de deshacer.

Con nuestra personalidad pasa un poco eso. La reciedumbre de este rincón revela nuestros matices. Esos colores nacidos del zamarreo. Como una borra que no hubiera surgido sin la ayuda de tanta efervescencia y concentración. Porque acá somos lo que no hubiéramos podido ser si no nos desafiaban. O lo que descubrimos a la fuerza, agotando los recursos triviales de ésos que nos enseñaron que en realidad éramos. Hasta que no hubo margen para simulacros, porque la Patagonia nos encontró y nos marcó.


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