Don Santo y la chacra: el inventor de los recolectores que prosperó en Centenario
Nacido en 1892, logró el sueño de los inmigrantes, pero también se las ingenió para introducir mejoras que ayudaran en la labor frutícola. Hoy su casa resiste junto a la Ruta 7. ¡Mirá las fotos históricas!
Sentados en la chata con cajones cosecheros, Pepe se recuerda junto a Tato, escuchando conversaciones de grandes. Parece que los más chicos siempre están en sus asuntos, pero no. Y en esa charla entre el “Nonno”, patrón de su padre, y un viejo amigo chacarero, surgió un dato llamativo: ¿quién inventó el recolector usado por los peones rurales en la cosecha del Valle? ¿Lo sabían?
Un poco de ficción y mucho de realidad para este diálogo, cuya esencia impregnó un libro (“El Canto de las Curadoras”, de Pepe Zapata Olea), pero que en la vida real tuvo de protagonistas a dos pioneros que efectivamente vivieron en Centenario: Juan (Giovanni) Cimolai y su colega Santo Della Gáspera.
La confirmación sobre el origen del recolector de fruta, con fondo de lona y que los trabajadores cargan sobre su pecho, aparece finalmente en el cierre del libro, en el glosario de regionalismos. “Veían que con canastos la labor era lenta y peligrosa”, escribió el autor de las acuarelas, en su perfil de Facebook. Jorge Della Gáspera, nieto de aquel primer poblador, fue incluso más allá en la referencia, y en diálogo con RÍO NEGRO sumó a Pedro Cimolai, hermano de Juan, como alguien que también aportó a la creación.
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Don Santo, como muchos lo recuerdan, nació en Vigonovo, región del Veneto, provincia de Venecia, Italia, el 21 de febrero de 1892. Delgado y con bigote grueso, una foto que custodia la Comisión local de Patrimonio Histórico, a cargo de Ingrid Rainao, lo muestra fuera de la casa donde vivió, en la chacra a orillas de la Ruta 7. Allí también instaló con su familia el galpón de empaque “Martin Pescador”.
Tenía 41 años cuando se radicó en Centenario, en 1933, a donde llegó con un oficio distinto al de productor. Era “escultor frentista y formó parte de ese conjunto de creativos artesanos italianos que embellecieron las casas de muchas ciudades argentinas”, dijo sobre él Héctor Landolfi, en el ciclo de notas “Historias bajo cero”, que publicó este diario en 2012.
El propio Santo lo dijo en una entrevista de 1970. “Yo me desempeñaba en Buenos Aires como oficial frentista cuando se me ocurrió venir a conocer esta zona, que se promocionaba como de muy buena tierra. Vine pues, en 1932, de paseo, y me gustó”, dijo en aquella ocasión.
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La oferta de que “con voluntad alcanzaba” era tentadora, seguro. Pero lo cierto es que, según contó este italiano, lo que parecía casi gratis le terminó saliendo 1500 pesos de aquel entonces, como base. Y no le adjudicaron el lote que pidió, sino otro con más salitre y pichana (arbusto de flores amarillas de olor desagradable y muchas ramificaciones), porque alguien con más capital logró ese privilegio en el “loteo”.
“Con mucho sacrificio lo pude hacer rentable y hoy está en muy superior situación a aquel que yo había elegido, porque la ruta pasa junto a la entrada. ¡Las vueltas que da la vida!”,
pensaba Della Gáspera, hace 53 años, con su cabello blanco en canas.
Y mire sino tendrá sus vueltas la vida, que esa misma condición, la cercanía con la provincial N°7, hoy se volvió un problema, porque la casa y el pino que Santo ubicó en su ingreso, al parecer, son incompatibles con la nueva traza que quieren darle a la calzada. Puja entre Nación y Vialidad mediante, la familia sigue firme, representada por Raúl, también nieto de Santo, y su madre de 97 años, que todavía habitan ese espacio histórico.
En la antigua charla con RÍO NEGRO, el protagonista de este recuerdo contó que sus primeros vecinos fueron los Goebel, Sporle, Linard, Galván, Striga y Colalongo. También otros que trabajaban en el dique, Negri y Rosatti, “que venían los sábados y domingos a trabajar su chacra”. Y sobre la actividad frutícola propiamente dicha, habló de las habilidades que logró:
“Al principio todas las plantas «se hacían» aquí, se hacían las «madres» y de allí se obtenían los «pies». Llegamos a tener nuestro vivero propio, en mi caso sin haber sido nunca agricultor”.
Sin embargo hasta que todo comenzó a funcionar, ejerció como albañil en la zona y su hijo Enrique como lechero, para sostener el presupuesto familiar.
Si de inventos se trata, el recolector no fue el único. También le adjudican algunos aportes al diseño de la escalera con patas, que evitaba recargarse sobre las plantas, para no dañarlas. Y algo que él mismo mencionó, la camioneta que anticipaba las heladas con una sirena, recorriendo las chacras del pueblo y Vista Alegre. “Aunque no lo quiera creer, ¡había chacareros que se molestaban porque el ruido los despertaba!”, renegaba Santo.
Della Gáspera falleció el 22 de Julio de 1976 y sus restos descansan en la tierra que lo vió desarrollarse. Colaboró en espacios como la Escuela N°109 y la primera Comisión de Fomento, mientras que el busto, palco y mástil de la Plaza San Martín recuerdan hoy la huella de sus manos. También el primer árbol, plantado junto a Juan Grosso, y el panteón de entrada a la necrópolis local.
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