David, el psicoanalista de 88 años que volvió a ser niño en Buta Ranquil
Multipremiado por sus colegas a nivel mundial, jamás olvidó la infancia junto al volcán Tromen, yendo a clases en un ranchito de adobe. El contacto de su familia con el Archivo de Escuelas neuquinas permitió coordinar el esperado regreso. ¡Mirá las fotos históricas!
La sorpresa de ver con qué agilidad caminaba a pesar de sus casi 90 años, no fue nada cuando de repente se mostró como un jinete al trotecito, subido al caballo de juguete que le regalaron en pleno acto escolar, emulando al zaino que lo acompañaba a clases. Ni la formalidad de su trayectoria académica ni la seriedad de su vida adulta le impidieron conectarse con ese niño inquieto y libre que fue, cuando vivió en Buta Ranquil en plena década del ‘40.
Seis años tenía el psicoanalista David Rosenfeld cuando sus papás, Hinda Margarita Bursztyn y Jacobo Rosenfeld, inmigrantes judíos de Varsovia, se mudaron al pueblo neuquino para abrir un almacén de ramos generales. Este profesional multipremiado que vivió en Londres, París y Estados Unidos recuerda que ya había conocido la pobreza en su Buenos Aires natal, pero en pleno campo, las alpargatas que usaba eran un lujo que otros ni siquiera podían soñar. Por eso sus compañeritos cubrían sus pies con algunos retazos de cuero, relató, para que tanta piedra en el suelo no los lastimara.
El tema del calzado caló tan hondo que sobre eso mismo les consultó a los estudiantes actuales. “A ver chicos, muéstrenme los zapatos que usan”, les dijo en el acto protocolar. La diferencia entre su época y la de ellos fue evidente.
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Cuando David llegó a Buta Ranquil, la escuela N°329 que lo homenajeó el pasado fin de semana tenía otro edificio y hasta otro nombre. Se la había designado como Escuela Nacional N°26, antes de que Neuquén fuera provincia, y un rancho de adobe y techo de carrizo era todo lo que separaba los pupitres del inmenso cielo. Había comenzado en 1899 en la zona de “El Ciénago” hasta 1903, pero en 1905 se alquiló otra casa a Don Benedicto Becaría, por 30 pesos mensuales. Mucho después se construyó el actual inmueble (1951) que se fue ampliando para cubrir las necesidades, aclaró al respecto el Archivo de Escuelas Neuquinas del CeDIE (Centro de Documentación e Información Educativa).
¡Bienvenidos los exalumnos!
Recrear todo ese escenario en la actual sede, mucho más amplia, confortable y luminosa, fue uno de los objetivos de Orfelina Zalazar, la directora, junto a su equipo de trabajo, para que David se sintiera como en casa.
Tan profundo fue el compromiso, que consiguieron antiguos ladrillos de adobe y hasta trajeron bancos de distintas escuelas de la región (Chos Malal, Ranquil Vega y Cajón Chico), donde aún se los conservaba después de más de 100 años.
“Fue un baño de cariño lo que recibí de la escuela, mi escuelita, ¡casi de no creer! ¡Maravillosa experiencia y muestra de cariño!”,
agradeció el huésped ilustre horas después, cuando pudo ponerle algunas palabras a lo que había sentido.
Alumnos como él fueron Abdala Jadull, Matilde Barros, Elsa Rebolledo, Clemente Valenzuela, Isoria González, Nélida Méndez y Abigaín González, algunos presentes y otros no, pero igual reconocidos en la emotiva celebración. No todos formaban parte de la misma camada, pero el abrazo de reencuentro les iluminó el rostro, por ser esos viejos compañeros con los que compartieron un mismo código, un mismo lenguaje y una misma raíz.
«Todos los trabajos en la chacra se hacían a mano, así que no teníamos tiempo de pensar en otras cosas, buscábamos darle una satisfacción a nuestros padres”, recordó Matilde, seis años mayor que David. Con los demás chicos jugaban a la mancha, a la payana, al elástico y a las escondidas. También a caballo, cruzaba cinco kilómetros a diario para estar cuando sonara la campana de las 8, con guardapolvo blanco y pollera, a pesar del frío.
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Desde el público ahora, los miraban aquellos niños que hoy disfrutan de la 329. Quizás los separaba un abismo de tiempo y distancia, pero las inquietudes eran las mismas: jugar hasta cansarse, hacer silencio cuando lo pedía la maestra, pelear con los hermanos que van a la misma escuela y correr ansiosos cuando repartían algo rico para comer, como el día anterior en el Polideportivo o la torta del aniversario frente a la plaza.
Así, en charla de pasillo, por ejemplo, Juanita contó sobre el recelo con su hermano, porque andaba con el caballo que le obsequiaron a ella, traído desde Chile, cuando cumplió 8. Y Elías, de siete, explicó orgulloso que su papá Arcadio fue el artesano que le hizo las rodilleras de cuero de chivo que cubrían su bombacha gaucha. Con eso bailó la cueca neuquina que le dedicaron a David. Nada de alquilar trajes, porque ellos no se “disfrazan”, sino que lucen la tradición que ya viven por dentro.
Ese cuadro de danza regional que mostraron los chicos de 5° grado, con la voz del cantor Atilio Alarcón, fue el cierre para la obra de teatro en la que mostraron una mañana cualquiera en la sencilla escuela rancho, preparando el desayuno primero y pasando al pizarrón después, porque con hambre ni ayer ni hoy se pudo pensar. Ver a sus compañeros desmayarse cantando el himno, fue una situación que a Rosenfeld lo marcó para toda la vida. Y preocuparse por esos chicos que no habían podido salir de su casa en el puesto rural, a causa del temporal, era el pendiente para los docentes como Celestino Cabral y Salvador Catalá, que cuando terminaba la jornada, iban a llevarles la tarea para que no se atrasaran.
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De vuelta a Buenos Aires
Alrededor de esos días de escuela, la vida del pueblo se fue institucionalizando después, por eso se dijo en los actos que la actividad del aula fue “pionera”, a la par de esas numerosas familias que habían comenzado a poblar la región, provenientes de Chile, ya desde 1895. A ellos se agregaron, según la revista “El Monitor de la Educación Común”, los que escaparon del “desagotamiento brusco y violento de la sombría y caudalosa laguna Carri-Lauquén”, que destruyó totalmente “la antigua localidad de Barrancas, sede hasta entonces de las autoridades nacionales (Juzgado de Paz, Registro Civil, Comisaría)”.
“Esta localidad, de gran porvenir, puesto que se halla en un punto estratégico del camino Mendoza-Neuquén, por Chos Malal o Cordero”, describió la publicación, ya funcionaba dividida en dos partes como hoy: el Ejido o Pueblo y las Chacras. Indicar que muchos de estos pobladores eran de ascendencia sirio-libanesa, confirmó los dichos de David acerca de esos momentos en los que veía al papá de uno de sus compañeros, arrodillado en el suelo orando en dirección a La Meca.
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Entre álamos, sauces, tamariscos y acacias, para 1936, ya estaba creada la comisión de fomento y se supo que la inscripción de alumnos era de 193 (91 varones y 102 mujeres). Cinco años después el apellido Rosenfeld llegaría a la lista para cuando la maestra tomara asistencia.
A pesar del disfrute entre vecinos y compañeros, la vida quiso que los pasos de ese estudiante de tradición judía volvieran a la capital, donde ya nada fue lo mismo. Allí no estaba su caballo Coco, ni el perro, ni los teros que cuidaba bajo la cocina a leña. Atrás quedaron los días de leche fresca, el pan hecho en horno de barro y el locro. Atrás quedaron las noches reconociendo estrellas y hasta viendo caer meteoritos.
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El Colegio Nacional Belgrano fue la opción a la que pudo aspirar para estudiar el secundario, todo un privilegio en la época, pero también, el germen de las burlas por su tonada “del interior” y donde las diferencias de vida fueron abismales. “Sólo tres buenos amigos”, pudo cosechar David en ese tiempo, dijo. A partir de allí, la carrera universitaria, las prácticas y esa búsqueda por demostrar que podían recuperarse los casos de enfermedad mental que otros colegas consideraban imposibles, crónicos, blanco de medicación y hasta electroshock como única respuesta.
La experiencia le trajo el reconocimiento, la publicación de sus trabajos, los premios y la participación en Congresos por todo el mundo. Aún así él, minutos antes de tomar la palabra ante los asistentes, seguía preguntándose “¿Qué haces acá vos?”, el niño que jugaba con las lagartijas, del otro lado del océano, en Buta Ranquil.
Añorando el pago
“No buscamos llenar un medallero con nombres ilustres, sino que nuestros chicos vean que otros como ellos pudieron (…) Nos hizo poner la piel de gallina escuchar a un ex alumno de más de 80 años agradeciendo a la escuela pública. Es un honor que haya podido reencontrarse con su pueblo, su volcán y su viento”, sostuvo Orfelina Zalazar, la actual directora, en el acto por el 92° aniversario local, que hicieron coincidir con esta visita inolvidable. Acompañaron la comitiva Giselle Jensen, del CeDIE; Julio Moreno y Carlos Cides, de la Dirección de Patrimonio provincial.
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“A veces parece que el federalismo se termina en Buenos Aires o en Neuquén capital, nos sentimos olvidados”, agregó el intendente Pedro Cuyul, “pero lo que pudo hacer David es la muestra de que se puede”. Junto a los vecinos y ex alumnos de la Escuela 329 inauguraron una de varias obras realizadas este último tiempo, un espacio denominado “Rincón para las Infancias”, con salón de eventos, internet y complejo de juegos al aire libre.
La celebración y la nostalgia, sin embargo, no taparon el duelo que se vivía en el pueblo por el femicidio de Carina Barros, ocurrido a fines de octubre. Por eso David, padre de dos hijas mujeres, Karin y Débora, que también lo acompañaron en este viaje junto a Tamara, una de sus nietas, no ocultó la angustia que le generó lo ocurrido con esta jovencita, estudiante del CPEM N°35, semanas antes de su arribo. Como profesional pidió “no quedarse callados”.
“Hablen de lo que pasó, hablen de lo que sienten, armen grupos para contar cómo lo vivieron, porque el cuerpo se enferma cuando se callan las emociones”,
dijo.
Quedó el compromiso de acompañar a la localidad con alguna iniciativa terapéutica, para evitar y contener este tipo de situaciones que atraviesan a todos, ya que al ser pocos habitantes, muchos tienen algún tipo de parentesco.
Con esas emociones encontradas, Rosenfeld se animó a mirar de frente las aristas positivas del pueblo que lo vio crecer, así como también las más dolorosas. Y ya planificaba un nuevo viaje, para el aniversario de la Escuela, en 2024.
“Como dice Mercedes Sosa, siempre volvemos al lugar de los amores. Yo siempre lo tuve acá, pero ahora vuelvo físicamente”,
concluyó.
Con la visita, la familia Rosenfeld logró traer 60 kilos de libros y juegos donados, que obsequiaron a los chicos de la localidad.
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