Aquellos y estos días extraños
Los libros pueden contar historias de otros tiempos y otros lugares, pero los mejores, de alguna manera, logran hablarnos de lo que nos pasa aquí y ahora. Eso ocurre con “Lucy y el mar”, de la fabulosa escritora Elizabeth Strout.
Las historias que nos cuentan los libros pueden ocurrir en otra parte, en otro contexto, en otro año, pero los mejores siempre encuentran la manera de hablarnos de esta parte, de este contexto, de este año, de estos tiempos raros que vivimos justo en este momento.
Hay un personaje literario, Lucy Barton, que puede resultar tan encantador como irritante y que es la protagonista de varios libros de una de las escritoras más sensibles e inteligentes de estos tiempos, Elizabeth Strout, ganadora de un premio Pulitzer por otra creación maravillosa, “Olive Kitteridge”.
Lucy Barton, viene de la pobreza más rotunda y fue criada junto a sus dos hermanos (una mujer y un varón) en un pequeño pueblo de los Estados Unidos por un padre y una madre que sabían poco de afecto y mucho menos de cuidados. Ella fue la única de su familia que logró prosperar. Y a la hora de iniciar su camino como protagonista de los libros, ya es una escritora reconocida que vive en Nueva York. Nada más alejado de lo que fue, aunque aquello que fue vuelva como un fantasma a visitarla muchas veces en su vida.
Después de tres libros, en los que repasa primero su relación con su madre (y que le sirve a Strout para hablar de las extrañas formas del amor, y de cómo aquello que nos constituye inicialmente se nos aferra al pecho para siempre), después la vida de las personas que conoció (“Todo es posible”), y más tarde un reencuentro con su ex marido (“Ay, William”), la escritora norteamericana acaba de publicar “Lucy y el mar”, que en pocos días más estará en el país.
En este libro, Lucy tiene más de 60 años, vive en Nueva York, y es marzo de 2020.
Marzo de 2020. Escribimos muchos sobre la pandemia mientras estábamos atravesando esos tiempos raros, con el miedo latiendo como un corazón desbocado. Pero desde que el Covid dejó de ser el tema nuestro de cada día, y quizás como protección, tratamos de dejar atrás todo lo relacionado con ese tiempo.
“Lucy y el mar” habla de esos días. Es raro leer un libro que se plante sobre la pandemia con la misma extrañeza que sentimos al principio; con el miedo que sentimos después; con el tedio de las convivencias forzadas; con los impulsos de desconfianza contra el que venía de viaje, el que usaba mal la mascarilla, el que no se encerraba; con el dolor de no poder ver a los seres queridos; con el desgarro de no poder despedir a los que murieron, o de no poder abrazar a los que lo necesitaban.
Es raro y es, a la vez, necesario. No como una medicina, pero sí como un espejo que permite ver aquello que fuimos. Porque si hay algo que hace Strout de modo magistral es entender el alma humana como pocos, y se r capaz de dejarlo traslucir en sus luces y sus sombras. Porque Lucy es compleja, llena de contradicciones, con algunas bajezas y broncas enquistadas, y sin embargo o quizás por eso, tan parecida a cualquiera de nosotros.
Lucy, como dice un gran admirador suyo, el periodista y escritor Rodrigo Fresán, “no es cursi, no es sentimental, no es lacrimógena, no es efectista, no es tramposa, no es predecible, no es obvia, no es deshonesta, no es banal, no es innecesaria”.
Y no es sólo por la pandemia que el texto se vuelve tan conmovedoramente actual. Porque junto al virus y el encierro, se acerca a las tensiones, púbicas y políticas que generan el negacionismo y con ello a todo lo que ocurrió en los Estados Unidos, cuando los seguidores de Dondald Trump asaltaron el Capitolio, convencidos de que había habido un fraude electoral.
Lucy cuenta que poco antes de que llegue la vacuna, iba a trabajar a un banco de alimentos, donde repartían mercancía entre quienes lo necesitaban. Allí conoce a Charlene, una mujer que trabajaba en la limpieza en una residencia para jubilados. La pasan bien hablando. Pero un día advierte que Charlene tiene pegada en su auto una calcomanía de Trump, y poco después le avisa que no se pondrá la vacuna. Eso la pone de frente a sus prejuicios, pero también a la necesidad de entender por qué, por qué está ocurriendo lo que está ocurriendo.
Y es entonces cuando ese libro, como los mejores, que transcurre en otro tiempo, y en otro lugar, se vuelve espejo, pregunta, incomodidad, molestia, y una manera de acercarse a estos días que estamos viviendo.
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