Aldo Beroisa, el dueño de los gigantes de la Ruta 22
Un accidente y una visión cambiaron su vida para siempre. Desde los 19 años, persigue esa imagen y la reproduce en monumentos gigantes que le dieron otra fisonomía a Cutral Co y Plaza Huincul, pero también a otros lugares más lejanos.
26 de febrero de 1986. 19:50. Cutral Co. El joven de 19 años está apurado por llegar a su casa. Va en un colectivo pequeño, junto a un grupo de fieles evangélicos, todos conocidos de él. Cuando llegan a la Iglesia, él se baja apurado, ansioso. No la ve: una camioneta de YPF, matrícula 0361000 lo lleva por delante, lo arrastra 25 metros, lo hiere: tiene la cadera desplazada, quebrados el paladar y la clavícula, sangra. Todo se oscurece. El joven ve la escena desde arriba: unas personas rezan junto a su propio cuerpo ensangrentado, boca abajo, una pierna torcida, la zapatilla salida. El joven vuelve en sí, reacciona y les pide: “ayúdenme, estoy vivo”. Los que rezaban a su alrededor lo ayudan, lo dan vuelta, lo suben a la camioneta que lo atropelló para llevarlo urgente al hospital. Cuando lo dan vuelta, el joven ve una túnica blanca. Es la túnica de Cristo, se dice y le agradece. Le agradece siempre desde entonces, desde hace 39 años.
Esa imagen, la de Cristo y la túnica blanca, no la olvida nunca más.
Antes de que esa visión sea otra cosa, el joven será ferroviario en Bahía Blanca. Antes de que el ex presidente Carlos Menem privatice los trenes y se acabe su trabajo, y tenga que volver a Cutral Co, también aprovechará sus dotes de dibujante. Dibujará carteles para cabarets de Ingeniero White; escribirá prolijo, con tiza, las ofertas de un negocio. Antes de que la visión sea otra cosa, probará cumplir con el pedido del patrón de una tienda en Neuquén: “Hagame un maniquí con cuerpo de mujer”. Y lo hará bien. “Ahí me dije: mirá lo que puedo hacer”.
El joven no estudió arte. Fue a una escuela técnica en Cutral Có y se recibió de técnico mecánico. Pero desde chico y para tener los juguetes que no podían comprarle se las ingenió con las herramientas del padre para tallar la madera y hacerse un camión, un tren, un barco. Eso será apenas el germen.
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Febrero. 2023. El paisaje es achaparrado a la altura de Plaza Huincul y Cutral Co. Pero en ese trayecto, la ruta 22 parece pelearle el protagonismo al desierto patagónico con gigantes. Lo que se ve son tanques de petróleo, cigüeñas de la industria y esculturas gigantes.
Hay un dinosaurio, un Argentinosaurus Huinculense de hormigón, la boca abierta allá arriba, 17 metros por encima de los autos que pasan. Hay, unos 3 kilómetros más allá, un Cristo descomunal, 60 toneladas de hormigón, 15 metros de alto, blanco, radiante bajo el sol fuerte de la mañana; hay, siete kilómetros todavía más allá, bajo techo y al resguardo de un frente vidriado, una reproducción, también en hormigón, de La última cena de Leonardo Da Vinci, con una mesa de 25 metros de largo, con platos y copas encima y santos de más de 5 metros de alto detrás; hay, enfrente en un boulevard en medio de la ruta, un avión a escala que recuerda la tragedia de 1976, cuando la aeronave -un Avro Bravo 748 -, que traía a 34 trabajadores de YPF desde Rincón de los Sauces, se estrelló.
Todo eso, y otras 45 obras más, dispersas por la ciudad de Cutral Co, pero también en Rincón de los Sauces, Pincún Leufú, Tricao Malal, Las Ovejas, Loncopué, Bariloche, y las provincias de Chubut y Santa Cruz, son de Aldo Beroisa, el hombre que ahora tiene 58 años, que le agradece a Dios desde aquel accidente, y que replica esa túnica blanca que fue visión en muchas de sus obras. “La ruta es mi salón de exposiciones”, dice él, sin soberbia, riendo.
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Aldo Beroisa se para debajo del enorme Cristo que tiende sus brazos hacia la ruta 22. Le gusta explicar cómo hizo cada obra, cuántos caños tubing hay adentro de la estructura, cómo fue el armado de esa pieza descomunal en la que paran los autos, a sacarse fotos. Queda chiquito bajo las 65 toneladas de hormigón.
Dice que de todas sus esculturas, el Cristo es su favorita: “es el que más me representa, y lo hubiera hecho más grande todavía”, dice. “Pero el intendente, Ramón Rioseco, me dijo que no, que no nos daba el cuero para más. Hoy sería una locura presupuestar algo así”.
Las manos de Cristo, esas que estira hacia la ruta, son las manos de Beroisa; tienen las mismas líneas que las suyas, las usó de modelo para el monumento. A sus manos y a Cristo le debe todo, dice. “Es mi destino. Siempre me encomiendo a él”.
Antes de ser el dueño de los gigantes de la ruta, Beroisa hizo changas. Lo primero que le encargaron fue un cartel de hormigón para una cancha de paddle. Nunca había hecho algo así, pero se animó. Tenía los zapatos, los que había usado desde que egresó en la secundaria, con un agujero en la suela. Mientras hacía el encargo, el hormigón le entró por ese agujero y le quemó la piel. “Más abajo no puedo estar”, recuerda que se dijo ese día. Pero ya tenía una familia, necesitaba el trabajo. Con lo que cobró de ese primer cartel se compró zapatos nuevos y una campera para su hijo que le costó 9 pesos. “No me lo olvido más. Y salimos adelante”, dice.
Desde entonces, dice, no paró. “Soy un bendecido. Yo puedo decir que vivo del arte. Y eso, en Argentina es mucho decir. Y más en este lugar”.
En este lugar es Cutral Co. En cada monumento que recorre, agradece al ex intendente y actual candidato a gobernador en las elecciones del 16 de abril por el Frente de Todos Neuquino, Ramón Rioseco. “No quiero que se piense que soy parte del gobierno, pero yo tengo que agradecerle a su gestión porque me ha permitido tener trabajo y también generar trabajo. Porque con esto generamos turismo religioso. Nosotros competimos con lugares de la Patagonia que son muy bellos. Pero acá tuvimos miedo de que la ciudad se terminara con la privatización de YPF. Esta es una ciudad de rebusque, que estuvo al límite de quedarse sin nada. No pasó, y eso también se debe a la gestión del lugar”.
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Beroisa recorre los monumentos que hizo en Cutral Co. La última cena, que se inauguró el año pasado lo llena de orgullo. Se saca fotos con los visitantes que descubren que él es el autor. Lo felicitan. Él agradece y cuenta que para las caras de los santos usó a personas que conoce. Que aquel es su profesor de dibujo de la secundaria, que aquel otro tiene la cara de su abuelo paterno.
Más allá de las caras, los santos enormes de esa obra, todos, llevan la túnica que él vio aquel febrero de 1986.
La recorrida de sus obras incluye la plaza donde hizo el monumento a los caídos en Malvinas, y la del homenaje a don Jaime De Nevares, el primer obispo de la Diócesis de Neuquén, sentado en una silla( seis metros de altura, 25 toneladas de hormigón).
Cuando habla de sus esculturas, Beroisa no se detiene tanto en lo que lo inspiró o el significado. Le gusta, sobre todo, contar la proeza, el proceso, las bolsas de cemento, los caños que van por dentro de las esculturas, los andamios que tuvo que mover de un lado a otro, las grúas que tuvo que contratar. Parece un anatomista, disfruta de explicar lo que hay dentro de esa forma gigante; lo que hay que hacer para que no aflore el óxido, o qué parte recargar de hormigón para lograr la inclinación buscada en la pieza.
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La casa de Beroisa es una construcción a la que aún le faltan detalles de terminación. En las paredes tiene dibujos de dinosaurios que él mismo hizo cuando trabajó en el Museo de El Chocón, con Rodolfo Coria. Al fondo del terreno tiene un taller que a veces es quincho, pero la mayoría de las veces es el lugar donde comienza a armar sus proyectos.
Adentro hay un muestrario de todos esos gigantes que se ven en la ruta hechos en miniatura. Hay un Cristo pequeño, que entra en sus manos; un dinosaurio descabezado; una madre patria que lleva la cara y el cuerpo de su mujer; hay también un soldado que es la muestra a escala del que está haciendo en este momento para Zapala. “Es el soldado más grande que va a haber en todo América”, se enorgullece. Es un homenaje a los caídos en Malvinas que todavía está en construcción.
Distribuidas ahí, en los rincones de ese taller, con el tinglado tan alto, parecen desproporcionadamente pequeñas. La contracara de lo que ocurre en la ruta 22. Aquí, en su taller, Beroisa es un gigante junto las maquetas.
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