A 55 años de la Terminal “El Valle”: la patriada en Roca que la ubicó en lo más alto del transporte
El proyecto trajo polémica incluso puertas adentro de la Cooperativa. A pesar de la quiebra, vale recordar la experiencia de quienes lucharon juntos por mantener su fuente de trabajo.
Para los que no son de la ciudad y empiezan a visitarla seguido por trabajo o estudio, es común que les llegue este dato sobre el pasado local: “Ahí en la esquina, donde está el supermercado, estaba la terminal de ‘El Valle’. Era un edificio hermoso, todo vidriado en el frente”. Se refieren a la esquina de Italia y 25 de Mayo, aunque técnicamente las instalaciones funcionaron unos metros hacia mitad de cuadra, ya que en la intersección de calles propiamente dicha, había una estación de servicio de YPF.
Punto de encuentro y partida de miles de vecinos que viajaron por la región, la construcción de la estación privada más importante del país hasta ese momento se dio en el marco del intento por convertir a Roca en un punto turístico y ya no sólo en un sitio de paso. Pero tomar la decisión no fue sencillo y de hecho produjo un quiebre en la Comisión a cargo, con el alejamiento de uno de sus principales referentes.
“Hoy se inaugura”, titulaba el diario RÍO NEGRO en su edición del sábado 1° de junio de 1968, hace 55 años. Con ese paso, se oficializaba la apuesta más arriesgada de la Cooperativa, que así abrió un ciclo de casi 30 años. “El Valle” había nacido como un grupo de trabajadores que buscaban mantener su fuente de ingresos, después de que el gobierno de Arturo Frondizi, con Álvaro Alsogaray como ministro de Economía, decidiera desprenderse de Autorrutas Argentinas – Zona Sud, la encargada del transporte regional, entre 1948 y 1961.
***
Acordaban entre sí con la idea de realizar los distintos recorridos para seguir manteniendo a sus familias, pero la propuesta de sumar a eso un edificio de esa envergadura iba mucho más lejos y no todos creyeron que fuera positivo. “Yo era ‘contrera’, no estaba de acuerdo con la compra del terreno para hacer la terminal, porque nosotros no teníamos que tener edificio. Y la actualidad te lo demuestra, ninguna empresa del país tiene terminal de colectivos”, dijo Rodolfo Cerquetti, en un informe para este medio que elaboró el periodista Julio Hernández en 2011. Presidente en los primeros cuatro años de la cooperativa y vicepresidente un año más, Cerquetti fue uno de los entrevistados que compartió su mirada tajante sobre el proceso del desaparecido sitio.
“Si querían la terminal que la haga la municipalidad o el gobierno, pero nosotros no. Nosotros teníamos que comprar colectivos, material rodante para llevar más gente”, pensaba. La propuesta vino del gerente general, Jorge Augusto Sanz y un sector de la comisión directiva, que terminaron haciéndola realidad. Fruto de ese desacuerdo, Cerquetti se alejó del equipo y nunca más volvió. Con el tiempo, Antonio González, vicepresidente en el primer directorio, reconoció:
“la pata la metimos entre todos”. “Fue un esfuerzo tremendo y se hizo la patriada, pero hubo que pagarla”,
contó para el registro del mismo informe especial.
Peso sobre peso
Así esos 87 primeros socios, choferes, guardas, mecánicos, técnicos y administrativos sin experiencia empresaria encararon un nuevo desafío que implicó, al menos originalmente, un presupuesto de 47 millones de pesos entre materiales y obra, según los datos publicados. Venían de un esfuerzo descomunal anterior, cuando empezaron a abonar otros 33 millones, a pagar en diez años, sin interés y sin edificios, para el traspaso de la firma, monto para el que no sólo no recibieron apoyo, sino que tuvieron que poner plata de su bolsillo, junto con una garantía. “Meriño, Ángel Guerrero, yo, la mayoría lo avalamos con la propiedad particular nuestra. Con los años te das cuenta que realmente éramos unos locos”, afirmó Cerquetti en su momento.
Con el esfuerzo por acomodar las cuentas internas y recaudar tanto como para afrontar los nuevos gastos, la zona centro de Roca empezó a ser testigo de la construcción y del estilo que habían buscado darle a las instalaciones, para mayor comodidad y servicios para los pasajeros y pasajeras. El terreno ocupaba 50 metros sobre calle 25 de mayo y 80 metros sobre Italia, más una salida de 10 metros por calle Hipólito Irigoyen. Allí se usó principalmente hormigón, ladrillo a la vista y cristal, combinado con placas cerámicas fabricadas en la zona que cubrían los andenes, la torre tanque y los accesos.
***
En tres plantas repartieron cada una de las dependencias que incluía el proyecto: tesorería, depósitos de equipajes y encomiendas, oficinas y baños del personal en el subsuelo; cuatro boleterías, recepción de equipajes y encomiendas, con espigones de ómnibus zonales sobre calle 25 de mayo y de larga distancia en calle Italia, peluquería, boutique, kiosco de diarios y revistas, informes turísticos, venta de productos regionales y bar al paso sobre planta baja; y confitería junto a un destacado restaurante, todo con vista panorámica, en el primer piso. Allí también se ubicaba la “Oficina de Tráfico”, “el corazón de la terminal”, que se comunicaba con Buenos Aires, Bahía Blanca, Choele Choel y San Carlos de Bariloche gracias a equipos de radio de banda lateral única y contaba con una mini central telefónica dotada de tres líneas externas y 25 aparatos internos, para vincular cada sector del inmueble.
Al momento de la publicación de esa primera charla, con la terminal en obra de fondo, el presidente del Consejo Directivo era Carlos Gregori y el gerente seguía siendo Jorge Sanz. Fue un año antes de la inauguración, cuando llevaban invertidos recién 17 millones de pesos, con un intento fallido por conseguir un crédito del banco Provincia de Río Negro para el que no lograron cumplir las exigencias reglamentarias. Y a eso debieron sumarle 1.600.000 de pesos más, necesarios para pavimentar las calles que rodeaban a la terminal. Ejemplos como estos dan cuenta de las vicisitudes que tuvieron que atravesar en este reto que se pusieron al hombro. A través de una resolución de 1966, el Municipio declaró las obras de interés público y con eso al menos lograron evitar gastos en derechos de construcción y aprobación de planos. Por aquellos años se buscaba que el sector de calle 25 de Mayo, entre Italia y Sarmiento, se convirtiera en estacionamiento, similar al de calle 9 de julio en los terrenos del Ferrocarril General Roca, pero hoy allí funciona una de las dársenas urbanas.
***
«El paso de los turistas por el Valle, en plazo cercano, debe transformarse en estadía de algunos días para conocer las riquezas de esta zona y sus bellezas naturales. El beneficio alcanzará a todos los sectores y el progreso será para todos”, consideraban aquellos dirigentes de la cooperativa a fines de los ‘60. En ese tiempo, esperaban que el servicio se les autorice en forma permanente, tras un informe que habían presentado al director nacional de Autotransporte, sobre la experiencia de los primeros setenta días en el tramo Bariloche – Buenos Aires. “La autorización sería la única forma de solidificar el turismo por autotransporte en la zona, para sumar inversiones en material, personal, estaciones intermedias y todo lo que mejore el servicio”, opinaban.
Inicialmente hicieron las líneas a Neuquén, Regina, Zapala, Piedra del Águila, con combinación a San Martín de los Andes y Bariloche, Comallo, Jacobacci. “Había muchas roturas en los ómnibus porque los caminos eran malos. Si hoy, con el pavimento, un ómnibus dura cinco años, en aquella época, con esos caminos duraban dos. También había que hacer servicios de fomento como hicimos en una época la línea Comallo-Viedma. En Buenos Aires no entendían cómo no se podía llegar a Bariloche en el día, pero las rutas eran de tierra y había que pasar dos balsas, Senillosa (que se hundió cruzando con un colectivo) y Collón Cura que sólo funcionaban con luz diurna. Así que había que hacer noche en el camino”, contó José Mobarac, otro de los socios iniciales. Llegaron a tener en marcha 14 unidades Leyland, dos Leyland Comet y 17 Mercedes Benz.
La nostalgia
Desde la quiebra y demolición a mediados de los ‘90 para construir un supermercado, el recuerdo sobre lo vivido en esos andenes, se mantuvo intacto, alimentado por cientos de anécdotas y aportes de quienes ya peinan canas. Fallecidos los extrabajadores que hicieron realidad esa época en el transporte regional, hoy son sus hijos y nietos quienes los vuelven al presente en redes sociales, como en el grupo de Facebook “Roca es de Todos, Participá”, compartiendo fotos como las que acompañan esta nota. Algunos vendieron diarios, como Ariel Bonavitta que contó en los comentarios sobre las veces que subía a los coches a ofrecer la edición del día y después le preguntaba a personajes de encomiendas, como “Polo” y “Duraznito”, siempre de guardapolvo azul, a qué hora venía el próximo colectivo. Mientras tanto dormía bajo la escalera, en unas bocas que expulsaban aire caliente.
***
Otros, como pasajeros, partieron desde allí a cumplir con el Servicio Militar Obligatorio, la “colimba”, rumbo a Zapala. “El piso rojo de la terminal relucía y los micros funcionaban casi las 24 horas”, afirmó Héctor Figueroa y Daniel Nestares elevó un saludo al cielo al hablar de su papá Rubén, colectivero, y sus compañeros de apellido Barón, Estrada, Viñuela, Ullua, Peche, Sagliachi, Tamburini, Houriet, Gonzaloarena, Soto, Funari, Quintana, el “Turco” Macsad, Pieretti, Vergara, entre tantos más. “Me crié en esta terminal entre el viejo colectivo «Aclo», un mastodonte que hacía los viajes de larga distancia, y los «Mercedes Benz» de Roca – Neuquén, con las máquinas pica boletos, las boleteras de metal, las «Manón», los alfajores “Tatín», los maníes y las masitas saladas que las azafatas ofrecían”, relató. El propio padre del periodista Julio Hernández, que aportó mucho material de archivo para esta nota, era hijo de Francisco Hernández, uno de los fundadores de la Cooperativa.
Después de un par de años, cuesta pensar cómo eran ciertos espacios comunes de la ciudad en la que nos movemos a diario. Una actividad como esta termina y tras un tiempo indeterminado de quietud, los andamios vuelven a rodear ciertos edificios, para cambiar la imagen de su fachada. A veces la decisión es más drástica y son las máquinas las que se encargan de reducir todo a escombros, demoliendo aquello que costó tanto poner de pie, con tal de iniciar un nuevo destino. ¿Por qué no le habré sacado una foto antes?, se lamenta más de uno, cuando entiende que el inmueble era histórico y su pérdida duele, ahora que dimensionamos que no estará allí para siempre, donde estábamos acostumbrados a verlo cada mañana.
***
***
Comentarios