1978: el año de los Sea Monkeys y de los oscurecimientos
1978 fue el año del Mundial, el del conflicto por el Beagle que casi termina en una guerra con Chile y el de esas criaturas mágicas.
Todo llegaba gastado a los pueblos del interior: las modas, los televisores a color, las últimas novedades. Para cuando se instalaban, ya parecían de segunda mano. Y aun así, no había nada más anhelado, nada que despertara más envidias inconfesables, que aquello que venía de otros lugares.
1978 fue el año del Mundial, y también el del conflicto por el Beagle que casi termina en una guerra con Chile. Fue por eso también, el año de los oscurecimientos, una idea -inimaginable hoy con tantos radares precisos y cámaras de visión nocturna- basada en el convencimiento de que el enemigo no se daría cuenta de que bajo tanta negrura había gente, que no tiraría ni una sola bomba en la ciudad porque habríamos logrado engañarlos, escondidos en nuestras casas. Ese fue el 78. Ese fue también el año de los Sea Monkeys.
En ese entonces, en Roca, la mayoría de las calles eran todavía de tierra, había sólo un canal de televisión y el noticiero se emitía de noche. Pero la posibilidad de una guerra se leía en el diario RÍO NEGRO, se oía en la radio, se hablaba en las escuelas. La región podía ser blanco de un ataque.
El 12 de diciembre de 1978, se informaron las siete instrucciones para cumplir con el “Operativo oscurecimiento” que se realizaría dos días después bajo estricto control militar. En tono castrense, el poder ordenaba cubrir bien puertas, y ventanas, no circular por las calles, y ante cualquier emergencia individual, “como partos, accidentes u otras urgencias médicas, dirigirse a los jefes de manzana para ser evacuados por los servicios de seguridad”.
Lo de los sea monkeys también se oía en las radios, y sobre todo en los recreos. Despertaban una fascinación morbosa, la posibilidad de convertirnos a todos en Víctor Frankenstein, capaces de insuflar existencia a unas criaturas aparentemente rosadas y, según la publicidad, de aspecto mitad humano mitad crustáceo. Pero sólo los que viajaban a Buenos Aires volvían con el polvo mágico, la pecera, y la ilusión de que brotara esa “vida instantánea”.
Los Sea Monkeys costaban en ese momento 8.900 pesos; el azúcar 845. No es que fueran inaccesibles, pero mis padres se negaron. Dijeron que era una mentira absurda, que de ninguna manera.
*
En el Alto Valle hubo dos oscurecimientos, con todos sus preparativos. Llevaba más tiempo la organización que la hora que duraba, de 22:30 a 23:30. Toda la familia se ocupaba de cubrir con diarios y frazadas cada una de las claraboyas y ventanas. Revisábamos si las rendijas dejaban escapar luz, y después comíamos a la luz de la vela, susurrando, como si los aviones pudieran oírnos. A los que no cumplían, decían, les arrojaban desde un avión bolsas de arena sobre el techo, algo así como la recreación del estruendo de una bomba.
A los chicos, las dos cosas nos daban una mezcla de espanto y adrenalina: el simulacro de guerra, que transformaba la ciudad en un juego de sombras con perspectivas dramáticas y castigos terroríficos; los sea monkeys, con la inquietante posibilidad de ver nacer un monstruo en nuestras casas, cobrar vida, quizás mientras dormíamos.
La guerra -esa guerra- no ocurrió. La Operación Soberanía que fue puesta en marcha la noche del 21 al 22 de diciembre, con el 4º Batallón de Infantería de Marina a punto de desembarcar en las islas en disputa, fue abortada poco antes de las 4 de la madrugada cuando la junta militar argentina que entonces gobernaba el país, resolvió aceptar la mediación del papa Juan Pablo II.
Los Sea monkeys, ya se sabe, fueron una estafa. Lo que venía en esas bolsitas eran vulgares artemias salinas. Ese crustáceo diminuto, que se mantiene en estado latente dentro de unos huevos hasta entrar en contacto con el agua, no sólo servía desde hace años como alimentos a los peces, sino que además se obtenía a sólo 320 kilómetros de Roca, en las Salinas del Gualicho. Como sea, los Sea Monkeys desaparecieron rápido del mercado y de las charlas. Nos olvidamos del engaño, y de la fantasía hecha añicos.
Lo otro, la guerra, dejó de ser un simulacro apenas cuatro años después, en 1982, en Malvinas. No hubo oscurecimientos esa vez. Todo fue real y hubo tantos muertos.
Comentarios