La interna más extraña

Desde hace varios años los interesados en las vicisitudes de la política nacional están esperando que, por fin, el exvicepresidente y a partir de diciembre del 2007 gobernador bonaerense Daniel Scioli rompa definitivamente con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Sin embargo, para frustración de casi todos, incluyendo a la presidenta, Scioli se ha negado a hacerlo. Aunque en una oportunidad dejó saber que aspira a mudarse un día a la Casa Rosada, lo condicionó a la voluntad de la ocupante actual, dando a entender que si intentara continuar en el cargo más allá de diciembre del 2015 la apoyaría. Si bien ciertos simpatizantes de Scioli lo han criticado por su mansedumbre aparente, atribuyéndola a su presunta pusilanimidad y preguntándose si no sería demasiado débil para gobernar un país tan difícil como la Argentina, no cabe duda de que su forma atípica de hacer política le ha servido muy bien. A pesar de todo lo ocurrido tanto en su distrito como en el resto del país, sigue contando con un nivel envidiable de aprobación, uno que supera por mucho el de Cristina. Por ser la política una actividad sumamente competitiva, es de suponer que Scioli entiende muy bien que Cristina es su rival y que tarde o temprano tendría que derrotarla, pero también es consciente de que no le convendría permitirle hacer de él el blanco de una campaña furibunda destinada a dejarlo fuera de combate. Asimismo, parece haberse convencido de que la ciudadanía no comparte el gusto de los kirchneristas por las lucubraciones ideológicas y “los relatos” resultantes, de suerte que, para diferenciarse de la presidenta, se ha limitado a llamar la atención sobre su propio estilo que, claro está, no tiene nada en común con el favorecido por los oficialistas más entusiastas. Habla con todos, no teme a los periodistas y siempre se muestra afable, de tal modo brindando la impresión de representar una corriente política radicalmente ajena a la de Cristina y de los jóvenes turcos de La Cámpora que la acompañan. Por lo demás, merced a su trayectoria parece evidente que, en el caso de que sucediera a Cristina en el poder, emprendería una política económica decididamente distinta de la actual. Puede que se ubique “a la izquierda” del jefe de Gobierno porteño Mauricio Macri, pero la verdad es que en el ámbito así supuesto ocupa un lugar casi idéntico al del presunto líder de la “derecha liberal” autóctona. Los peronistas nos tienen acostumbrados a los conflictos internos entre diversas facciones comprometidas con ideologías mutuamente incompatibles, como los que continuaron motivando enfrentamientos violentos cuando gobernaba el país una dictadura militar, pero, por fortuna, en la actualidad la interna tiene más que ver con estilos diferenciados que con una guerra civil larvada entre los deseosos de dar a luz a “una patria socialista” y los resueltos a mantener a raya a “los yanquis y marxistas”. Aunque en ocasiones la retórica kirchnerista se asemeja mucho a la empleada por aquellos que, como los totalitarios que algunos son, se aseveran decididos a “ir por todo”, nadie cree que estemos por ver una reedición de la violencia que hace casi cuatro décadas despejó el camino para los militares. Luego de algunos años de furor verbal y de una gestión muy torpe en nombre de un “relato” extravagante, son cada vez más los peronistas –además, huelga decirlo, de quienes no lo son– que quieren que la Argentina sea un “país normal”, uno más tolerante y pluralista en el que rija el sentido común. De los dirigentes peronistas que están en condiciones de sacar provecho del hartazgo que tantos sienten Scioli parece ser el mejor ubicado, de ahí su voluntad de soportar con estoicismo socarrón los ataques de los paladines del cristinismo, a sabiendas de que lo ayudan a conservar la imagen de ser un presidenciable capaz de asegurar cierta tranquilidad. En cambio, si prestara atención a los consejos de quienes quisieran que rompiera ya con Cristina, desatando así una lucha que a buen seguro sería brutal, el mero hecho de verse involucrado en un conflicto que tendría repercusiones institucionales muy fuertes podría privarlo de su ventaja principal, la idea de que está mucho más interesado en convivir pacíficamente con todos en un clima de respeto mutuo que en provocar una crisis de desenlace imprevisible.

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