La inflación argentina como (mala) “política de estado”

El deterioro real de la economía no se detiene y el nivel de precios no deja de crecer. La dinámica monetaria es un elemento históricamente determinante.

Por Dr. Pablo Guido

Ceros. La emisión desmedida ha generado una inusitada pérdida de valor para la moneda nacional.

La Argentina sufre, desde hace aproximadamente 75 años, un problema inflacionario evidente. Solo hemos tenido unos pocos años prácticamente sin inflación, entre 1993 y 2001, con un promedio anual de incremento de precios menor al 1%.
Desde que se creó el Banco Central en 1935 el aumento anual promedio de los precios fue del 53% o un acumulado de 385.000 000.000.000.000% (385 mil billones). Una extravagancia que nos coloca entre los países más “enfermos” de inflación de la historia de la humanidad.


Definamos algunas cuestiones básicas. El dinero es un medio de cambio aceptado por la gente, en mayor o menor medida, en función de la estabilidad en su precio. El precio del dinero (o su poder de compra) es la cantidad de unidades monetarias que hay que entregar para adquirir un bien o servicio a cambio. Está claro que nuestra moneda no ha parado de perder poder de compra a lo largo de los últimos 75 años. Es por eso que en las últimas cinco décadas hemos tenido cinco signos monetarios y le hemos eliminado 13 ceros a las distintas monedas. Un peso actual equivale a 10.000.000.000.000 (10 billones) de pesos moneda nacional.

Cuando aumenta la oferta monetaria los precios de los bienes y servicios crecen generando una caída en el precio del dinero.


¿Por qué la economía argentina tiene este problema?
La inflación es el aumento generalizado y sostenido de los precios. Su contracara es la pérdida constante del poder de compra de la moneda o la caída en el precio del dinero: con una unidad monetaria compramos cada vez menos productos. ¿Por qué sucede esto? El precio del dinero está sujeto a las mismas consideraciones que los precios de los otros bienes y servicios del mundo: su variación depende de los cambios en la oferta y en la demanda.

El precio de los tomates, de los autos o de los barbijos depende de las variaciones en la oferta y en la demanda de dichos productos. Para que caiga el precio de esas mercancías tiene que suceder un incremento en la oferta del producto o una caída en la demanda del mismo o ambas cosas de manera simultánea. Para el caso del dinero es igual: para que el precio del mismo disminuya (que compre menos cosas) tiene que incrementarse la oferta monetaria o tiene que caer la demanda de dinero, o ambas cosas a la vez.

Causas. La discusión gira hace décadas en torno a cuáles son los determinantes del avance de los precios.


Veamos primero el lado de la demanda monetaria. Las personas demandan dinero para atesorar (guardar dinero “debajo del colchón”) con el objetivo de tener “liquidez” por las dudas, por si en el futuro hay que hacer algún gasto imprevisto. En épocas de mayor incertidumbre la gente tiende a incrementar el atesoramiento, aumentando así la demanda de dinero. Cuando la gente atesora más dinero los precios de los bienes y servicios tienden a bajar. Es decir, aumenta el precio del dinero o su poder de compra. Y viceversa, cuando la gente desatesora dinero para adquirir bienes o servicios, los precios de dichos productos suben, disminuyendo así el poder de compra del dinero.


El otro motivo por el cual las personas demandan dinero es la producción de bienes y servicios: cuando alguien vende un producto está demandando dinero. Cuando producimos más cosas el precio de las mismas disminuye, incrementándose así el precio del dinero (compramos más cosas con la misma cantidad de dinero que antes). Y viceversa, cuando cae la producción aumenta el precio de dichos bienes y, por lo tanto, cae el poder adquisitivo del dinero (se pueden comprar menos cosas con la misma cantidad de dinero). Tenemos así que cuando la demanda de dinero cae el precio del mismo también cae, reflejándose en el incremento del precio de los bienes y servicios. Y cuando la demanda de dinero sube el precio del mismo también aumenta, reflejándose en una caída en el precio de los bienes y servicios.

Lo que ha provocado que la moneda argentina pierda valor es que la oferta monetaria crece a mucho mayor ritmo que la demanda de pesos.


Ahora pasemos a analizar la oferta monetaria. Desde la segunda mitad del siglo XVII los que producen moneda son los bancos centrales, quienes tienen el monopolio legal para emitir billetes de curso legal en un determinado territorio. De esta manera el banco central es el único emisor de billetes “físicos”, lo que se conoce con el nombre de base monetaria, que están en manos de la gente (circulante en poder del público) y en las bóvedas de los bancos comerciales (reservas bancarias).

Es cierto que la base monetaria no es toda la oferta monetaria disponible en un país. También los bancos comerciales complementan aquella, mediante el proceso de los depósitos y los créditos. En otras palabras, lo que conocemos como oferta monetaria (o M1) es la sumatoria del circulante en poder del público y los depósitos en cuenta corriente. Cuando aumenta la oferta monetaria los precios de los bienes y servicios crecen generando una caída en el precio del dinero. Y cuando disminuye la oferta monetaria ocurre lo contrario, caen los precios de los bienes y servicios generando un aumento en el precio del dinero.

La única solución, a esta altura de las circunstancias, es quitarle al Estado el poder de emitir dinero, o permitir la competencia legal de monedas.


Hecha la anterior explicación ahora sí podemos decir que la inflación, la pérdida del poder de compra de la moneda (o la caída del precio del dinero), es consecuencia de una variación de la oferta monetaria a mayor ritmo que la variación en la demanda de dinero. Por ejemplo: si la oferta monetaria se incrementa, supongamos, un 50% y la producción de bienes y servicios aumenta un 5%, manteniéndose el atesoramiento constante, el nivel de precios se incrementará. Se incrementarían mucho más los precios si con un aumento de la oferta monetaria cayeran la producción y el atesoramiento.


Claro que los cambios en los precios no se producen instantáneamente, llevan tiempo, tienen un retraso. Así como sucede cuando empezamos una dieta, la baja de peso comienza a observarse con el paso del tiempo, no es inmediato. Si aumenta la oferta monetaria a la misma velocidad que la demanda de dinero (producción + atesoramiento) se logra estabilidad en el precio del dinero, y su contracara es la estabilidad en los precios de los bienes y servicios. Por supuesto que, como en todo mercado, la oferta de dinero podría circunstancialmente crecer un poco por debajo o un poco por encima de lo que crece la demanda de dinero, generando pequeñas oscilaciones en el poder adquisitivo del dinero.


Lo que ha provocado que la moneda argentina pierda constantemente valor (también el resto de las monedas del mundo, pero en menor medida que la nuestra) es que la oferta monetaria crece a mucho mayor ritmo que la demanda de pesos, al menos desde mediados del siglo XX hasta la fecha.
“Confiar nuestra moneda al gobierno, es como confiar nuestro canario a un gato hambriento”, decía Hans Sennholz, economista norteamericano. Esta es la situación que vivimos desde hace 75 años los argentinos.

Le hemos confiado nuestra moneda al Estado argentino, que es una organización que no solo tiene un sesgo marcado hacia el dispendio del gasto público y un crónico déficit fiscal, sino que lo ha financiado en gran parte mediante una desmesurada emisión monetaria. En los últimos 20 años, entre 2001 y 2021, la base monetaria se multiplicó por 100 (9.985%), creciendo desde los casi $30.000 millones a los casi $3 billones actuales. Los precios crecieron, en el mismo lapso, también 100 veces (9.940%). Así, durante el mismo período, la oferta monetaria (M1) creció un 27,1% anual promedio, y los precios subieron un 24,3% al año en promedio.


En los 108 años de historia del banco central de EEUU (Reserva Federal) la inflación acumulada fue de 1240% o 3,1% anual. Nuestro banco central lo ha hecho muchísimo peor: en los 85 años de existencia ha logrado promediar un 53% de inflación anual, reventando cuatro signos monetarios y con altas probabilidades de hacerlo también con el último que adoptamos hace casi 30 años.

Los administradores de la moneda argentina, los funcionarios públicos y los políticos, no quieren perder el monopolio de emisión monetaria porque de esa manera pueden seguir financiando la gran fiesta de gasto público en la que han convertido al país para continuar redistribuyendo ingresos y patrimonios y así mantenerse en el poder.

El único momento en el que la dirigencia política argentina, en los últimos 75 años, se vio obligada seriamente a buscar un camino de estabilidad monetaria (la Convertibilidad) fue después de las dos hiperinflaciones de 1989 y 1990, cuando la población huyendo del austral generó un colapso en la demanda de moneda local. El régimen de convertibilidad permitió renovar la confianza suficiente en el público para que volviera a aceptar (demandar) la moneda local. Pero a principios del 2002 el Estado volvió a sus usos y costumbres, a emitir para financiar el gasto público, rompiendo la convertibilidad. Lo que pasó en los 20 años siguientes es la historia de siempre.


Los niveles de inflación de Argentina no son compatibles con el crecimiento económico. Suponer que en un contexto inflacionario del 20%, 30%, 40% o 50% anual las inversiones van a “llover” es tan fantasioso como creer que se puede adelgazar comiendo milanesas, papas fritas y helado de chocolate todos los días. En el mejor de los casos nuestros niveles de inflación actuales son compatibles con una economía estancada, con un deterioro lento pero constante en los ingresos de la población, con un nivel de pobreza superior al 30%, y con empresas y recursos humanos buscando otros horizontes.

Si la dirigencia política quiere eliminar la inflación tiene que saber un par de cosas: 1) que reducir la inflación de los niveles actuales a algo “civilizado” (menos del 5% anual) no puede hacerse gradualmente dada nuestra historia; 2) que la moneda de reserva es el dólar, que la unidad de cuenta es parcialmente el dólar y que el peso solo se utiliza para transacciones diarias menores; y 3) que el nuevo régimen monetario tiene que lograr generar una credibilidad y confianza tales en la población que el cambio tendrá que ser disruptivo. Me atrevería a decir que la única solución, a esta altura de las circunstancias, es quitarle al Estado el poder de emitir dinero o, en su defecto, permitir la competencia legal de monedas.


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