La indefensión de los cubanos ante los atropellos del régimen
El escritor Ángel Santiesteban está escondido en algún lugar de La Habana. Ha declarado que corre peligro y que por ello vive de manera clandestina, porque el régimen cubano lo busca para encarcelarlo por haber participado en las protestas del 11 de julio. Santiesteban quiere evitar lo que le ha ocurrido a muchos de los ciudadanos que salieron a las calles a ejercer su derecho —aceptado en la Constitución, pero negado en la práctica— de manifestarse en contra del régimen y que no fueron apresados en ese momento, sino identificados luego por videos o en declaraciones de manifestantes ya detenidos: que las fuerzas policiales toquen a su puerta, le esposen las manos y lo trasladen a algún calabozo para posteriormente enjuiciarlo.
Las redes sociales de los cubanos están inundadas de denuncias que llevan los rostros y cuerpos de centenares de personas siendo interrogadas o que han sido sentenciadas en juicios sumarios y están en prisiones. También llevan los rostros —en menor medida— de aquellos cuyo paradero, más de 20 días después de las protestas, aún no se conoce. Mientras tanto el régimen, dueño y señor de todas las emisoras de radio, todos los periódicos y todos los canales de televisión del país, manipula la situación negando las violaciones de derechos humanos y del debido proceso judicial que están padeciendo estos ciudadanos y sus familias.
La estrategia del régimen es la de siempre: victimizarse en público; ponerse en el rol de agredido y no de agresor para vender la imagen de que lo sucedido en Cuba es una operación gestada en Estados Unidos —en vez de una reacción espontánea por la indignación social del pueblo— y así justificar su feroz represión.
Ahora que los lentes de los medios internacionales se alejaron de Cuba porque el bullicio en las calles ya pasó, ahora que el debate superfluo de la intelectualidad progresista sobre si esta isla es verdaderamente una dictadura o no —obvio que sí— se tomó un receso, ahora es que los cubanos estamos padeciendo la resaca de las protestas. Y esa resaca arrastra un saldo de casi 760 cubanos que están ahora mismo desaparecidos o detenidos en cárceles o en sus propios domicilios bajo medidas cautelares.
La cifra anterior la ha tenido que conformar con mucha dificultad —por, entre otras cosas, los cortes de internet intencionados del régimen— la sociedad civil cubana nucleada alrededor del Centro de Información Legal Cubalex, pues el régimen ni siquiera ha tenido el pudor de reconocer la menor de sus arbitrariedades.
Los menores de edad encarcelados, los juicios sumarios sin derecho a defensa y sin la presencia de familiares, y las torturas a las que han sido y están siendo sometidos los manifestantes, son evidencia fundamental para entender que el régimen está dispuesto a responder ante el estallido social de manera tajante. Todo parece indicar que los manifestantes apresados pagarán los platos rotos de la molestia generalizada en el país a manera de escarmiento ejemplarizante para evitar que se vuelva a producir otro levantamiento popular.
Las redes sociales de los cubanos están inundadas de denuncias que llevan
los rostros de centenares de personas siendo interrogadas o que están en prisiones.
El castrismo, un viejo zorro experimentado en revertir escenarios desfavorables, está intentando tornar las protestas a su favor y ajustar algunas cuentas que tenía pendiente. Ya que la gente osó salir a la calle en masa por primera vez en 62 años y nos desafió, parecen haber dicho aprovechemos. Aprovechemos este contexto y encarcelemos por fin al artista Luis Manuel Otero para acabar de dinamitar al Movimiento San Isidro, cuyos líderes están presos o en el exilio. Aprovechemos y volvamos a encerrar al opositor José Daniel Ferrer y a otros activistas políticos. Aprovechemos y coaccionemos aún más a los periodistas independientes que siguen contando la realidad. Aprovechemos para, a golpe de represión, intimidar a toda esa ciudadanía que cada vez más está dispuesta a cambiar el orden de las cosas en el país.
Con este barrido el régimen, lamentablemente, garantiza un saldo positivo de las protestas pese a comprobar que los cubanos están dispuestos a poner el cuerpo para exigir los cambios necesarios que urgen en el país. Lo que sucedió en Cuba podría resumirse así: los cubanos perdieron el miedo, aunque sus cuerpos siguen soportando las cadenas de la indefensión.
Esa limpieza no deshojará de tajo ni por completo la inconformidad de los cubanos hacia el régimen. La represión ordenada por el presidente Miguel Díaz-Canel, la violencia de las fuerzas policiales ejercida durante las protestas, la manipulación burda de la información y la intransigencia del régimen: lo único que todo esto puede provocar, más allá del sufrimiento de las familias por los presos políticos, es una repulsión irreversible hacia el castrismo y sus defensores.
* Columnista de The Washinton Post
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