La estudiante de astronomía

Enamorada del firmamento, Jocelyn Bell Burnell fue la auténtica descubridora del primer pulsar en 1967. Se empeñó en investigar la procedencia cósmica de peculiares radioseñales que catalogaron como Little Green Men: esos “hombrecillos verdes”.

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Jocelyn Bell-Burnell es una astrofísica de éxito, habiendo alcanzado el título nobiliario de “Dame” en Inglaterra, el equivalente femenino del mucho más conocido honorífico masculino “Sir”. Su carrera científica es notable, pero lo más espectacular fue su comienzo, cuando en la década de 1960 y durante su trabajo de tesis creyó durante un breve tiempo haber descubierto señales de seres inteligentes en el espacio. Los extraterrestres resultaron no existir, pero las observaciones de Jocelyn Bell dieron lugar a un Premio Nobel de Física, aunque no para ella sino para su director de tesis.

El asunto ocurrió más o menos así:

Jocelyn Bell estaba a cargo de analizar los datos de un nuevo radiotelescopio para su tesis cuando encontró una señal extraña que no se parecía a ninguna señal normal de la radioastronomía conocida. Estaba inspeccionando a ojo unos 30 metros de papel registrador por día porque las computadoras eran un lujo imposible en los 60. Y puso suficiente atención en sus metros de datos como para percibir una anomalía, que al principio llamó “scruff”. Dado que la señal se repetía a intervalos regulares, cambió el registrador para ver con más detalle y en el momento señalado, vio que había pulsos regulares separados por poco más de un segundo. Ningún objeto astronómico conocido hacía eso, y tanta regularidad parecía artificial. De manera que en el papel del registrador empezó a identificar los pulsos de radio como LGM-1. Era una abreviatura de “Little Green Men” o sea “hombrecitos verdes”, pensando en los típicos marcianitos de dibujo animado. Las tesis a menudo tienen largos períodos monótonos, los tesistas se tienen que divertir con lo que hay a mano y Jocelyn inventó los LGM como chiste privado en medio de los rollos de su registrador.

Al principio la cosa no le hizo gracia a su jefe, el profesor Anthony Hewish de la Universidad de Cambridge. Al fin y al cabo, el objetivo de la tesis era otro, y no era cuestión de perder tiempo en señales que a lo mejor venían de los bomberos, la policía o alguna fuente terrestre. Un problema con la radioastronomía es la contaminación con señales humanas, y Hewish había construido el radiotelescopio para ver el cielo, no la Tierra. Pero Jocelyn Bell también había participado en la construcción del aparato, martillo en mano y sentía que tenía derecho a pensar por su cuenta.

Bell, a pesar de que Hewish estaba en desacuerdo, no abandonó su búsqueda personal de los LGM y encontró otra señal parecida en un sector totalmente diferente del cielo. Además, las señales seguían un cronómetro que parecía sincronizado con lo que los astrónomos llaman tiempo sideral. Éste es un poco diferente del tiempo solar normal, que rige la actividad de la mayoría de los seres humanos, exceptuando a los astrónomos cuando miran estrellas. Es decir que había una evidencia más de que la señal no era de origen humano, pero dado que era difícil que hubiera dos civilizaciones llamando a la Tierra simultáneamente desde extremos opuestos del Universo, era muy probable que tampoco fuera artificial. Le cambiaron el nombre a “pulsar”, y para entonces Hewish y Martin Ryle estaban convencidos de haber descubierto algo importante.

Publicaron el descubrimiento en la prestigiosa revista Nature, y Jocelyn Bell terminó su doctorado en el tema originalmente propuesto, con un apéndice sobre los antiguos LGM, rebautizados pulsares. La comunidad científica tardó un tiempo en entender el origen de estos objetos, pero finalmente hubo consenso en que las señales venían de un tipo de las llamadas “estrellas de neutrones”, que habían sido propuestas teóricamente años antes.

La enorme fuerza gravitatoria de una estrella hace que colapse sobre sí misma cuando se termina el hidrógeno que la mantiene caliente y expandida. Según el tamaño de la estrella, queda un remanente muy denso, los átomos individuales han colapsado hasta formar un gran núcleo de neutrones. Este objeto puede emitir señales de radio y gira muy rápidamente, cerca de una vez por segundo. La señal de radio es como la luz de un faro que girara a esa velocidad. Cada segundo, veríamos un destello de luz. O como observó Jocelyn Bell en su registrador, un pulso de radio cada segundo. Nadie había detectado antes una estrella de neutrones hasta el descubrimiento del grupo inglés.

Por su trabajo en las técnicas de radioastronomía que permitieron descubrir los pulsares, Hewish y Ryle compartieron el premio Nobel de Física en 1974. Hubo quien consideró injusta la exclusión de Jocelyn Bell, pero la interesada declaró que le parecía lógico que los estudiantes de doctorado no merecieran el premio por un trabajo de tesis planteado por el director.

En parte su posición es lógica, ya que la casualidad ayudó y el aparato era ideado por otros, pero eso subestima la habilidad de reconocer un evento significativo y la constancia en seguir el resultado. Hubiera ayudado que Hewish fuera más generoso al reconocer el mérito de su alumna, por ejemplo dándole el primer lugar en la lista de autores del trabajo pionero, pero el profesor colocó su propio nombre al frente y a Bell segunda.

Para 1974 Bell estaba casada y era madre de un bebé, pero además participaba en otro trabajo astronómico de punta, esta vez con un satélite, el Ariel V, que detectaba los Rayos X provenientes de las estrellas. Cuando alguien la llamó para preguntarle si había oído las noticias, pensó que había pasado algo con su satélite, pero no era así. Se estaban refiriendo al premio Nobel.

Tal vez fue una decepción perder un premio tan importante pero no parece que Jocelyn Bell se hubiera desanimado. Continuó investigando en muchas áreas de la astronomía en lugares diferentes, debido a que la familia se desplazaba según los trabajos del esposo. En todos estos campos su trabajo fue brillante, demostrando que lo de su tesis no fue pura buena suerte.

Sin embargo las dificultades de género existían. Cuando nació su hijo, la Universidad no había oído hablar de licencia por maternidad para los docentes, ella era la primer profesora mujer. Bell recuerda otras instancias, pero el hecho es que no alcanzaron para disuadirla de seguir su vocación y aportar resultados interesantes a las observaciones astrofísicas desde diferentes enfoques.

Jocelyn Bell cumplirá los 70 años en 2013, sigue activa en la profesión y da charlas sobre astronomía para todo público, ya que le interesa también la divulgación de la ciencia.

Para el que entiende inglés, vale la pena buscar lo que ha escrito en divulgación o buscar sus entrevistas con la BBC, que tienen subtítulos en español. Una oportunidad de leer o ver y oír a una científica actual, preocupada por acercar su trabajo al público y también por mostrar a otras mujeres que la ciencia puede ser una opción a la hora de elegir profesión. Un ejemplo para demoler el mito, falso y dañino, de que las mujeres no tienen aptitud o vocación para la ciencia.

(*) Doctor en Física. Trabaja en el Centro Atómico Bariloche y es profesor en el Instituto Balseiro

javier luzuriaga (*)


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