La democracia en la picota


Las utopías actuales pueden parecer de derecha o de izquierda, pero todas tienen algo en común: la política democrática tal como la conocimos en estos dos siglos ya no es un ideal de mayorías.


Por qué la democracia es tan cuestionada en nuestra época? Porque vivimos la mayor rebelión tribalista desde que fundamos la ciudad hace 10 milenios. Durante millones de años, los primates que llegaron a ser homo sapiens vivieron en manadas. Al principio, las manadas diferían poco de las de sus primos chimpancés: unas decenas de individuos viviendo juntos, bajo el reinado de un jefe que tenía todas las hembras. De esos millones de años, la evolución nos ha dejado mucho que hoy escondemos bajo la ropa, pero que sigue mostrando nuestro intimidad animal.

Desde los sesgos cognitivos, que obnubilan constantemente al pensamiento racional, hasta el espíritu de manada -que alcanza la forma de tribu- proviene de aquel origen primate. Esa forma de vivir (la tribu paleolítica) está impresa en nuestros genes y es la que determina muchas de nuestras decisiones y sostiene la mayoría de las emociones que tenemos.

Pensar críticamente es muy costoso en términos materiales. Exige mucha energía. Además suele ser doloroso en términos psicológicos. Por eso la mayoría de las personas no piensa críticamente.

Entre nuestro ideal actual (vivir solos, no depender de nadie, estar emponderados, ser emprendedores, creativos, máquinas capaces de todo sin contacto con el resto de la humanidad) y la tribu paleolítica está el neolítico y la invención de la ciudad: la prótesis humana. Fue brutal el salto civilizador que significó pasar de tribus aisladas (de no más de 120 individuos bajo una jefatura única y moviéndose todo el tiempo para ir de territorio en territorio de caza y recolección) a ciudades de algunos miles (que obligaban a asentarse en ellas). Vivir de a muchos nos hace más terriblemente poderosos, pero nos estresa.

Al principio los gobiernos eran reinados: patotas de seres poderosos que gobernaban porque tenían el dominio de la violencia. Con el tiempo eso cambió: la revolución norteamericana instauró formas republicanas y democráticas que fueron puliéndose a lo largo de dos siglos. Dos siglos de democracia republicana no parecen mucho, pero coincidieron con el mayor crecimiento económico y material de la especie humana: pasamos de ser 800 millones de individuos a 8.000 millones.

Tenemos el cerebro del primate de hace 6 millones de años del que provenimos; ese primate que vivía en grupos de 40 individuos. A la vez que materialmente parecemos no tener límites, nuestro cerebro -esa máquina que guía todo este proceso- está diseñado para vivir en pequeños grupos -siempre en grupo- y obedecer al jefe. Por eso nos fascina estar de acuerdo con la gente que nos gusta. Por eso mismo nos repele la gente de “otro grupo”.

Podemos reflexionar y cambiar estos patrones. Es el trabajo de nuestra racionalidad. Es lo que llamamos pensamiento crítico. Pero pensar críticamente es muy costoso en términos materiales. Exige mucha energía. Además suele ser doloroso en términos psicológicos. Por eso la mayoría de las personas no piensa críticamente.

La democracia ya no nos conforma porque vemos a los funcionarios políticos como una tribu enemiga. Es muy poca la gente que siente que un diputado o un ministro son “sus representantes”. Como somos individuos que deben valerse por sí mismos en contra de todos los demás y sin cuidar de nadie nos cuesta vernos como partícipes de un proyecto común masivo llamado “sociedad”.

Hoy la utopía es vivir sin democracia, en pequeñas comunidades autosustentables con aquellos que piensan igual que uno.

La sociedad es vivida por las generaciones más jóvenes como una masa de zombies que los acosan, como en las series que hoy son más populares en Netflix. El gobierno de esa sociedad -la democracia- es vista como una farsa que empondera a los políticos “sucios y malvados”. Ante el derrumbe de la democracia como la utopía social (esa tecnología que resolvía los conflictos de vivir junto a millones) solo queda refugiarse en pequeñas manadas dispersas en el bosque de la utopía. Huir de los grandes conglomerados copados por los zombies a las pequeñas tribus amigables.

Las redes sociales nacieron en el momento en el que surgió la generación que ve a la democracia como algo a destruir y a la política como algo siniestro. Hoy la utopía es vivir sin democracia, en pequeñas comunidades autosustentables con aquellos que piensan igual que uno.

Las utopías actuales pueden parecer de derecha o de izquierda, pero todas tienen eso en común: la política democrática tal como la conocimos en estos últimos dos siglos ya no es un ideal de mayorías. Solo les interesa a los viejos. El ideal de la época es volver a la manada originaria. Estar solo con los “iguales” y combatir al resto. Es la guerra tribal urbana y violenta disfrazada de la vida en paz en el bosque ecológico y feminista.

Esta crítica a la democracia no busca “mejorarla”: es antidemocrática. Considera a la democracia un enemigo a destruir. Estamos viviendo un momento parecido a la caída de la República de Weimar. Hay una generación nueva dispuesta a apoyar al nuevo líder tribal que lidera la guerra en contra de la democracia. Solo falta que ese líder aparezca, como sucedió en 1933 en Alemania.

Entonces el mundo va a temblar.


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