La crisis apenas ha comenzado

Si bien es factible que, de resultas de las revueltas que están agitando el mundo árabe, muchas autocracias terminen siendo reemplazadas por gobiernos democráticos, el optimismo en tal sentido que está manifestando la mayoría de los analistas occidentales no se ve compartido por todos los habitantes de los países afectados. Desde que el suicidio de un vendedor callejero tunecino desató la reacción en cadena que pronto causaría disturbios en Mauritania, Argelia, Egipto, Yemen y Jordania, ha aumentado tanto la cantidad de inmigrantes indocumentados procedentes de África del Norte que procuran alcanzar Europa a bordo de embarcaciones precarias que el gobierno italiano se ha sentido constreñido a declarar el estado de emergencia humanitaria. Desgraciadamente para los miles de personas que quieren probar suerte en la Unión Europea, les espera una recepción decididamente fría. En todos los países de la UE se está intensificando la hostilidad hacia las ya nutridas minorías musulmanas por la negativa tajante de algunos integrantes a respetar las pautas locales. Por lo demás, fuera de Alemania la tasa de desocupación ha subido mucho a partir de la crisis financiera del otoño boreal del 2008 –en España, supera el 20%–, de modo que escasean trabajos aptos no sólo para los recién venidos sino también para los inmigrantes ya instalados, muchos de los cuales han tenido que regresar a su país de origen presionados por gobiernos europeos que no ocultan su voluntad de expulsarlos. Entre las causas del malestar que se ha apoderado de todos los países musulmanes de África del Norte y el Oriente Medio está la incapacidad patente de los “modelos” económicos existentes para crear los millones de empleos adecuadamente remunerados que se necesitarían para satisfacer las expectativas de una multitud enorme de jóvenes. En Egipto y Túnez voceros de los regímenes que sucedieron a los dictadores derrocados, Hosni Mubarak y Ben Ali respectivamente, dicen que no tardarán en poner en marcha programas destinados a ayudar a los desocupados “estructurales” a encontrar los empleos que están reclamando, pero es legítimo suponer que sólo se trata de palabras. Después de todo, los homólogos europeos y norteamericanos de los funcionarios árabes aún no han logrado atenuar el problema planteado por el desempleo juvenil a pesar de disponer de recursos económicos y administrativos que son muy superiores a los de países como Egipto, Túnez y Yemen. Es de prever, pues, que en los próximos meses se haga sentir cada vez más la frustración que sienten los jóvenes egipcios, tunecinos, argelinos y otros. A los regímenes militares que se han encargado de “la transición” no les será demasiado difícil permitirles disfrutar de más libertad, pero sí lo sería implementar reformas que sirvan para crear empleos dignos para los relativamente bien instruidos, y ni hablar de las perspectivas que enfrentan los analfabetos que, en Egipto y Yemen, constituyen una parte sustancial de la población. Los muchos pobres del “Gran Oriente Medio” que están tratando de trasladarse a Europa porque temen que a sus propios países les aguarde un período tal vez prolongado de violencia política y confusión económica no son los únicos que están buscando más seguridad. Igualmente nerviosos están los habituados a cierto grado de bienestar. Ya se ha detectado una incipiente fuga de capitales que, claro está, no se limita a los esfuerzos desesperados de multimillonarios privilegiados por los ya ex dictadores por trasladarse, acompañados por los patrimonios impresionantes que se las arreglaron para acumular merced a sus vínculos con el poder, a Europa, América del Norte, los emiratos del Golfo Pérsico u otros lugares donde creen que se sentirían a salvo. También hay señales de que muchos empresarios y profesionales de clase media se sienten lo bastante preocupados por lo que está ocurriendo como para querer alejarse de los países árabes inestables hasta que se hagan más previsibles. Las dificultades económicas adicionales ocasionadas por la huida de capitales y el impacto negativo del caos en el turismo asegurarán que la “transición hacia la democracia” sea sumamente ardua aun cuando, para indignación de muchos norteamericanos y europeos, los gobiernos de los países más ricos decidieran aumentar la ayuda económica.

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