La casa donde se respiran los olores del pasado colonial

Una antigua casona, en Carmen de Patagones, forma parte de un recorrido guiado que cuenta los orígenes de la comarca y recrea los aromas y las labores de antaño.

El nervio olfativo queda sensibilizado entre los visitantes que se transforman en testigos luego de un extravagante recorrido por La Carlota.

Allí entran en un embudo temporal. Y se sitúan frente un hedor imaginario que despedían en la época colonial el cebo de las velas, la bosta de vaca empleada en braceros para ahuyentar mosquitos, el orín de las bacinillas como antepasado de los inodoros o la carne hervida, de acuerdo a lo que logran reunir los guías turísticos en esa casa histórica.

Ubicada en la intersección de las calles Mitre y Bynon –se debe trepar desde la avenida costanera para llegar al centro del denominado Poblado Histórico de Carmen de Patagones–, constituye una de las viviendas más representativas de la arquitectura lugareña y donde confluyen las pestilencias y trabajos de antaño.

A través del tiempo adquirió significación para los maragatos, como se les llama a los habitantes de esta ciudad, en el extremo sur de la provincia de Buenos Aires. Hasta ahora los documentos encontrados no identifican la fecha exacta de construcción, pero sí se sabe en forma fehaciente que a principios de la década del 1820 se levantaron tres viviendas de similares características: la que se ocupa de reconstruir historias de antaño, el denominado Rancho Rial y la Casa de la Cultura. Se sospecha que fue construida por unos albañiles que deportó –con salario– Bernardino Rivadavia.

Por entonces, el puerto de Patagones era un lugar de confinamiento. Es fiel testimonio del naciente proceso económico y social acontecido en la entonces aldea fundada en 1779, tras su vinculación fluvial-marítima económica con Buenos Aires hacia 1820. La actividad estaba impulsada por la comercialización de carne salada en el río de la Plata. Atrajo a negociantes que llegaban a la zona en busca del producto de los ricas salinas que permitían para producir tasajo, mientras los indios aportaban ganado para la faena.

En ese contexto, se establecieron saladeristas en la banda sur (Viedma), hacendados y comerciantes. El tasajo era la comida de la población colonial, de marineros y esclavos.

Típico rancho edificado con nobles y rústicos materiales: gruesos muros de adobe, vigorosos tirantes de madera y tejas musleras (se armaban con barro en los muslos de los obreros). Integra el conjunto de edificios declarados como Monumento Histórico Nacional.

El recorrido

El visitante ingresa al inmueble trasponiendo la puerta del patio rodeado de rejas y tunas. Afuera huele a malvones, retamas, aromillo y cedrón. Con los años se construyó un aljibe y creció un aguaribay.

Debe su actual denominación a Carlota Martínez de Ibáñez, descendiente de una de las primeras familias pobladoras, que la habitó hasta su muerte registrada alrededor de 1930. Esta célebre unidad habitacional conserva una fotografía de la mujer en el respaldo de la cama del dormitorio junto con una cruz y un colgante en el que se colocaba agua bendita para persignarse tras una oración familiar.

Casi veinte años después, y cuando el deterioro la fue carcomiendo, la casa se convirtió en refugio de linyeras en forma transitoria. Por entonces, y durante la intendencia del médico Carlos Tessari, la Municipalidad la adquirió en un remate por deudas impositivas. Una leyenda callejera recuerda que esa gestión habría demorado la publicación del edicto para que pueda ser rescatada y quede dentro del patrimonio comunitario.

Una fábrica artesanal dentro de un rancho

“El universo de olores era tan intenso que hoy no lo podríamos soportar… La gente se bañaba tres veces al año, no había bidet y se cambiaban la ropa cada 15 días”.

Jorge Bustos, director del Museo Histórico Regional Emma Nozzi.

Luego, una comisión integrada por plásticos de la comarca Viedma-Patagones, encabezada por Julián Llambí, se propuso restaurarla. Fue así que el 22 de abril de 1969 se la habilitó al público, en coincidencia con el aniversario de la fundación de esta ciudad y la vecina Viedma.

En la actualidad funciona como anexo del Museo Histórico Regional Emma Nozzi y las recorridas con orientadores turísticos parten desde este último punto.

Sus visitantes pueden recorrer las tres habitaciones destinadas a sala, dormitorio y cocina, amobladas gracias al aporte de los vecinos.

Un espejo tallado con una amorosa dedicatoria y una cama de hierro labrada puntillosamente sirvieron para que la francesa Dominique Sandá y Federico Luppi rehicieran para el cine los escarceos amorosos de antaño. Estos actores encabezaron el elenco de “Guerreros y cautivas”, una película producida a fines de los 80, dirigida por Edgardo Cozarinsky sobre un guión propio basado en un cuento de Jorge Luis Borges.

Hay bacinillas y jarras de porcelana, braceros, fogón, moldes de velas, rueca para hilar… todos elementos que, junto al relato del guía, sitúan al visitante en muy lejanos tiempos.

Eran épocas en que Patagones estaba aislado por tierra y transcurría como un milagro, al sur de las sucesivas líneas de frontera en pleno dominio indígena, con quienes existía una excelente convivencia por ser proveedores de los saladeros, destacan los informes turísticos de la comuna maragata.

Un entretenimiento gratuito

El paseo es gratuito y se inicia en el Museo Emma Nozzi, ubicado a una cuadra y media de La Carlota.

La recorrida puede extenderse por 15 minutos o varias horas, porque tiene una inmediata repercusión en los visitantes, que incluso hacen comentarios de vivencias propias.

En el libro de ingresos, se acumulan los agradecimientos de turistas provenientes de La Plata, Roca, Caleta Olivia, Puerto Madryn o Buenos Aires.

Fotos Marcelo Ochoa

Costumbres y pestilencias, contadas por el historiador

Patrimonio cultural

La Carlota se puede visitar de lunes a viernes a las 11 y los sábados a las 17:30, anotándose previamente en el Museo Regional.

Carlota M. de Ibáñez vivió allí hasta su muerte en 1930.

Datos

La comarca Viedma-Patagones nació en 1779, casi en coincidencia con los albores de la Revolución Industrial. Sin embargo, las familias tardaron casi un siglo en contar para la vida cotidiana con elementos industrializados y, en ese sentido, para vivir había que fabricar todo.
En varillas había que manufacturar las velas a base de grasa de lobo o vaca y también sobresalía el tufo de los cueros de vaca u oveja que se colgaban en la cocina para producir tientos con una pequeña lezna. El tiento fue el antecesor del alambre con usos múltiples, incluso para atar palos en la construcción de corrales.
En las tareas habituales, las mujeres solían emplear morteros para conseguir harina de maíz y colgar pelos de una cola de vaca para limpiar los peines.
“El universo de olores era tan intenso que hoy no lo podríamos soportar… La gente se bañaba tres veces al año, no había bidet y se cambiaban la ropa cada 15 días”.
“El universo de olores era tan intenso que hoy no lo podríamos soportar”. Así lo percibe Jorge Bustos, director del Museo, una institución que se ocupó de investigar sobre cómo era la vida cotidiana de las familias coloniales y reconstruir momentos domésticos.
Describe que llegar a esta casa u otras de la pequeña aldea “es lo mismo que si hoy quisiéramos protegernos de la lluvia entrando a una vivienda cuya fetidez nos hace huir”, porque en esa época “la gente se bañaba tres veces al año con agua que tenían que transportar desde el río, no había bidet, se cambiaban la ropa cada quince días, la higiene se remitía a una palangana con agua para las manos y la cara, en consecuencia las entrepiernas cero, y eran familias numerosas con trabajo de campo intenso y exudaciones espesas”.
La Carlota se fue llenando de elementos, utensilios y mobiliario mediante una serie de donaciones dispuestas por familias locales. Por caso, junto al fogón y el caldero se muestra una primitiva cocina portátil construida en chapa y que funcionaba en base a leña de piquillín. Tenía un doble propósito: una hornalla hacia arriba para colocar una olla pequeña y en sus laterales de chapa se podían calentar las pesadas planchas de metal para alisar la ropa.
El historiador apunta que los lugareños tomaban café con granos que llegaban verdes al puerto maragato y había que tostar en una sartén, fabricaban sus velas con grasa de vaca o de lobo marino, el pabilo era de lana pura, improvisaban alfombras con lanas sin tratar y olían a oveja, el puchero era de carne durísima –casi putrefacta– y se hervía en un fogón alimentado con leña porque no existían las cocinas, con lo cual los distintos aromas se mezclaban.
Para completar, recuerda que por esa época las mujeres hilaban la lana “que entraban en bolsas, por lo tanto tenemos que hacer de cuenta que tenían tres ovejas en el living, se comía mucha fariña elaborada con harina de mandioca que se traía de Paraguay, y se le atribuye el alto consumo por los presos de ese origen, que recluyeron en Patagones tras la guerra con ese país en la década de 1860”.
Según Bustos, este muestrario sirve para “reconstruir las formas de vida de la gente que le ponía músculo y sangre en la historia, porque esta no sólo se nutre de grandes personajes o rememoraciones de batallas”.
se habilitó al público, en coincidencia con el aniversario de la ciudad. Fue restaurada por una comisión de artistas plásticos de la comarca.
La Carlota se puede visitar de lunes a viernes a las 11 y los sábados a las 17:30, anotándose previamente en el Museo Regional.
22/4/1969
Cueros de vaca u oveja se colgaban en la cocina.
Los objetos permiten reconstruir momentos domésticos.

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