Caso Carrasco: un crimen que terminó con algo más que el servicio militar obligatorio
El homicidio de Carrasco marcó un cambio de época. El hartazgo de la sociedad con los maltratos y abusos dentro de los cuarteles encontró un emergente para movilizarse y terminar con un régimen anacrónico que algunos todavía añoran. Otro asesinato en el mismo lugar reactualiza el debate.
Una madrugada de hace hoy 30 años, un joven de Cutral Co traspasó el ingreso al Grupo de Artillería de Zapala para cumplir con el servicio militar obligatorio. Llevaba consigo los temores y ansiedades de tantos chicos como él en la misma situación. Tres días después, el 6 de marzo de 1994, a la hora de la siesta, se lo vio con vida por última vez. Su cuerpo golpeado y en estado de descomposición apareció al mes, y abrió el paso para una investigación judicial que aún hoy es motivo de controversia. Pero además causó un sacudón institucional del tal magnitud que derribó la colimba, un sistema instaurado en 1901.
Su nombre, la mayoría ya lo habrá descubierto, era Omar Octavio Carrasco. La icónica fotografía de su rostro, con la cual se denunció su desaparición, quedó instalada en la memoria colectiva. Sin embargo algunos detalles del caso han caído en el olvido y resulta oportuno abordar con una nueva mirada aquellos acontecimientos ocurridos en el cuartel de Zapala en el otoño de hace 30 años.
Examinar el crimen de Omar Carrasco es un ejercicio necesario pero no para reeditar un expediente judicial que, con más sombras que luces, ya está cerrado. Es necesario en cambio porque 30 años después otro soldado, esta vez voluntario, Pablo Gabriel Jesús Córdoba, casi de la misma edad, fue asesinado en el mismo cuartel. Y otra vez la conducta del Ejército y de la justicia federal es opaca y siembra dudas.
Es necesario porque en esta época los consensos construidos en democracia son puestos en entredicho, y se propone como futuro el regreso a un pasado presuntamente idílico.
Por eso conviene repasar ciertos acontecimientos de nuestra historia reciente que se intenta eclipsar, para darle brillo a otros.
Quién era Omar Carrasco
Omar había nacido el 5 de enero de 1974 en el seno de una familia humilde, en el barrio Daniel Sáez de Cutral Co. Era el único hijo varón de Francisco Carrasco y Sebastiana Barrera.
Cuando cumplió 17 años, su madre le ofreció realizar el trámite para exceptuarlo de cumplir con el servicio militar, que por ese entonces era obligatorio. Debía incorporarse al año siguiente, pero no figuraba en el padrón, de modo que se presentó con 20 años ya cumplidos. En el cuartel de Zapala asentaron mal su fecha de nacimiento, y la fijaron en 1975.
Uno más de muchos errores inexplicables. También figura en algunos documentos con 1,63 de altura, y en otros 1,70. Apenas roza el índice de Pignet para ser declarado apto.
Malos tratos
Después de pasarla muy mal debido a su torpeza y a esa mueca parecida a una sonrisa que se le formaba en la boca cuando estaba nervioso, Omar fue obligado a cumplir funciones de cuartelero mientras sus compañeros dormían la siesta, el domingo 6 de marzo de 1994.
Fue la última vez que se lo vio con vida. Según la historia oficial que recogió el expediente y se plasmó en la sentencia judicial, fue golpeado por el subteniente Ignacio Canevaro (de 23 años en ese momento) y los soldados de la clase anterior Cristian Suárez (20) y Víctor Salazar (19). Le fracturaron tres costillas, lo que le provocó un hemotórax y la muerte en pocos minutos. Luego ocultaron su cadáver y lo sacaron un mes después, el 6 de abril de 1994, cuando se produjo el hallazgo en la ladera del cerro Gaucho, en el interior del cuartel.
Esta versión del hecho fue refutada por un perito de la Policía Federal, Alberto Brailovsky, quien examinó documentación del Hospital Militar ubicado en el interior de la Guarnición Zapala. Descubrió que hubo adulteraciones de recetas y del libro de guardia. También detectó que en la ficha médica de Carrasco, figuraba que había recibido la vacuna antitetánica el 8 de marzo. Para esa fecha, el joven de Cutral Co era oficialmente un desertor y según la historia oficial, llevaba 48 horas muerto.
Brailovsky incluso puso en duda que Omar hubiera fallecido como consecuencia de una única paliza, la que le aplicaron el 6 de marzo a la hora de la siesta. Su teoría es que una sumatoria de golpes le causó el hemotórax que, debido a una mala atención, derivó en su muerte. Entre quienes le pegaron figurarían incluso sus compañeros, cansados de recibir castigos colectivos (que recibían el festivo apodo de «bailes») por su torpeza.
La línea Brailovsky, que involucraba a más personal militar y de mayor jerarquía, se investigó a desgano y terminó con un sobreseimiento masivo por prescripción.
¿Cómo se descubrió la desaparición de Omar?
Francisco y Sebastiana fueron a visitar a su hijo el domingo 20 de marzo, y les dijeron que había desertado. Ellos sabían que era imposible; su hijo no habría hecho eso, y en el improbable caso de que hubiera escapado del cuartel, habría viajado de inmediato a la casa familiar en Cutral Co.
Después de peregrinar por oficinas del Ejército en Neuquén y Zapala al volante de su Ford Falcon amarillo, Francisco se presentó en la agencia Cutral Co del diario RÍO NEGRO. Quería poner un aviso para pedir por su hijo. La periodista Verónica Morell consultó con su compañera Andrea Vázquez, y redactaron una nota periodística que salió publicada en la tapa del diario el 26 de marzo.
El caso fue ganando espacio en la agenda mediática. Organismos de derechos humanos comenzaron a presionar, y el 6 de abril apareció el cuerpo de manera oficial. Con el tiempo, Canevaro, Suárez y Salazar resultaron condenados por homicidio simple.
El rol de Inteligencia Militar
A esa sentencia se llegó luego de una investigación plagada de irregularidades, en la que el entonces juez federal subrogante de Zapala, Rubén Caro, permitió que el personal de Inteligencia Militar gobernara su expediente.
Hubo un sumario militar interno para investigar, supuestamente, «fallas de seguridad en el cuartel», pero lo que hicieron los oficiales de inteligencia fue presionar a soldados, suboficiales y oficiales. Por ley, no podían investigar el homicidio, pero lo hicieron.
Movilización de padres y madres
En paralelo, padres y madres de conscriptos de Zapala a los que pronto se sumaron de todo el país, reclamaron que les den de baja sus hijos. El crimen de Carrasco no había sido un relámpago en un día soleado: la brutalidad dentro de los cuarteles era conocida, y también las muertes. Incluso existía el FOSMO, Frente de Oposición al Servicio Militar Obligatorio, que había sido fundado después de la guerra de Malvinas y llevaba un registro de las muertes violentas de jóvenes conscriptos.
El entonces jefe del Ejército, general Martín Balza, viajó a la ciudad del centro de Neuquén para llevarles garantías de que investigaría todas las denuncias en un intento por bajarle el tono a la preocupación. En un encuentro con periodistas, dijo que la ciudadanía estaba influenciada por películas como «Cuestión de honor» (A Few Good Men, 1992). Para ese entonces nadie hablaba de que a Carrasco podrían haberle aplicado un Código Rojo, como a la víctima de esa historia.
Balza se presentó ante los civiles vestido con uniforme de combate. Sus dos metros de altura se inclinaron para darle la mano a Sebastiana Barrera, y le prometió que volvería a verla cuando los asesinos sean capturados. Nunca regresó.
El fin del servicio militar obligatorio
Sin embargo los padres, movilizados (en Neuquén marcharon 10.000 personas) y mediante acciones judiciales, lograron que sus hijos no retornen a los cuarteles.
El 31 de agosto de 1994, el entonces presidente Carlos Menem utilizó una vez más una crisis como una oportunidad y abolió el servicio militar obligatorio instaurado casi una centuria antes, y anunció su reemplazo por un sistema voluntario.
El asesinato de Omar Carrasco no trajo consecuencias para la cúpula del Ejército. La responsabilidad se cortó siguiendo la cadena de mandos: fue el fin de la carrera para el general Carlos Díaz, cabeza de la Sexta Brigada de Montaña; y el teniente coronel Guillermo With, jefe del Grupo de Artillería de Zapala, entre otros.
Otro crimen, en el mismo lugar
Pasadas tres décadas de aquellos acontecimientos, Zapala se moviliza otra vez por un nuevo crimen en el cuartel. El mismo cuartel que en 1994 el Ejército había amenazado con trasladar a Sierra Grande para desalentar las marchas masivas.
Ahora el muerto es Pablo Córdoba de 21 años. Otra vez el desvío de la información: el Ejército intentó hacerlo pasar por un suicidio, pese a que tiene dos disparos en diferentes lugares de la cabeza. Otra vez la sospechosa conducta de la justicia federal, que se niega a profundizar para encontrar a los responsables, y además comparte información con el arma a la que debería investigar.
Los hechos de hace 30 años están en la memoria. Sólo es cuestión de recordarlos.
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