Juan Bautista Bairoletto:
En una entrega anterior hablamos sobre las correrías de este falso «Robin Hood», con quien la imaginería popular lo comparó sin saber que debajo de su piel de cordero existía un verdadero lobo. Luego de aquel ominoso crimen de Villa Regina, que perpetró junto con Víctor Hermes y sus secuaces, Juan Bautista Bairoletto fue perseguido tenazmente por las fuerzas del orden y estuvo a punto de caer, si no hubiera sido por el «aguantadero» que tenía en casa de un amigo suyo llamado Desiderio Carriles (hoy sus descendientes son muy conocidos en la zona de Stefenelli). Carriles, muy caracterizado vecino, tenía una «debilidad» por el salteador, a quien protegía y aconsejaba bien. Vivía en las cercanías de la mal llamada «Colonia Rusa», que poblaban personas de origen judío. El verdadero nombre del sector tendría que haber sido «colonia judía», una cuestión de gentilicio y nada más.
Pero sigamos con lo nuestro. Este refugio del malhechor estaba a sólo seis kilómetros de Roca, prácticamente sobre las mismas narices policiales.
Un banquete
Se comenta que, luego de varios meses de estar «guardado», Bairoletto volvió a verse «por los lugares que solía frecuentar». Seguía siendo un continuo contertulio de Carriles, quien continuaba con su prédica de sacarlo de esa vida azarosa, alentándolo para que se dedicara al amansamiento de caballos, lo que -según su protector- hacía muy bien. Existen varias anécdotas -algunas risibles-, como las que a continuación detallamos.
Cierto día la policía fue alertada acerca de una reunión gastronómica en la que participarían unas 15 personas, en una isla de Carriles. Todos eran de avería, a excepción del dueño de casa. Comerían un chancho jabalí que el anfitrión había sorprendido depredando sus maizales. Una noche lo esperó agazapado y le dio muerte de un escopetazo; era un jabato de unos 35 kilos.
Ese día los uniformados llegaron sigilosamente a la costa del río, dejaron sus cabalgaduras y se aprestaron a cruzar el cauce norte, con muy poca agua, pero dejaron activada la mejor de las alarmas: los relinchos de sus caballos, que fueron respondidos por las montas de los comensales, quienes pusieron pie en polvorosa largándose por el brazo posterior, o sea, el río grande, y llegando rápidamente a la orilla sur.
De tal manera, la «cana» solamente encontró al dueño de casa y las inequívocas señales de una pantagruélica comida. Le habían hecho honor al chancho. ¿Quiénes? Nunca pudieron saberlo aunque se lo imaginaron, porque el islero era experto en evasivas. Este mismo hombre (Carriles) fue sospechado de haber acompañado a Bairoletto en sus raids delictivos. Jamás pudieron probarle nada, aunque se «comió un garrón» de varios días entre rejas porque él nunca negó su amistad con el bandolero. Cuando lo liberaron, justo nació su hija mujer. ¿Cómo la llamó? Como no podía ser de otra manera: ¡Libertad!
Años más tarde, libre ya de la influencia comprometedora del bandido, Carriles instaló un almacén a la vera de la ruta 22 y una calle ciega, donde aún está (frente a Proin). Allí transcurrieron sus últimos días, hasta fallecer en la década del '70. Ese negocio es atendido actualmente por su hija Libertad, que aún se mantiene soltera, ya «sesentona larga»; la acompaña un hermano menor. Libertad heredó de su padre la fibra y la decisión, ya que hace pocos años corrió a tiros de revólver a dos presuntos ladrones que intentaron asaltarlos. Tienen junto al negocio una pequeña chacrita a la que explotan bien, produciendo nueces y pasas de uva sultaninas, que preparan y venden entre la vecindad y comercios de Roca.
Perfumes, golosinas y tabaco
A todo esto, vale agregar que Bairoletto ejercía un raro magnetismo entre quienes lo trataron. Era simpático y entrador. Cultivó la amistad con gente muy pobre, y entraba en sus ranchos o viviendas humildes como si fueran su propia casa, siendo recibido con grandes agasajos. Llegaba con regalos; por ejemplo, para las mujeres, «agua florida» -como se les decía a los perfumes. Para los niños su visita era una fiesta, ya que no faltaban las golosinas. A los hombres les llevaba latas de tabaco «Caporal», mientras que para él se reservaba los cigarrillos negros marca «Brasil» que venían en un tipo de carterita, de 10 unidades. Todo era producto de sus rapiñas: robaba para él y para sus amigos, que jamás lo vendieron, a excepción del «Ñato» Gascón, que lo entregó a la policía en Mendoza.
Encerrado en el baúl
En cierta oportunidad se comentó (dicho por «Mister» Luck) en Chichinales a quien esto escribe, sobre una amplia requisa que llevó a cabo la policía en una zona de ranchos de Mainqué, donde vivía otro amigo suyo, Ignacio Villena (quien se incorporaría a su banda más tarde). El bandolero estuvo a punto de ser apresado. Doblando su anatomía se introdujo en un destartalado baúl que Villena tenía en el gallinero. La tapa del viejo mueble estaba cubierta de excremento de las aves. La policía lo vio, pero lo desechó. Si lo hubieran abierto, gran sorpresa se habrían llevado, porque -aseguró Luck- Bairoletto entró al baúl con el revólver amartillado y seguramente habría cobrado caro que intentaran atraparlo.
Sus armas
Bairoletto andaba -como vulgarmente se dice- armado «hasta los dientes». Sus armas preferidas eran un revólver «Smith y Wesson» calibre 45, un revólver «Tanque» 38 largo, un «Winchester» calibre 45 y un fusil «Máuser» del mismo calibre, de fabricación alemana. De su cintura «jamás se caían» uno de los revólveres y un largo y filoso cuchillo. Siempre decía que sus mejores amigos eran las armas y los caballos. A éstos los amansaba él mismo, enseñándoles a cruzar vados cargados y también a saltar. Sus preferidos eran un zaino colorado, un pangaré y un malacara -todos enteros, no quería capados ni torunos: les falta fibra, decía. Cuidaba muchísimo a sus caballos, jamás los «reventó». Su desvelo por estos animales lo llevó a tener ásperas discusiones con Víctor Helmes, a quien poco le importaban. Otro dato aportado por Carriles da cuenta de que Bairoletto jamás tuvo perros, pues opinaba que más que útiles eran un estorbo. Don Desiderio Carriles era un inagotable relator de las andanzas del maleante, cuya amistad le trajo incontables dolores de cabeza; para él fue un alivio cuando el salteador se fue de la zona. Verdaderamente lo estimaba y siempre lo aconsejó bien, aunque Bairoletto depositó sus consejos en saco roto.
Uno de los hijos de Carriles (quien acompaña a Libertad en la vivienda y comercio de la chacra) nos comentó hace muy poco tiempo que conoció al personaje que nos ocupa y opinó: «Bairoletto era una buena persona, pero el constante hostigamiento de la policía lo obligó a ser así».
Una faceta desconocida
Don Fernando Bajos (padre), antiguo empleado judicial, en su interesante libro «El templo de Themis y su entorno» menciona que Juan Bautista Bairoletto fue contratado como matón de la guardia personal de Alberto Barceló, un abogado, caudillo conservador, recomendado por otro político de su mismo color, el abogado Mario Vicchi. Esto ocurrió en la provincia de Buenos Aires y se barrunta que de ahí podría proceder el arsenal que poseía el delincuente, sin olvidar que sería también un resabio de su pasado anarquista, como se decía insistentemente.
Su vida sentimental
Nuestro personaje era bien parecido, más bien alto, delgado, de buena labia y con aureola de hombre querendón. Era muy bien visto por mujeres pobres y no tan pobres. Sumamente meloso, cuando se supo de su muerte más de una derramaron lágrimas.
Se dice que una pobladora de las cercanías de General Enrique Godoy, llamada Telma Magallán, había peleado con una hermana suya por los amores de Juan, como lo llamaba. Pero Bairoletto se quedó con otra Telma (Ceballos), una hermosa morocha puntana, quien fue su compañera hasta el final y con la que tuvo dos hijas mujeres.
Avelino Noel Sierra
En una entrega anterior hablamos sobre las correrías de este falso "Robin Hood", con quien la imaginería popular lo comparó sin saber que debajo de su piel de cordero existía un verdadero lobo. Luego de aquel ominoso crimen de Villa Regina, que perpetró junto con Víctor Hermes y sus secuaces, Juan Bautista Bairoletto fue perseguido tenazmente por las fuerzas del orden y estuvo a punto de caer, si no hubiera sido por el "aguantadero" que tenía en casa de un amigo suyo llamado Desiderio Carriles (hoy sus descendientes son muy conocidos en la zona de Stefenelli). Carriles, muy caracterizado vecino, tenía una "debilidad" por el salteador, a quien protegía y aconsejaba bien. Vivía en las cercanías de la mal llamada "Colonia Rusa", que poblaban personas de origen judío. El verdadero nombre del sector tendría que haber sido "colonia judía", una cuestión de gentilicio y nada más.
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