Ivonne Bordelois en Bariloche, con el poder de la palabra

Invitada por la escritora Luisa Peluffo, la lingüista, ensayista y poeta habló sobre su relación con el idioma y su amistad con Pizarnik.

CULTURA

TERESITA MÉNDEZ

teremendez@live.com.ar

“Cada vocablo encierra una capacidad de vuelo, de intensidad y de profundidad que generalmente desechamos. Hay una vida interior que está esperándonos detrás de cada palabra, y es la poesía la que suscita ese valor y a la que tenemos que escuchar”. La definición de la poeta, ensayista y lingüista le pertenece a Ivonne Bordelois, que invita a adentrarse en el intento de acceder al poder de la palabra.

“Hay como una gran maniobra de aplastamiento colectivo de la posibilidades del lenguaje” patente no solamente en los medios de comunicación. “Tiene que ver también con el desapego, a mi modo de ver criminal, de la tradición poética” evidente, por ejemplo, en las currículas escolares. “Algo que me indigna –expresa– es que en los colegios públicos a final de año, en vez de producir una obra de teatro de las tan hermosísimas que tenemos, incluso españolas porque la producción dramática en lengua española es fabulosa, hagan musicales norteamericanos. Sin establecer censura, habría que mostrar que hay otras posibilidades y estimularlas porque existe una especie de edén con una riqueza inmensa”.

“ ¿Cómo aspirar a que la gente escriba bien si nunca se ha alimentado de los modelos donde la palabra llega al brillo verdadero que le corresponde?”, inquiere. Y ensaya una respuesta: “No digo que todo sean Borges o Lope de Vega. Escritores más contemporáneos si se sienten más identificados, pero elijan buenos escritores. Es una de las tareas que el nuevo gobierno tendría que emprender, descuidada desde hace mucho por gobiernos anteriores”.

Fue luego de uno de esos encuentros “siempre amenos e inspiradores” con escritores locales convocados por Luisa Peluffo –su anfitriona en Bariloche– que Bordelois accedió a compartir impresiones con los lectores de “DeBariloche”. Referencias a su amistad con Alejandra Pizarnik, recuerdos de la infancia y su identificación niña con Juana de Arco, alusión a la naturaleza como “surtidor de felicidad para toda la vida” y la libertad como concepto recurrente.

Menciona “epistolarios maravillosos creados en siglos anteriores” para afirmar que la inspiración aguarda en “las imágenes mentales” así como la potencialidad de innovar por completo una relación “en las capacidades del lenguaje”. Posibilidades a las que es difícil acceder actualmente. Decreciente interacción familiar sumada a la invasión de la imagen en la cultura contemporánea en desmedro de la palabra, “los chicos han perdido el arte de la conversación. Está muy bien comunicarse a través de experiencias visuales pero debería acompañar, sustentar, la palabra. Esa fragmentación, la acumulación de imágenes desconectadas, acaba por impactar en el tipo de lenguaje que usamos, cortado con hiatos cada vez más abruptos. No hay continuidad, coherencia para seguir la curva de un razonamiento, una forma metafórica, y eso es grave”, considera.

La amistad con Pizarnik

Esa relación con la poeta “fue uno de los privilegios de mi vida. La conocí en Europa en el año 61. Profesábamos estilos de vida muy distintos pero enseguida nos comprendimos. Para mí fue como una especie de contrabalance de los cursos sumamente académicos que estaba tomando en la Sorbona. Carecían de esa dimensión visionaria que tenía Alejandra. Leer poesía francesa juntas y su manera de transportarla a la literatura española fue muy enriquecedor”.

El retorno al país, la edición de “Árbol de Diana” y “Los trabajos y las noches”, el reordenamiento de poemas del período clásico de Pizarnik, la entrevista conjunta a Jorge Luis Borges, fortalecieron la interacción, “una herencia importante”, evalúa hoy Bordelois.

Luego, la distancia entre Estados Unidos y Argentina. Las cartas acortándola, pródigo germen de “Correspondencia Pizarnik” cuyas páginas contienen misivas con otros destinatarios. “A las veinte o treinta cartas que habíamos intercambiado sumé otras, llegando como a noventa” renovando ediciones hasta 2014.

“Son una buena bisagra entre sus diario, poesía y ensayos. Puede verse lo que dejaba filtrar de la vida cotidiana, de relación, que purificaba. Con el contacto aparecían vetas de luz porque tenía que reconocer que podía acceder al otro lado de la vida. Era una persona con mucho empeño en estructurar su carrera, en ese sentido tenía un propósito muy coherente con una fuerte exigencia del lenguaje y del crecimiento poético.

“Buscaba incesantemente apoyos editoriales, contactos en España o Venezuela. Quería que su obra tuviera expansión, la consideraba necesaria. Excelente crítica, tenía un ojo muy alerta y esos comentarios suelen aparecer en las cartas. En su mundo de relaciones aparece su gran sentido del humor y su vitalidad, encantadora”. El suyo era un “extraño dominio del lenguaje porque llegaba al español oblicuamente, había heredado de sus padres una pronunciación o fonética no totalmente natural. Era como extranjera en todos los idiomas, de ese extranjerismo sacaba colores”, evalúa Bordelois.

Surtidor de felicidad

La sonoridad de nombre propio y apellido “siempre me pareció demasiado estridente o estruendosa. Lo que me gusta de Ivonne es que mantiene raíz con Juana”, dice ella misma. Familia muy piadosa, cada integrante tenía un patrono, un santo. “Sin saber de etimología, a los cinco años decidí que la mía era Juana de Arco. Me gustaba esa historia de la pastora de 19 años, analfabeta, que acabó levantándose con un ejército para echar a los ingleses de Francia. Esa idea milagrosa de una persona con visión”.

Nacida en la provincia de Buenos Aires, “tuve una niñez privilegiada. Transcurrió en el campo de mi abuela paterna en Juan Bautista Alberdi”. Cuando la asistencia a los colegios exigió la residencia en Buenos Aires “el cambio fue muy brusco y dramático” para los hermanos Gastón, María Magdalena, Felipe Augusto e Ivonne. Atribuye a su madre española Felisa Magdalena y a su padre Pedro Gastón la fortuna de abrevar en la “doble y rica veta francesa y española” con bibliotecas a disposición que facilitaron “una privilegiada formación espontánea”.

“Desde niña supe que lo mío era la palabra. Me gustaba escribir cuentos para mis hermanos, inventaba poemas. No vacilé cuando elegí la carrera de Filosofía y Letras”, aunque la familia temiera que no ofreciera salida laboral, recuerda ahora.

“La única duda que tuve fue sobre si estaría orientada a lingüística, la palabra desde el punto de vista de la ciencia, o a la literatura. En ese momento me parecía que la parte científica era más desafiante y me dediqué a eso. Fui becada a París, cuando volví enseñaba en la Facultad y cuando llega Onganía, me voy a Estados Unidos”.

Que su tesis de doctorado –sobre un fenómeno sintáctico del español postulando principios nuevos dentro del marco teórico de la época– haya sido dirigida por Noam Chomsky “abrió caminos. Conseguí una cátedra de Lingüística en Holanda donde estuve diecinueve años”.

Habiendo considerado agotado el camino científico, retornó al país para retomar aquella opción considerada al inicio de su formación académica, “una reflexión sobre la palabra desde una visión más filosófica, más existencial”.

“Es mi caso”

Si bien los conceptos vertidos por Ivonne Bordelois durante la charla Tedx Puerto Madero en 2012 fueron contundentes en cuanto al poder de la palabra, fue una definición la que generó comentarios diversos. Habló entonces de tres bendiciones en su vida: “no me casé, no tengo hijos y no estoy más en la universidad”.

Hoy dice que “eso escandalizó mucho. Amigas poetas estaban enojadas porque predicaba eso. Pero es mi caso. Comprendo y admiro a las mujeres que adquieren obligaciones y llevan adelante la poesía, sé que en mi caso no hubiera funcionado”. Considera importante “dar mensajes de libertad. Me parece que mi imagen es de cierta felicidad aún (practicando) un modelo de existencia distinto al que me impone la sociedad.

“He sido afortunada, no me he dejado atrapar por situaciones, sintiendo la necesidad de moverme con toda la elasticidad posible. También la vida me ha obligado a la libertad porque en ciertas ocasiones me daba una cachetada. Quién hubiera imaginado que la mejor Universidad de Latinoamérica en ese momento iba a ser desorganizada y destrozada como fue, por Onganía. No me atraía Estados Unidos pero dadas las circunstancias, no tuve más remedio. Quién hubiera dicho que viviría en Holanda, país muy generoso conmigo pero que no estaba en mis planes”.

Más allá de lo que podrían ser consideradas ataduras, la libertad es una actitud, “movilidad y desapego, saber que no estás trabado, que podés amar a una persona sin estar trenzada a ella. Y eso es difícil de dilucidar y llevar a cabo”, aprecia.

Sus proyectos incluyen una nueva edición de “La palabra amenazada” enriquecido con “El silencio como porvenir”, libro “que no circuló tanto, una especie de principios que postulo en situaciones concretas: la palabra en la canción infantil, en el ámbito profesional y otros. Además, una suerte de autobiografía que parte de la emanación de ciertas palabras fundamentales en mi vida: amigos, ciudades, elecciones, citas, autores” y su huella.

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