Homero Manzi
Amargura de un sueño que murió
Mientras cumplía con el servicio militar obligatorio, Homero Manzioni le confió a su gran amigo Arturo Jauretche: «Tengo por delante dos caminos: o hacerme hombre de letras o hacer letras para los hombres»; jamás imaginó que siguiendo el segundo camino se transformaría en un inmenso poeta que sin dudas merece ubicarse -mal que les pese a ciertos académicos- entre los grandes nombres de nuestra literatura.
La nostalgia que acompañó las letras de sus tangos y milongas refleja deslumbramiento y dolor.
Deslumbramiento por el «barrio» y su hondo misterio, que ese sensible santiagueño de Añatuya vivió al llegar a Buenos Aires, con sólo seis años. Por eso, evoca su pupilaje en el colegio Luppi de Nueva Pompeya, en los baldíos embarrados, los conventillos de madera, las veredas rotas, los trenes, las lunas, los faroles y el lamento del bandoneón, en la letra dulce y triste que desgrana en «Barrio de Tango»:
…Un farol balancea de la barrera
y el misterio de adiós que siembra el tren
………………………………………………………………….
Así evoco tus noches, barrio»e tango,
con las chatas entrando al corralón
y la luna chapaleando sobre el fango
y a lo lejos, la voz del bandoneón.
Dolor por el tiempo pasado, por los días de adolescente que comienza a escribir enamorado de la poesía, como sus admiradores Rubén Darío, García Lorca y Evaristo Carriego, de quien pareciera haber recibido la visible ternura por el barrio o el organito, al que canta:
Saludarán tu ausencia las novias encerradas,
abriendo las persianas detrás de su canción.
y el último organito se perderá en la nada
y el alma del suburbio se quedará sin voz.
La caída de Yrigoyen, en 1930, lo encontró cursando el segundo año de Derecho y militando en la Federación Universitaria de Buenos Aires. Cesanteado en sus cátedras secundarias, fue también expulsado de la universidad, a la que jamás volvió, comenzando la lucha política con los jóvenes que en 1935 fundaron Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA), cuya declaración fundacional lo expresa todo: «Somos una Argentina colonial: queremos ser una Argentina libre».
Expulsado del radicalismo en 1947 por haber entrevistado a Perón, siguió considerándose radical, pero abandonó la militancia activa y continuó con vigorosa pasión lo que mejor sabía hacer: escribir canciones que -debido a su humildad- jamás reconoció que eran verdadera poesía, poesía que disfrazaba así en «Malena»:
Tus ojos son oscuros como el olvido,
tus labios apretados como el rencor,
tus manos dos palomas que sienten frío,
tus venas tienen sangre de bandoneón.
O en la serena belleza de «Sur»:
Nostalgia de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura de un sueño que murió.
Amigo entrañable de Enrique Santos Discépolo, aquejado por el cáncer que lo consumía poco a poco, tuvo la fuerza suficiente como para escribirle una canción que le infundiera ganas de vivir, al darse cuenta de que Discepolín quería irse para siempre sin siquiera pelear:
Conozco de tu largo aburrimiento
y comprendo lo que cuesta ser feliz,
y al son de cada tango te presiento
con tu talento enorme y tu nariz.
Con tu lágrima ausente y escondida,
con tu careta pálida de clown
y con esa sonrisa entristecida
que florece en tangos y en canción
…………………………………………………….
¿No ves que están bailando?
¿No ves que están de fiesta?
¡Vamos, que todo duele, viejo Discepolín…!
Desaparecido en 1951, meses antes que Discepolín, pocos lo recuerdan como escritor de una obra de teatro («La novia de arena»), guionista de cine («La guerra gaucha», «Pampa bárbara», «Su mejor alumno»), como incansable conferencista, o al frente de SADAIC, tal vez porque la magia de sus milongas y tangos nos permitió ver en plenitud al poeta vibrante e idealista que, golpeado por la dura realidad, encontró refugio en la nostalgia de un tiempo que se fue, en la simple frescura de los yuyos y la alfalfa, en la eterna lumbre de las estrellas, en esas calles y lunas suburbanas que tanto amó y que, para nuestro deleite, nos regaló en canción.
Seguramente ellas siguen allí, en las siempre vivas calles del recuerdo, porque en cada verso Homero puso… su corazón.
Susana Mazza Ramos
Mientras cumplía con el servicio militar obligatorio, Homero Manzioni le confió a su gran amigo Arturo Jauretche: "Tengo por delante dos caminos: o hacerme hombre de letras o hacer letras para los hombres"; jamás imaginó que siguiendo el segundo camino se transformaría en un inmenso poeta que sin dudas merece ubicarse -mal que les pese a ciertos académicos- entre los grandes nombres de nuestra literatura.
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