Historias de sobrevivientes 60 años después de la rendición de la Alemania nazi

Una francesa recuerda que su familia alojó a soldados en 1944.

«Para nosotros, ¡los soldados alemanes eran esos hombres altos que nos regalaban chocolates!», recuerda 60 años después de concluir la Segunda Guerra Mundial en Europa, Francine Vanderdriessche, simulando con los brazos las figuras de los hombres del ejército alemán. Francine tenía 8 años cuando vivió en la misma casa con soldados alemanes, su padre fue detenido unos días por la Gestapo (policía secreta de Adolf Hitler) y hasta observó desde una ventana los bombardeos aliados sobre su pueblo natal, San Quintín, en el norte de Francia, cerca de la frontera con Bélgica. Aun así, la guerra no le hizo cicatrices en el corazón ni lastimó su cuerpo. Su madre, Jacqueline, hizo todo lo posible para ocultarle esa cruel realidad a ella y sus cuatro hermanos pequeños. Fue la forma que eligió para protegerlos del horror.

«Mamá nunca nos hizo sentir la angustia de todo lo que significa eso; ¡fue admirable!», repite, mientras recorre las fotos del álbum fotográfico que la transportan al parque de su casa, en Francia. Allí, jugó con sus cuatro hermanos en un jardín maltratado por la trinchera que hizo construir su padre.

«Festejamos las navidades, los cumpleaños y mi madre hasta organizaba en la casa obras infantiles y nos hacía los disfraces para mí y mis cuatro hermanos», recuerda, con una sonrisa.

«Río Negro» dialogó con la mujer para reconstruir esa etapa de su vida. La entrevista se realizó pocos días después de que en Europa se realizaran los actos en conmemoración de la rendición de la Alemania nazi que puso fin a la guerra, ese capítulo de la historia de la humanidad que segó la vida de 50 millones de personas entre soldados y civiles y dejó el testimonio de la barbarie, con el holocausto judío.

Francine tenía 3 años cuando comenzó la Guerra, el 1 de setiembre de 1939. Su padre, Roberto, había sido movilizado por el ejército francés, pero una herida en uno de sus brazos y un emba

razo de su madre lo excluyeron de los combates. Ese fue el primer hermano nacido durante la ocupación nazi. El segundo nació en 1942.

La invasión alemana los había sorprendido en la zona conocida como Los Castillos. La ofensiva de Hitler sobre Francia en mayo de 1940 había obligado a su familia a peregrinar para proteger sus vidas. En el norte, sus abuelos paternos tenían una fábrica textil, pero los obreros eran trasladados a Alemania.

En busca de protección, su madre con sus cuatro hijos vivió en 1942 en una casa cavada en la roca, sobre un acantilado de calcio calcáreo que las mantenía a salvo. La vivienda estaba ubicada en las proximidades de Amboise, donde murió Leonardo Da Vinci. Luego se mudaron hasta una casa que sus padres alquilaron a una amiga en Saint Amand, a unos 7 kilómetros de San Quintín. Allí había nacido Francine.

Fueron obligados por soldados alemanes a compartir la vivienda. «Exigieron que los alojáramos y mi mamá les dijo que les daba la mitad del piso de la planta baja», rememora hoy Francine, en un castellano rústico que se mezcla con el acento francés que se resiste a abandonar porque lo enseña a diario. Era 1944 y los aliados ultimaban los detalles de la ofensiva sobre Francia.

Comenta que su abuela decía: «¡Qué galantes son esos alemanes!». Recuerda con naturalidad esos días con los alemanes deambulando por la planta baja de una casa amplia. Lo único que rememora son los chocolates que les ofrecían esos hombres de gris que extrañaban a sus familias.

Su madre consiguió un maestro, Mauricio, para que les diera clases en la vivienda porque las escuelas no funcionaban.

Jacqueline apelaba al trueque porque los bonos de racionamiento que les entregaban para obtener leche, manteca, café, azúcar y achicoria eran insuficientes para una familia numerosa.

Intercambiaba productos de su huerta por telas para confeccionarles ropa y disfraces. Y hasta conoció el dulce de leche, cuando su mamá descubrió la receta en una revista. «¡No sé cómo consiguió leche y de un día para el otro tuvimos el dulce!», relata.

Observaba desde la ventana de una habitación de la planta alta los bombardeos de las tropas aliadas sobre San Quintín, distante a unos 7 kilómetros.

Francine conserva en la retina la imagen de la huida de los alemanes y el avance de los tanques estadounidenses por la entrada principal del terreno de su casa tras el desembarco en Normandía, el 6 de junio de 1944.

Reconoce que advirtió las graves consecuencias de la guerra recién a los 15 años, y en Argentina. Su familia había arribado en julio de 1946 y aquí nació su sexto hermano. «Me di cuenta de todo el horror cuando vi las películas sobre la Guerra», admite.

Hoy, Francine, que llegó a Neuquén en 1975 con su esposo para ver crecer a sus dos hijos, está tranquila. Pero le producen escalofríos las pintadas con leyendas nazis que aparecieron días atrás en General Roca. «¡Me parece una vergüenza para la raza humana!», advierte.

Su madre murió hace dos años. Y ella todavía se conmueve al expresar la admiración por su esa mujer que, sin otro recurso que el ingenio y su fortaleza, protegió del horror a sus cinco hijos.

«¡La admiré mucho, pero nunca se lo pude decir!», lamenta Francine.

Jorge Villalobos

jorgevi2002@yahoo.com.ar

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