Historia de un gol: Severino Varela, River y la leyenda de «La Boina Fantasma»

El 26 de septiembre de 1943, el delantero uruguayo convertía, de palomita, el legendario gol del empate de Boca ante River, luego el del triunfo y ser desde entonces ídolo Xeneize.

Boca había abierto la década del ‘40 con un título que invitaba a la ilusión: ocho puntos por encima de su escolta Independiente y nada menos que 13 puntos por encima de River, tercero en las posiciones. Pero todo cambiaría drásticamente en apenas un año porque 1941 y 1942 fueron de River, que, además de consagrarse bicampeón, había conformado una de las mejores delanteras de la historia del fútbol argentino: La Máquina. O lo que es lo mismo: Labruna, Muñoz, Moreno, Pedernera y Loustau.

En 1941, Boca terminó 4° a ocho puntos de River y en 1942, 5° a 11 de los de Núñez. El Xeneize debía hacer algo urgente. Y lo hizo: cruzó el Río de la Plata para ofrecerle un lugar en su delantera a un veterano goleador uruguayo, Severino Varela. Pero no todo fue tan simple al comienzo.

La leyenda de la boina fantasma en color.


A punto de cumplir 30 años, el por entonces jugador de Peñarol no estaba dispuesto a dejar su trabajo en la Usina y Teléfonos del Estado para jugar en Boca. Los dirigentes de La Ribera, decididos a contar con él, le pagaron a Peñarol, 38 mil pesos, más los préstamos de Raúl Emeal y Ángel Laferrara, y le ofrecieron al delantero, además de una muy buena suma de dinero, continuar viviendo y trabajando en Montevideo a cambio de viajar el viernes por la tarde a Buenos Aires, jugar en el fútbol argentino y volver a casa el domingo por la noche. Severino aceptó acaso sin saber que aquella decisión traería consigo una condición invaluable y eterna: ser ídolo de Boca.
Cuatro veces campeón con Peñarol y campeón en 1942 del por entonces Campeonato Sudamericano con el seleccionado de Uruguay, torneo del cual sigue siendo el máximo goleador uruguayo con 15 tantos entre 1937 y 1942, Severino llegó a Boca con la única misión de seguir haciendo goles para frenar la marcha riverplatense. Y lo logró.
De los 46 goles que convirtió en los 74 partidos que disputó con la azul y oro, cinco se los hizo a River, a quien enfrentó en seis oportunidades. Pero hubo un partido y un gol que marcó para siempre su relación con Boca: el día de La Boina Fantasma.


En tiempos de pelotas cosidas con costuras de tiento, era común que los defensores jugaran con boina para no lastimarse la frente al cabecear. Menos común era que la utilizaran los delanteros, salvo que fueran cabeceadores de gol. Y Severino era uno de ellos.
Aquella tarde del 26 de septiembre de 1943, por la fecha 20, River llegaba a La Bombonera con líder del torneo. Y como tal ganaba el clásico con un gol de “Chaplin” Loustau antes del cuarto de hora y se les escapaba a cuatro puntos en tiempos en que el triunfo cotizaba dos puntos.
Trece minutos después de la ventaja riverplatense, Boca tuvo un tiro libre al borde del área riverplatense. Carlos Sosa lanzó un centro cruzado que parecía perderse por la línea de meta, pero, para sorpresa de todos, Severino Varela, que jugaba con una boina blanca, se lanzó de palomita para marcar el empate boquense. Nacía la leyenda de la boina fantasma.

El original en blanco y negro.


Pero la cosa no quedó ahí porque el propio Severino convirtió el gol del triunfo a los dos minutos del segundo tiempo. El 2-1 le permitió a Boca no solo alcanzar a River en la punta, sino que también funcionó como un golpe de knock out para el Millonario, que tras aquella derrota no volvería a ser el mismo. Boca se consagraría campeón de 1943 y repetiría en 1944. A comienzos de 1946, el club de La Ribera le ofreció a Severino Varela renovar su contrato por el dinero que él quisiera. El delantero les agradeció el gesto y la oportunidad, pero les respondió que no quería cobrar lo que no sabía si iba a merecer. A sus 33 años, volvió a su querido Peñarol donde jugó hasta 1947.
En 1949, con Boca en una profunda crisis económica y al borde del descenso -terminó apenas un punto por encima de los descendidos Huracán y Lanús- Severino Varela se ofreció volver y jugar gratis, pero la dirigencia del club le dijo que no. Para entonces, Severino y la boina blanca ya eran leyenda.


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