Gustavo Cerati, viajero por naturaleza
Poco antes de su show en Neuquén el músico habló con “Río Negro” de su nuevo disco, “Fuerza natural”.
verónica bonacchi
vbonacchi@rionegro.com.ar
“Viajo sin moverme de aquí”, canta Gustavo Cerati. Y suena a declaración de principios. “Fuerza natural”, el disco que presentará el próximo viernes en el Ruca Che, en Neuquén (ver aparte), tiene muchos kilómetros en su haber: hay carreteras, mares, galaxias, caminos de tierras. Suerte de bitácora de viaje; de música de fondo para andar, para hacer el recorrido. El mismo Cerati tiene tantas millas encima como un viajero frecuente.
En este momento está del otro lado de la línea telefónica. Pero cuando se hace la conexión, no está sentado en un sillón de su compañía discográfica, en Buenos Aires, como se supone. Va en un auto. De gira eterna.
“Fuerza natural” fue hecho en un paréntesis entre dos movimientos. Exactamente después del periplo ochentoso de Soda Stereo, Cerati se tomó unas vacaciones en su casa de campo, en Uruguay. Y con ese paisaje de fondo, compuso los 13 temas del disco. “La sensación de este disco es que desde el punto de vista letrístico, por lo que sugiere musicalmente y por cómo fue hecho, refuerza esa idea de estar yendo hacia algún lugar”, dice a miles de kilómetros de distancia.
–¿Cómo fue hecho?
–Muy rápido en términos de hacer las canciones y entender la cosa más general. Fue en un período de mes y medio, dos meses. Estuve trabajando en una casa que tengo en el Uruguay, en el campo, en un ambiente bastante natural. No fue un disco concebido desde un lugar citadino, que es básicamente como yo los hago. Entonces, de alguna manera ese paisaje influyó bastante en la temática. También quise cambiar un poco el discurso en cuanto a la parte lírica porque los últimos discos tuvieron que ver con relaciones. “Fuerza natural”, en cambio, es un viaje más solitario. Traté de cambiar la óptica en este disco y conectarme con otras cosas. Cosas muy potentes. Por eso se llama “Fuerza natural”. Y ese ambiente donde escribí, donde a mi manera viajé internamente también, está todo el tiempo presente: es mirar alrededor y tener la sensación de haber olvidado n montón de cosas que uno no ve en la ciudad. Ese es el momento en el que empezás a darte cuenta cuántas cosas importantes se mueven alrededor.
–El viaje, el moverse, está siempre presente en las letras: hay galaxias, mundos imaginarios, “pueblos chicos, infiernos grandes”.
–Es que yo vivo en viaje, incluso en este reportaje… Pero a veces también tiene que ver con el viaje interno. En esas coordenadas estoy dando vueltas todo el tiempo: el tiempo y el espacio. Son mis temas recurrentes,
–El disco es muy distinto a “Ahí vamos”, y fue hecho después del paréntesis que significó Soda Stereo. ¿Cómo fue retomar el camino solista después de tanta gira en grupo?
–Un poco fue un restart. Lo de Soda Stereo me absorbió un montón de energía. Cuando me mando a hacer una cosa –y ni hablar de cuando es tan grande y hay tanta necesidad de cerrar bien un ciclo– pongo toda mi energía. Lo de Soda no lo hicimos de taquito y ya. No, tratamos de hacer un buen show. Mi metodología es tan intensa ahí como fuera de ahí. Y cuando terminó lo de Soda, que tenía una fecha de expiración concreta, sabía que tenía que volver a lo mío. De alguna manera, quizás por eso salió muy rápido. Evidentemente las cosas estaban con ganas de salir. Yo no le doy valor a la inspiración por la velocidad, pero toda la idea del disco y las canciones en su estado primigenio fueron notablemente rápidas.
–Tanto las canciones del disco como los videos que estás haciendo de “Fuerza natural” tienen una cohesión, como aquellos viejos discos conceptuales. De hecho, hasta salió en vinilo…
–Me parece que tengo un aspecto nostálgico con los sesenta o setenta, épocas en la que los discos se hacían a veces con intenciones demasiados grandilocuentes, pero al menos no primaba necesariamente una cuestión de vender discos. Se metían en terrenos más arriesgados, incluso en eso de que tengan esa idea más conceptual. Yo hago ese juego, y sé que es a contramarcha de lo que habitualmente se hace. No puedo evitar que la gente agarre una canción, lo meta en su iPod y haga una selección a su antojo. Y eso es lo que manda los tiempos de hoy. Yo sé que apuntar a un vinilo es un poco anacrónico, pero a mí me gustaría que la gente lo escuche así: una especie de “¡Fumátelo así, es como lo quiere el artista!”. Y bueno… defiendo la idea de una obra de un disco entero.
–Tus letras están llenas de imágenes. ¿Cómo llegás a las letras, vienen primero o después de la música?
–Siempre empiezo por la música; tengo las melodías en forma fantasma. Es raro… están con cualquier cosa, algunas de esas cosas son palabras, palabras que aparecen ahí, que tienen que ver con la música misma. Y después me pongo a escuchar lo que canté, pero en tono bajo para que no se me convierta en una prisión, y de ahí sale la letra. A veces también tengo colaboraciones: mi hijo Benito, Adrián Paoletti, Richard Coleman. Mi hijo ya había escrito “Adiós”, en el disco anterior. Pero en este escribió mucho más. Estábamos de vacaciones, y le mostré cosas y el escribió un montón. La verdad es que escribe… suena baboso… pero podría haber escrito todo el disco, tiene el hard disc mucho más limpio (se ríe). Así como comparto la música, y convoco músicos, también en las letras me abrí porque está bueno, porque aumenta la creatividad, y porque, como dije antes, no son tantos los temas que puedo abarcar. Mis limitaciones las conozco, y el aporte te hace bien. Para no estar solo, ¿no? A mí la música me sale por los poros. El tema de las letras, si bien yo escribo, no deja de ser una cosa que te baja a la tierra: son palabras, lenguaje. Requiere otra actividad, más intelectual. Son palabras. Yo arranco con la música. Nunca arranco con las palabras. Lo que yo tengo que tratar de hacer es el guión que la música me da. Pero es un tarea más ardua. Me lleva trabajo y es resultado de horas y eso significa también dejar de lado otras cosas. Yo soy agradecido de lo que hago, pero también uno deja muchas cosas de lado. Cuando me pongo ahí, se acabó el resto. Siempre hay un precio para pagar.
–“Siempre la música salvó mi vida”, decías en una entrevista. ¿En qué sentido?
–Huy, la verdad es que en muchos aspectos… Cuando era chico la música era importante pero estaba más inclinado por dibujar y eso me apasionaba más en ese momento. Pero de una forma u otra siempre terminé empujado positivamente por la música. Yo hice la colimba –clase 59– en 1978, un período de mierda, mundial, pantalla, asesinatos. Y en ese momento, se hizo un concurso folclórico, me metí y zafé de la porquería militar. Ese tipo de cosas me pasa todo el tiempo: la música me salvaba de tener que pasar por cosas que hubiera sufrido. No sé si salvó mi vida, así con mayúsculas, pero siempre estuvo ahí. Y por mi naturaleza, si no hubiera tenido una vía de escape emocional como la música hubiera explotado. Todo eso me sirve, me ha servido, y ocupa cada vez más lugar en mis cosas. Aunque antes, quizás por la falta de experiencia, cuando hacía un disco era cosa de vida o muerte. Ahora lo tomo más con Soda Stereo. Es un disco, son canciones… le doy ese lugar.
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