La apasionante historia de un crack de la pesca con mosca en la Boca del Chimehuín

Desde ese emblemático pesquero de la Patagonia, Rolando Cachín Roa repasa las enseñanzas de los pioneros, lamenta la ética que se perdió, recuerda grandes piques y cuenta que esta temporada viene espectacular, con muchas truchas.

Nacido y criado en Junín de los Andes, Rolando Cachín Roa es un crack de la pesca con mosca, aunque como muchos otros empezó con la latita y la lombriz. Por entonces, recuerda, en los ’60 el pueblo tenía apenas unos 3.000 habitantes, él no había cumplido los 10 y si sacaba alguna trucha la comían en casa y si sacaba dos quedaba bien con los vecinos.

Y mientras Los Beatles se aprestaban a conquistar el mundo y el hombre a llegar a la Luna, Cachín esperaba con ansiedad que su primo fuera a buscar los rollizos a Paimún con el camión: eso significaba que de ida lo dejaba en la Boca del Chimehuín a 21 km, en esa maravilla de unos mil metros de recorrido del río de cara al volcán Lanín, donde cuatro hombres daban cátedra de pesca con mosca y no sabían que abrían una senda que seguirían miles, entre ellos Cachín, que se paraba a verlos en lo alto del camino desde ese punto que llaman el Altar de los Dioses en este paraíso de la cordillera neuquina.

El lugar en el mundo de Cachín Roa: la impresionante Boca del Chimehuín en la apertura de la temporada. Foto: Patricio Rodríguez.


Ahí estaban José Bebe Anchorena, Jorge Donovan, Charles Radziwill y Eliseo Fernández, viajante de comercio que siempre se las ingeniaba para quedarse a hacer unos tiros, como para desmentir aquello de que se trataba de un asunto de elite. Cachín observaba deslumbrado cada movimiento, la técnica de casteo, cómo hacían para arrojar tan lejos algo sin peso. Y después, cuando sonaba la bocina y su primo volvía del aserradero, de regreso en Junín se iba a un baldío a practicar.

Sobre el puente del río Chimehuín. Foto: Patricio Rodríguez.

Hasta que un día, a los 16, se animó a ir a la Boca. Fue el 17 de marzo de 1974, cómo olvidarlo. Sin un wader a mano, llevaba las enormes botas negras con una franja azul que le había prestado un amigo del lavadero de autos.

Y fue nada menos que el Bebe (a quien llamaba Don José) el que le dio la bienvenida, le preguntó de dónde era, se alegró de que se sumara al grupo alguien de Junín, le explicó cómo se rotaban para pescar y al ver que solo tenía un tipo de mosca, variantes de colores de la woolly worm, le regaló tres que todavía atesora: dos blondes y una skating spider.

Un gran regalo de Toti Palmer: la cartuchera donde Cachín guarda las moscas con la fecha de la primera vez que fue a pescar a la Boca del Chimehuín, el 17 de marzo de 1974. Foto: Patricio Rodríguez.

Lo relata desde su casa en la cordillera, ahora que tiene 64 años y tantas historias apasionantes para contar. De movida, aclara que se considera un privilegiado, porque además de guía de pesca durante 25 años, trabajó 34 años como guardafauna: “Me dediqué a cuidar lo que tanto me gustaba”.



“¿Cómo me fue el primer día de pesca? Mal, estaba muy preocupado en no caerme y muy nervioso, metido entre esos maestros era como si fuera a la Selección sin haber jugado nunca al fútbol”, recuerda. “Pero yo iba cada vez que podía, los miraba y aprendía. Sacaban tan fácil unas truchas tan lindas… El Bebe, un grande, no tenía reparos en enseñar lo que sabía. Un zurdo como ninguno, un crack. ¿Cómo Messi o como Maradona? Los dos juntos”.

Y si de analogías se trata, alguna vez Jorge Valdano dijo que era rara la noche en que no soñara con goles hermosos, inolvidables y suyos, lo mismo que le pasa a Cachín con lugares perfectos para que piquen truchas imposibles. Así son las pasiones.

Recuerdo de uno de sus grandes piques.

¿Qué cambió en todo este tiempo? Aquellas truchas arcoíris de tres o cuatro kilos que eran comunes cuando empezó ya no están. En los 70, no le daban tanto valor a lo que hoy sería un trofeo. “Queríamos las buenas buenas”, recuerda.

Como esa tremenda de 11 kilos que sacó el Bebe, que se olvidaba que le había contado la historia a Cachín y volvía a hacerlo. “Entonces íbamos hasta la piedra donde la pescó y yo la volvía a escuchar como si fuera la primera vez. La debo haber escuchado unas 60 veces”, se ríe.

Lo otro que cambió, lo que se esfumó como las grandes arcoíris, es el respeto que le enseñaron los maestros: se pesca en silencio, se rota, nadie se estaciona ni se atornilla, se entra aguas arriba atrás del último que viene bajando, todos deben tener las mismas oportunidades, una ley no escrita que era sagrada.

“Esto se ha perdido con los nuevos pescadores, me cuesta encontrar un adjetivo calificativo para definirlo, pero tengo fe en que va a cambiar”, se esperanza Cachín. Y aunque hoy hay disposiciones escritas, como el reglamento que establece que en la Boca del Chimehuín no se puede entrar aguas abajo de otro pescador, no hay caso. “Cuando les decís, algunos reaccionan bien, pero otros no. Y no da para discutir en el medio del río”, agrega.

Casteando en la Boca del Chimehuín esta temporada. «Viene espectacular: hay muy buen pique». Foto: Patricio Rodríguez.


Además de aquellos cuatro primeros referentes de los inicios, a los que hay que agregar a don German, el alemán que tenía un kiosco y a José Julián, el dueño de la mítica Hostería Chimehuín a quien siguió tantas veces para aprender, con los años se sumaron otros como Chiche Aracena y Pedro Miguel Guisasola. También se dio el gusto de compartir largas charlas con otra leyenda, el escocés Allan Frazer, que había combatido en la Segunda Guerra y en los 70 había llegado a la Patagonia, donde ataba moscas como nadie.

“Yo era sereno en la estación de servicio y compraba a propósito los cigarrillos que le gustaban, los Particulares 30, porque sabía que él todas las noches iba a pasar, me iba a preguntar si tenía un cigarrillo y se iba a quedar a fumar y charlar. Me contaba historias de la guerra, de moscas, de pesca. Era un placer escucharlo”, recuerda.


Entre las que atesora, está la de su primera gran trucha cuando la devolución no era obligatoria y se podían sacrificar seis ejemplares.

Recuerdos II. Otra de las grandes truchas de su colección de piques. De fondo, el Lanín.

“Era gigantesca, hermosa y para quedar bien me quise hacer el ultradeportista y la largué. Vinieron enseguida todos esos maestros y me retaron. ‘¿Cómo la vas a soltar?’, me decían.

El tiempo trajo una colección de piques inolvidables como aquella vez que la observación de los movimientos para cazar de un grupo de cuatro grandes truchas le permitiera pescar dos (una un torpedo infernal) con pocos tiros y diferencia de minutos, mientras los pescadores que probaban suerte desde antes sin éxito se arremolinaban a su alrededor para seguir el desenlace primero y felicitarlo después. Como suele explicar cuando comparte con generosidad sus conocimientos, es más importante mirar que castear.

Eligiendo moscas. Foto: Patricio Rodríguez.

¿Y qué piensa sobre lo difícil que resulta a los pescadores acceder a la costa de los ríos? «Hay muchos intereses creados. Antes vos entrabas a pescar en ríos que corren en propiedades privadas que no tenían lodges de pesca, solo ganado. Hoy la inmensa mayoría tiene lodges de pesca. Antes vos ibas, pedías permiso y te lo daban libremente. Pero así eso también fue tierra de nadie y los propietarios de estas tierras se pusieron duros con el patio de tu casa por el fuego, la basura, que les maten un animal. Es una polémica de nunca acabar. El respeto es fundamental, de todos: el dueño del campo, el guía, el pescador. Si perdemos eso perdemos la esencia de la pesca».

Ritos: el reencuentro con amigos en el comienzo de la temporada. Foto: Patricio Rodríguez.

El tiempo lo rodeó de amigos, con los que se reencontró en una apertura con muy buenos piques. «Esta temporada viene espectacular», cuenta. Y como siempre, volvió a sentir eso que tanto le gusta: ese momento en que solo se trata del río, él y la trucha, perder por un segundo hasta la conciencia de donde está. Y todo está como entonces: “Como el primer día, me acuesto pensando dónde voy a ir a pescar mañana”. Y cuando eso ocurre, cuando tira y busca el pique con paciencia infinita y todo los recursos que sumó en todos estos años, empieza el momento en que para aprender hay que mirarlo a él, como alguna vez hizo Cachin con los pioneros desde el Altar de los dioses.


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