#8M «Cocinar es un acto de humanidad y un elemento de resistencia y poder»
La mirada de Ruth Zurbriggen, una referente feminista de nuestra región, a través de sus propias vivencias, su entorno y la postura tomada hacia el estar en la cocina.
Por Victoria Rodriguez Rey (@victoriarodriguezrey)
Ruth Zurbriggen es referente feminista, militante de la colectiva de mujeres por un saber feminista “La Revuelta”, investigadora, profesora de educación primaria y de Ciencia de la Educación, nacida en Pozo del Molle, en la provincia de Córdoba. En la siguiente entrevista repasa su vida a través de su vínculo con la alimentación, su formación, sus enojos, distancias y reformulaciones con la actividad de cocinar. Hoy entiende que “es un acto de mucha humanidad y un elemento de resistencia y poder”.
¿Cuál ha sido tu relación con la cocina?
Mi relación con la cocina ha tenido a lo largo de mi vida, distintos momentos. Me vinculé desde muy chica con la cocina porque me tocaba cocinar para mi familia, mientras mi madre trabajaba fuera de la casa, mi padre también y éramos muchos hermanos. Yo era la segunda de ocho y era la que más me hacía cargo del trabajo doméstico que nos dejaba encargado mi madre. En el pueblo donde vivía se armó una escuela de cocina municipal y me tocó ir a la escuela de cocina, a contra turno de la escuela primaria. Mi mamá y mi abuela materna me enseñaron a cocinar y en la escuela perfeccioné esas técnicas aprendidas.
Me daba placer cocinar para muchas personas y que hubiera ahí un reconocimiento, que esto está rico, aquello lo hiciste bien, esto te está saliendo mejor. Esas cosas, pensándolas ahora, con la larga biografía de mi vida, me gustaban. Cocinaba para mi abuelo también que toda la vida fue panadero y tuvo la panadería al lado de mi casa y él era parte de la mesa de todos los días, aunque no viviera con nosotros. Aprendí a cocinar. Hoy cuando hago de comer me dicen que cocino rico. Aprendí a encontrarle la parte creativa a la cocina, la elaboración de alimentos te ayuda a desarrollar la creatividad, a partir de la mezcla de sabores, los aromas y sobre todo un disfrutar de ese hacer.
A medida que me fui encontrando con el feminismo me fui enojando con la cocina. Allá por el 2001, en mis primeros años de feminismo, estaba enojada con todo aquello que empecé a ver como un problema profundamente político y que excedía mi situación concreta de madre soltera primero, después, aunque en pareja, debía también ocuparme centralmente de hacer la comida para la alimentación familiar. Me enojé con ese mandato. Y lo que más me agobiaba era el pensar qué hacer de comer todos los días, no tanto el hacer sino el organizar, el armado, qué hay que comprar, que necesitamos y que no, quedaba siempre a mi cargo.
A medida que fuimos pensando más en todo lo que tiene que ver con los cuidados, con cómo nos cuidamos, con la ética del cuidado, con la sostenibilidad de la vida, empecé a encontrarle otro gustito a esto de cómo reivindicar ese trabajo también. Una actividad que además nos ayuda a desarrollar la imaginación, siempre atravesada por la situación económica en la que vivas, porque de alguna manera desarrollar la imaginación tiene que ver en cómo llegar a fin de mes con el último paquete de arroz.
¿Qué significa hoy cocinar?
Desde hace ya algunos años, puedo resignificar, incluso esos enojos con la cocina. No me enojo con los enojos que tuve. No me autoflagelo por los años de enojo con la cocina, me lo permito, cuando una quiere desandar algunas estructuras de poder, a veces es por oposición a lo que tiene en frente. Ahora, me parece que cocinar para otros y para mí misma también, son actos de amor, porque tiene que ver con el cuidado, con la sobrevivencia de la vida, con el cuidado de la vida.
Creo que el enojo está vinculado a que es un trabajo no reivindicado, lo que sabemos, el aplauso al asador, pero no a quien cocina toda la semana. Me parece que tiene que ver con la no reivindicación de un acto que representa tantos cuidados.
Recuerdo una anécdota, cuando estaba en la escuela secundaria y seguía cocinando para mi familia, tenía una muy amiga que no cocinaba nada, ella venía a estudiar conmigo. Y tengo el recuerdo que mientras yo cocinaba y revolvía la polenta, ella me leía en voz alta los textos de química, por ejemplo y recuerdo que me decía «que suerte va a tener el hombre que se case con vos porque sabés hacer de todo». Me decía ese “que suerte” y a la par era mi amiga que yo admiraba muchísimo porque ella viajaba semanalmente a estudiar piano a la academia y pensaba que suerte que tiene de viajar. Era el imaginario posible que teníamos en ese lugar y en ese tiempo. Hoy lo miro y veo como fuimos rompiendo todos esos mandatos.
Es importante encontrarse con la politicidad que tiene este tema sin dejar de reivindicar esa ética que hay ahí cuando queremos y cuando podemos, hacer que la comida sea también un momento de disfrute, porque no siempre es así. Si pensamos en las mujeres que trabajan en los comedores comunitarios, cuanto ponen ahí de su energía, de sus saberes, de sus conocimientos para sostener la alimentación de tantas personas. Me parece que es un acto de mucha humanidad. Ahí le encuentro ese gusto, ese sabor que me hace pensar en cosas agradables de la existencia humana, en este momento de guerras.
¿Los feminismos se deben una redefinición sobre el acto de cocinar y ocupar las cocinas?
Si, yo creo que sí. No porque haya dejado de haber opresión a través de la cocina, explotación a través de la cocina, sino porque justamente podemos reivindicar ese acto como un acto de cuidado. Y me parece que lo que está en la agenda feminista, que viene estando, no es que apareció ahora, es que vamos encontrando otras argumentaciones. Los feminismos no somos de una vez y para siempre y acabadas desde el momento que nos dijimos feministas allá cuando empezamos. Justamente, las que siembran, las que cocinan todos los días para muchas personas, también nos ayudan y nos ayudaron a ver este valor, que es un valor ético. No quiero ser esencialista, pero creo que es un problema de esencialismo biologicista, eso está clarísimo. Creo a hay ahí un valor ético. Por supuesto hay muchas compañeras, amigas que nos han ayudado a pensar en esto, por ejemplo, pienso en Silvia Federici y su apuesta a «eso que llaman amor es trabajo no pago». Por eso, politizar estos temas, nos hace poner en foco explicaciones que quizá no las teníamos así, hace décadas. Politizarlos te hace entenderlos, por un lado, en una estructura de poder, pero por otro lado te hace pensar en cómo podés resistir a esa estructura de poder. Entonces, enseñarle a tu hijo/a a cocinar, es también estar enseñándole a cuidarse, me parece que desde ese punto de vista es un gran lugar.
La cocina también es el lugar del cotorreo entre amigas, cuando allá hay muchas personas comiendo, la que te quiere venir a contar algo se acerca ahí. La cola apoyada en la mesada, mientras una cocina y la otra te ceba un mate o un vinito, ahí hay actos íntimos que son profundamente políticos que hacen a las relaciones también de amistad, la cocina como lugar de encuentro. Y hablo del chisme, en el mejor sentido, no en el sentido subvalorado, sino de lo que te quiero contar porque es muy importante y personal y te lo puedo contar acá.
¿Se puede hablar de la cocina como un espacio de poder y resistencia?
Hoy me animo a decir que sí. Si me lo preguntabas hace unos cuantos años no habría sabido responderte con tanta seguridad. Hoy puedo decir que sí, que ahí desarrollamos un tipo de poder, de poderío en todo caso y además por la convicción de que hay cosas de este mundo vinculadas a la sostenibilidad de la vida que son imprescindibles, de lo que no podés prescindir, de la alimentación es una de ellas; de las guerras podemos prescindir, de la usura financiera podemos prescindir, de la explotación podemos prescindir y ojalá acabáramos con eso, pero de alimentarnos no. Entonces necesitamos de lo nutritivo, de ese hacer que mantiene la vida porque nos da energía, colabora en el bienestar por eso me parece que sí, que es un lugar de construcción de poder y de resistencia.
Toda la producción de saberes que hay en la alimentación, para la ciencia ortodoxa o para los estándares de lo que es ciencia, no hay ciencia. Sin embargo, los cultivos, los saberes en torno a la agricultura, la observación, el mezclar, el volver a hacer con otros ingredientes, lo que esto te da o te deja de dar es proceso, es tiempo de investigación.
Pienso también en la cocina como lugar de transmisión, lo que aparece en la memoria a través de los alimentos, donde aparece la abuela, la madre, la tía que enseñó a cocinar, van apareciendo en esa memoria y que en algún momento ni siquiera lo reivindicábamos, como esa maestra, no en términos de la docente que estudió para eso, sino ésta que tiene un saber para compartir. Son las cosas que estamos pudiendo pensar a partir del feminismo en todas partes, creo que le estamos encontrando otras explicaciones o nuevas explicaciones para entender esto que sucede con la cocina. También a partir de pensar la vida desde los feminismos, como lentes que nos traen poder pensar en las estructuras de poder, pero a la vez pensar en las resistencias y en la micropolítica, porque si algo tiene este movimiento es eso, que te da vuelta la vida cotidiana. No te dice, anda a organizarte que dentro de veinte años vendrá la revolución y te tenés que ir armando, te muestra que la revolución es ahora. Esto permite poder decir que así como pienso en la politicidad que tiene limpiar el baño, en quien limpia el baño de una casa, también quien produce la alimentación en la casa o en distintos espacios, porque está bueno siempre pensar en la alimentación comunitaria.
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