Salió a seguir la tormenta en el Camino de la Costa para hacer fotos y mirá qué belleza lo que encontró…
Una mañana oscura y lluviosa al norte de la Patagonia, el fotógrafo Alejandro Carnevale decidió salir desde El Cóndor y seguir la tormenta casi hasta La Lobería. Ese tramo de la ruta 1, una de las más escénicas de la Argentina, lo esperaba para registrar estas maravillas a orillas del Atlántico en Río Negro.
Las nubes y sobre todo las tormentas tienen un condimento especial a la hora de hacer fotos y eso es lo que me llevó a salir a registrar paisajes en la ruta 1, más conocida como el Camino de la Costa, un día oscuro y lluvioso.
Escuchando música tranqui en el auto tomé la ruta 1 desde El Balneario El Cóndor hacia La Lobería: mi objetivo era seguir una tormenta que me regalaba imágenes para registrar a cada momento.
Cuando me bajaba a tomar fotos, la música que me acompañaba en la caminata era un silencio que hacía que el cuerpo y la mente se fundieran en ese paisaje que me llevaba a las películas de Tim Burton, sus claro oscuros, sus célebres luces y sombras.
El misterio se mezclaba con las ganas de ir descubriendo lo que se podía encontrar un poco más allá y un poco más acá y así continuar en la búsqueda de fotos que registraran esas sensaciones, al ver cómo se modificaban el cielo y los paisajes a medida que la tormenta avanzaba sin detener el ritmo.
Cerca de las aves
La fauna del lugar estaba más tranquila que de costumbre, lo que también me permitió poder sacar fotos de varias especies que habitan en Río Negro sobre el Camino de la Costa.
Lo más bonito que logré fotografiar fue un ostrero con un pichón. Lo pude descubrir porque el ostrero adulto buscaba comida en las lagunas que se formaban en la playa cuando la marea bajaba.
Al observar su comportamiento decidí seguirlo y es ahí donde descubrí que su vuelo se detenía en la base de un médano donde un ostrerito esperaba por su comida.
Como si yo no existiera, que es la finalidad de los fotógrafos de fauna y naturaleza, registrar sin molestar para tratar de no alterar sus costumbres (somos invasores de sus áreas) pude fotografiar la búsqueda de comida y al pichón esperando por sus padres y evitar que se asustan, se estresen o se corran del lugar que habitan.
La luz que pintaba el paisaje de tormenta se modificaba por el movimiento de las nubes y cada tanto un rayo de sol se colaba iluminando con más fuerza lo que quería fotografiar.
Fue en uno de esos momentos que encontré a la colonia de habitantes con mayor número de integrantes, los loros barranqueros.
Con ellos el silencio que reinaba en el lugar dejó paso a una música ensordecedora sobrevolando los acantilados: fue como si el sol los hubiera despertado para salir de sus cuevas a volar.
Las fotos que pude hacer de ellos volando entre los acantilados y el mar parecían una coreografía de una danza suave y armoniosa.
Mientras caminaba al costado de la ruta y sobre los acantilados, un Churrinche se destacaba por su intenso color rojo que contrastaba con el fondo oscuro de la tormenta.
Los churrinches son muy inquietos y desconfiados, cuando ven algo extraño salen volando, pero estaba muy tranquilo, así que pude sacarle dos fotos hasta que regresó su naturaleza desconfiada y se fue. También en esta caminata pude fotografiar loicas y tijeretas.
Atardecer en el paraíso
Ya estaba terminando el día. Y una de las cosas que me gusta hacer cuando voy a la costa es poder sentarme a tomar unos mates en la tranquilidad de la playa.
En esta época se puede encontrar esa paz para contemplar cómo llega la noche.
Aún muchas nubes de la tormenta vagaban en un atardecer mágico y los pocos rayos de luz que se filtraban pintaban de un color rojo el cielo patagónico. Lindo momento para retratar.
Pero las sorpresas del día tormentoso no dejaban de maravillarme: a unos pocos metros, un pescado que hallaron en la playa fue el manjar de las gaviotas que desfilaban para poder comer un trozo.
Estaban tan concentradas que ni se enteraron de que yo las estaba fotografiando: en poco tiempo, solo quedaron los restos que la marea se llevó cundo subió.
Ya el día había terminado, la noche se apoderó del lugar, la tormenta había pasado y las estrellas brillaban en lo mas alto del cielo.
El rumor de las olas era la última música que escuchaba después de un día de tormenta en el mar.
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