¿Factor de género o gobierno inclusivo?
Pareciera que no es cosa de un estilo de hombres o mujeres, sino de un nuevo tipo de liderazgo que todos podemos copiar, pero que a algunas mujeres les costó menos adoptar.
La respuesta efectiva o no al desafío que ha planteado el coronavirus está cambiando la situación político-económica en todo el planeta. La manera en que los gobiernos han lidiado con la situación ha potenciado algunos liderazgos y erosionado otros, evidenciando al mismo tiempo las limitaciones de las organizaciones multilaterales, como la OMS, el FMI y el Banco Mundial, para coordinar y controlar la amenaza.
Así, el foco ha pasado a las autoridades de cada país, donde los gobiernos que han salido mejor parados han sido aquellos que mejor manejaron el auge de casos y muertes por covid-19 y las penurias económicas y sociales que ha ocasionado la enfermedad.
A los países gobernados con jefes de Gobierno con un liderazgo vertical y personalista, al estilo Donald Trump, Jair Bolsonaro y Vladimir Putin, no les ha ido bien, ni con la enfermedad ni con la economía, lo que se ha reflejado en bajones de popularidad.
En contraposición, destaca por el peso relativo de su país como potencia económica europea, el liderazgo de Angela Merkel, la canciller alemana. Merkel se ganó la confianza y el respeto de sus alemanes por su estilo de comunicación sobrio, directo y extremadamente didáctico. Usó por primera vez en sus 14 años de mandato la cadena nacional para explicar la situación y las medidas a tomar.
Apeló siempre a los consejos de la ciencia, a la “responsabilidad social” de sus compatriotas para incluirlos en el desafío, y siempre destacó el respeto por las libertades civiles en medio de las duras medidas adoptadas, pidiendo disculpas por los excesos en los controles . Además logró asociar a la oposición, casi sin fisuras, y a los “landers” (estado locales) algo importantísimo en un país federal como Alemania. Su perfil de ingeniera química le ayudó y fue rápidamente apodada la “científica en jefe” del país, que registra una de las tasas de mortalidad más bajas por la enfermedad a nivel global.
En Nueva Zelanda, Jacinda Ardern lideró el combate a la enfermedad, primero con un riguroso cierre de fronteras y cuarentena, para luego aplicar un agresivo plan de rastreos y aislamiento selectivo con el ambicioso objetivo de no solo “aplanar la curva”, sino “erradicar la enfermedad del país”. Esta semana fue el primer país en declararse libre de covid-19 al dar de alta el último caso activo y no contar con sospechosos. Comenzó la normalización de todas las actividades económicas, recreativas y deportivas.
Casos similares se dan en países que han lidiado exitosamente con la enfermedad como Taiwán, donde la primera ministra Tsai-Ing Wei logró una estrategia de abordaje temprano de la pandemia, incluso antes de que China y la OMS alertaran sobre el peligro de la enfermedad. Puso a todo el sistema político y productivo al servicio de la prevención con rastreos y aislamiento temprano de casos sospechosos, usando tecnología , lo que le permitió superar la enfermedad sin cuarentena, pese a ser vecino de China, centro de la pandemia entonces. Asimismo, Finlandia, dirigida por la socialdemócrata Sanna Marin, de apenas 34 años, aprovechó la pequeña población y la elevada digitalización del país para aplicar las medidas de control sanitario y usar a “influencers” para informar y aconsejar a la población. En Noruega, su colega conservadora Erna Solberg aplicó medidas drásticas para frenar desde el inicio los brotes, a diferencia de la vecina Suecia. Mientras Noruega aplanó rápidamente la curva de casos, Suecia enfrenta altas tasas de contagio y mortalidad sin lograr la “inmunidad de rebaño”.
La presencia de mujeres al frente de estrategias exitosas ha llevado a algunos analistas a mencionar si no existe una “diferencia de género” en el estilo de gobierno que haya hecho que, pese a ser menos del 4% de los jefes de Estado del mundo varios países gobernados por mujeres destaquen por haber lidiado de mejor manera con la pandemia que aquellos con líderes que cultivan el estilo “macho alfa” como Trump o Bolsonaro.
En un artículo reciente en el portal Delfino , llamado “la virilidad de las presidentas”, Ariana Fernández, candidata a doctorado en salud pública y ciencias políticas en la Universidad de Toronto, Canadá, señaló que es peligroso “interpretar los liderazgos en términos esencialistas: los machos son mejores para X y las mujeres para Y. (…) No, las mujeres no son mejores líderes durante la pandemia”, dice.
La investigadora apunta a condiciones objetivas en los países que mejor han lidiado con la pandemia “que tratan de ser inclusivos (con migrantes, personas capacidades diferentes, viejos, hombres y mujeres, personas de diferentes estratos económicos, diversidad sexual, etc.) y donde vinculan el bienestar con las políticas públicas”, señaló. Le ha ido mejor a los jefes de Estado que “han liderado con calma, han demostrado empatía con las distintas poblaciones, comunican con claridad y veracidad y crean más confianza en su población” que aquellos líderes “que no entienden de epidemiología, o se burlan de las medidas sanitarias que recomiendan sus propios expertos”.
Agrega que “líderes incluyentes, con conocimiento de causa, que tomen con seriedad la crisis y se rodeen de múltiples voces serán mejores líderes. Pareciera que no es cosa de hombres o mujeres, sino de un tipo de liderazgo poscovid-19 que todos podemos copiar, pero que a las mujeres les ha costado menos adoptar”.
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