Estallidos en Latinoamérica: porqué Perú salió a las calles

Al igual que en países vecinos, una serie de masivas protestas protagonizadas por jóvenes de la denominada “generación del Bicentenario” hastiada de la desigualdad y la corrupción de la clase política está generando importantes cambios en ese país. "Lo extraño no es que explotara, sino que no lo hiciera antes" dice el politólogo Mario Riorda.

La llaman la “revolución morada” por el color que eligieron en las manifestaciones y también la “generación del Bicentenario” por sus protagonistas, jóvenes y adolescentes de entre 15 y 29 años, que decidieron irrumpir en la escena política cuando Perú se apresta a conmemorar 200 años de su independencia, el 28 de julio de 2021. Lo concreto es que en noviembre el país ha vivido un proceso de intensas movilizaciones, en medio de una crisis política que llevó al país a tener tres presidentes en apenas 9 días.

Los hechos se precipitaron cuando el 9 de este mes el presidente peruano, Martín Vizcarra, fue destituido por el Congreso peruano, con el argumento de una serie de acusaciones de corrupción que pesaban sobre el ahora mandatario cuando era gobernador de la pequeña región sureña de Moquegua. Vizcarra no había sido electo presidente, sino que completaba el mandato del derechista Pedro Pablo Kuzcinsky, que renunció en medio del escándalo de sobornos del caso Odebrecht. Como presidente, gozaba de cierta popularidad por su manejo prudente de la pandemia y la economía, pero estaba en conflicto permanente con el poder Legislativo, al que había disuelto un año antes.

El sucesor de Vizcarra, el diputado Manuel Merino, un político conservador y poco conocido, asumió en medio de protestas protagonizadas por adolescentes y jóvenes convocados por las redes sociales, que fueron reprimidas violentamente. Tras la indignación que generó la muerte de dos manifestantes, debió renunciar tras apenas seis días en el poder y fue sustituido el 17 de noviembre por Francisco Sagasti, un veterano político de perfil moderado y que no había avalado la destitución de Vizcarra.

El nuevo presidente asumió con la promesa de investigar las violaciones a los derechos humanos, un manejo “responsable” del presupuesto y la situación sanitaria y “neutralidad” hacia los próximos comicios presidenciales, previsto para abril del año que viene. Sus primeras medidas fueron pedir perdón a los familiares de los fallecidos, visitar a los heridos en los hospitales y destituir a 15 generales como parte de una reforma de la policía.

Su elección y los primeros gestos conciliadores llevaron algo de tranquilidad a las calles, pero el descontento general con la clase política está latente, en un país con un Congreso fragmentado, donde la mitad de sus integrantes está siendo investigada y todos los presidentes desde el retorno a la democracia están acusados o procesados por corrupción.

Uno de los rasgos destacados de la movilización fue la masiva presencia de jóvenes y adolescentes, en una movida que muchos compararon con la de los estudiantes chilenos en 2019 o la de las jóvenes partidarias del aborto en Argentina desde el 2018.

“Se metieron con la generación equivocada, una generación cansada de abusos”, advirtieron en consignas difundidas en videos en las redes sociales y que luego se transformaron en pintadas y pancartas en las calles. “Tocaron a quienes no debían tocar, golpearon a quienes no debían golpear, señalaban en uno de los videos viralizados en redes sociales. “Varios decidieron meterse en la política. Hoy todo cambió. Les perdimos el miedo. Nos cansamos de lo mismo. Esta generación ya no le tiene miedo a nada”, añadieron.

Mario Riorda, politólogo, experto en comunicación política y docente de la materia en Perú.

Debates consultó al politólogo Mario Riorda, experto en comunicación política y que ha desarrollado una intensa actividad en consultorías y como docente de Escuela Electoral y de Gobernabilidad del Jurado Nacional de Elecciones de Perú.

P- ¿Cómo explica la situación de Perú?

R- Perú tiene varias particularidades, que se han acentuado en los últimos años. En primer lugar, nunca logró consolidar contemporáneamente un sistema de partidos estables. Hay muchos, una atomización del sistema que atenta contra la estabilidad y los niveles de representación política. Muchos partidos se han transformado en empresas que venden sus espacios a gente rica y hay gente rica que crea sus propios partidos para defender sus intereses. El ejemplo fue el último presidente electo, Pedro Pablo Kuczynski, cuyo partido tenía las siglas de su nombre: PPK. Ningún presidente desde Fujimori ha terminado bien en la consideración pública, ningún partido que haya pasado por el gobierno es reelecto, los cuatro últimos presidentes están o presos o buscados por la Justicia, incluyendo Alan García, que se suicidó. Tiene una constitución que debiera ser celebrada, porque es un régimen semipresidencialista o semiparlamentario, pero se usa del peor modo posible.

P- ¿Por qué?

R- Porque un sistema que debiera garantizar el equilibrio de poderes en el uso concreto peruano significa la coerción de un poder sobre otro. Por un lado, el Ejecutivo puede disolver el Congreso y por otro lado el Congreso dejar vacante al Ejecutivo con 2/3 de los votos. Ambas cosas sucedieron en menos de un año en Perú. Así, el país desarrolló una apatía política extrema, un nivel de desafección política único. En un tiempo a Perú se lo comparaba con Italia: funcionaba la economía, pero la política no. Pero ahora también dejó de funcionar también, en parte por la pandemia (es el lugar de América más afectado), porque tiene mucha informalidad (más del 60% de la economía está en negro) y es muy dependiente del extractivismo minero, además de ser el primer productor de coca del mundo. También hubo una enorme migración de las zonas selváticas y campesinas a Lima en el gobierno de Fujimori. Son un montón de cosas que explican la situación difícil de hoy.

P- ¿Y cómo se traduce eso en la actual situación política?

R- Hay un uso coercitivo de las herramientas, lo que yo llamo una “usurpación constitucional” por parte del Congreso, que le pasó factura a Vizcarra y generó la toma del poder político por facciones no representativas de la política. En la última elección legislativa tras la disolución del Congreso el año pasado (decidida por Vizcarra), ningún partido tuvo mayoría, el que más porcentaje sacó tuvo 11% de los votos.

P- ¿Vizcarra era un gobernante popular?

R- Vizcarra era un tapón que sostenía un dique agrietado. No es que la gente lo amaba o que la movilización fuera por su persona, que pudiera convertirlo en una especie de héroe. En todo caso debió haber sido juzgado al final de su mandato, o en el ejercicio del cargo, pero no en el Congreso y por una especie de “vendetta” política. La justicia anticorrupción está funcionando razonablemente bien, en Perú. Vizcarra era el garante de una estabilidad transitoria hasta que hubiera un elección, en 5 meses. Pero nunca tuvo ni construyó un sostén legislativo, se enfrentó al Congreso, lo disolvió, pero también jugó mucho con los niveles de opinión pública, y fue corresponsable de esta inestabilidad política.

P- ¿Se pueden ligar las rebeliones de Perú a los casos de Chile o Bolivia? ¿Hay una reacción de la población en contra de las elites políticas y económicas ?

R- Totalmente, lo raro de Perú no es que tenga esta efervescencia social, sino que no haya ocurrido antes. Perú está exactamente en el medio de las tres grandes manifestaciones populares del 2019: Ecuador, Bolivia y Chile. Con un problema político mayor que el de esos países porque es como una gran olla a presión de una población hasta ahora políticamente apática pero que no por eso deja de manifestarse con desafección, hay una especie de violencia simbólica hacia lo político. Tanto en los medios como en la ciudadanía le hacen constantemente bullying a la política. Hay un repudio de tanto desapego de la política con la realidad cotidiana y el sentir de los ciudadanos. La apatía daba la sensación de que se podían producir hechos como esta usurpación constitucional de cargo como la que pretendía Merino, y sus socios, pero finalmente la calle dijo otra cosa.

P- ¿Qué se espera de Sagasti?

R- El mérito de Sagasti fue básicamente no haber avalado el proceso de vacancia y sustitución realizado días antes. Es una persona mayor, con muy buenos antecedentes de formación y ejercicio profesional. Representa una postura distinta a los autores de la vacancia y sobre todo de Merino: se preocupó por la gravedad de los heridos, comprendió y dio legitimidad a la protesta. Él mismo se entendió como un presidente transicional (a diferencia de Merino que actuó como si fuera un presidente recién electo), conformó a un gobierno paritario, a diferencia de Merino que impuso a un premier (jefe de Gabinete) muy cuestionado por acciones represivas cuando fue ministro de Defensa de Alan García. De una u otra manera Sagasti entendió la fragilidad con la que asume y en los gestos políticos iniciales fue prudente, buscó pacificar y contener el descontento.

P- ¿Se superará esta fragmentación política que tanto complica la gobernabilidad en Perú?

R- Es un misterio. En las últimas cinco elecciones, cada vez que surge un favorito en primera vuelta, en la segunda vuelta el electorado barre con ese favorito. En un escenario con un sistema de partidos casi ausente, con gran dispersión, las elecciones se definen no por un voto en favor de, sino por un voto “en contra de” y suelen ser muy complejas. En las últimas dos votaciones presidenciales predominó el voto contra Keiko Fujimori. Hoy no se sabe. Ningún potencial candidato supera los 15 puntos de intención de voto, hoy da la sensación que se arranca con un nivel de atomización política muy similar a la elección anterior. Hay una dinámica enorme y es muy difícil anticipar un escenario.


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