Llámame por mi nombre: la historia del primer disco de Kiss
En febrero ¿el 8, el 18, el 21? de 1974, la extravagante banda neoyorquina editó su homónimo álbum debut, un trabajo sin hits pero que con el tiempo sus canciones se convirtieron en clásicos.
En un principio fueron Rainbow. Luego, mutaron en Wicked Lester y solo entonces fueron los Kiss. Tres grupos con formaciones inestables y un núcleo duro a prueba de todo, el que conformaban el bajista Gene Simmons y el guitarrista Paul Stanley, dos músicos neoyorkinos de origen judío. De hecho, Simmons había nacido en Haifa, Israel, bajo el nombre de Chaim Witz.
Simmons se unió a Stanley en 1970 para intentar formar una banda de rock a imagen y semejanza de los New York Dolls, sus héroes neoyorkinos, pero sobre todo de Alice Copper. Era evidente para ellos que la mano venía por el lado del glam rock más o menos pesado. Solo que la mano venía bastante cambiada.
Con los Wicked Lester grabaron un disco que no le interesó a nadie, sobre todo a la discográfica, que nunca lo editó oficialmente. Simmons y Stanley se dieron cuenta de problema: abandonaron ese sonido insípido de folk rock, reformularon la banda e incorporaron al baterista Peter Criss, en 1972, con quien en formato de trío siguieron un tiempo más bajo el nombre Wicked Lester y, en enero 1973 al guitarrista Ace Freheley. Ahora sí, la cosa se había puesto glamorosamente rockera: con ustedes, los Kiss.
Pero la suerte no pareció cambiar mucho: la primera actuación de Kiss fue el 30 de enero de 1973 para un público de… diez personas en el Popcorn Club del barrio neoyorquino de Queens. Para ese y los siguientes dos conciertos, el 31 de enero y 1 de febrero, la banda iba apenas maquillada. Era el comienzo de algo que pronto iba a suceder.
Inmediatamente, comenzaron a trabajar en las maquetas de lo que iba a ser el primer disco, bajo las órdenes de Eddie Kramer, un productor que ya para entonces tenía en su haber el haber trabajado con Los Beatles, Bowie, Hendrix, Led Zeppelin y podríamos seguir nombrando gente, pero no vienen, con estos ya es suficiente. Pero no sería Kramer el productor oficial del disco, sino la dupla Kennie Kerner & Richie Wise. De todos modos, el espíritu de disco fue obra de Kramer. De hecho, apenas un año después, Kramer produciría estas mismas canciones y las del segundo disco, “Hotter than Hell”, también de 1974, solo que en vivo para “Alive! (1975), con el que Kiss llegaría finalmente a la fama.
La fecha de edición de “Kiss”, pudo ser la de un día como hoy, pero de 1974. Otros sostienen que sucedió el 21 de febrero. Sin embargo, los archivos de la Librería del Congreso de los Estados Unidos han verificado que dicha publicación ocurrió el 8 de febrero de 1974. Como sea, “Kiss” no generó el entusiasmo que Casablanca Récords, la flamante discográfica que los había fichado esperaba de ellos. Apenas lanzado, vendió unas 75 mil copias. Tres años después iba a ser certificado disco de oro tras alcanzar las 500 mil copias vendidas. Para entonces, Kiss ya era Kiss. En 1974, en cambio, había mucho por remar.
Estéticamente extravagantes y con sus identidades ocultas tras un maquillaje que pronto sería célebre y una marca registrada en sí misma, los Kiss fueron parte de su época, pero solo en parte, porque también se permitieron adelantarse unos cuantos años a lo que sucedería en los 80: “Nothin’ to Lose” y “Cold Gin”, por ejemplo, se anticiparon en diez años al hair metal de Bon Jovi y Mötley Crüe. Y con “Parasite”, de su segundo disco “Hotter than Hell”, avisan lo que más tarde sería el thrash metal y el speed metal de Metallica y Megadeth.
“Kiss”, el disco, está lleno de clásicos, empezando por el primer tema “Strutter”. O “Black Diamond”, “Firehouse”, “Deuce” y los ya mencionados “Nothin’ to Lose” y “Cold Gin”. Pero un clásico no necesariamente es un hit. Y “Kiss”, al que le sobran clásicos, no tenía hits. A los clásicos los hace el tiempo. El hit, en cambio, es ese golpe inmediato que se lleva puesto todas las bateas.
Kiss, la banda, le entró por izquierda al glam rock y exacerbó sus rasgos más excéntricos. Si hasta entonces el rockero era ese yerno indeseable, ahora la cosa se había desmadrado para el lado de lo satánico, aunque sólo fuera una puesta en escena.
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