La Peña: Tiempos de estrategias para que las cosas duren más
Los recursos justos nos obligaban de niños a cuidar todo y si eso se rompía, había que encontrar la manera de resolverlo sin alterar el cronograma de gastos de la familia.
Las zapatillas eran todo un tema. Cuando a uno se le rompían había que esperar que el circuito pasara por todos los hermanos, es decir este mes a uno el mes siguiente al otro hasta que nos tocara a todos. Salvo en casos donde no hubiera remedio.
Pero nos tocó disimular agujeros en las zapatillas con pedazos de cubierta de bici. Ni se notaba al andar y las zapatillas aguantaban un mes o dos más. Claro, no servían para pisar charcos de agua.
Cuando las ruedas de la bici se pinchaban seguido la clave pasaba por ponerle doble cubierta. La que se veía y una abajo que hacía de refuerzo. Les sacábamos los alambres de los costados y funcionaba como una protección extra. Las rosetas no llegaban a pinchar.
Ni hablar de la ropa. Eran tiempos donde no se hablaba de reciclar, pero nada se tiraba. Había que achicar los pantalones, las camisas, se tejían los sueters. Quién no se puso alguna vez un pantalón achicado que había sido de un primo, de su padre o de quien fuera. De afuera todo normal, pero por dentro mantenía su vieja confección y cuando poníamos monedas al bolsillo las rescatábamos más o menos a la altura de las rodillas.
O una remera grande que se achicaba, pero el detalle de la marcha te quedaba casi en el ombligo. A veces eran reducciones impecables, a veces no eran disimulables.
Existía la cultura del cuidado extremo. Lo que era para salir (llámese salir ir a la iglesia, a ver a los abuelos, a una fiesta) no se usaba con otro fin que para una salida. Las zapatillas de la escuela no eran para frenar la bici, eran solo para la escuela.
Eran tiempos donde éramos más iguales en el pueblo. Donde la niñez no era un par de zapatillas más o uno menos, donde la calidad de las bicis era limitada. Eran ingenio, eran diversión, eran travesuras.
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