Entrevista con Gillespi: vida de un trompetista todoterreno

Apodado como el célebre músico de jazz, introdujo la trompeta en el rock argentino a partir de su ingreso a Sumo. Esta noche será parte del Cipolletti Jazz Festival.

Marcelo Rodríguez existe. Vive en Monte Grande, donde nació hace 56 años. Cada tanto, cuando supera los límites de la zona sur del Gran Buenos Aires, se convierte en un tal Gillespi, músico, animador de radio y tevé, gran entrevistador. Mientras todo eso no sucede, sigue siendo Marcelo Rodríguez.

Marcelo Rodríguez y Gillespi no son la misma persona, en todo caso habitan el mismo cuerpo. Por curioso que parezca, Marcelo Rodríguez es el músico y no Gillespi. Interesado por la guitarra, su formación fue con el piano. La trompeta llegó después, bastante después.

Aunque conocido a partir de su trabajo en los medios, sobre todo en la tevé, a mediados de los ‘90, de la mano de Gonzalo Bonadeo y Roberto Pettinato, Marcelo Rodríguez tenía una vida como músico de free jazz y una participación en la última etapa de Sumo y en las primeras de Las Pelotas y Divididos.

Antes que un hombre de medios, Marcelo Rodríguez, Gillespi, es un inquieto músico de jazz que introdujo la trompeta en el rock argentino. Fue en Sumo porque, qué otra banda lo habría hecho si no. Como músico debutó en 1984 en el Festival Mar del Jazz 84. Posteriormente formó parte de La Sonora del Plata (1986-1991), junto a Mex Urtizberea y Nono Belvis. También participó como músico invitado de Sumo y Divididos (1988-1990), con quienes grabó el disco 40 dibujos ahí en el piso (1989). Formó parte de la banda Pachuco Cadáver junto a Roberto Pettinato, con el que grabó Life in La Pampa (1992). Con Las Pelotas grabó los discos, Máscaras de sal (1994) y Amor seco (1995), en este último como integrante estable.


«Experiencia 432», el registro de la colaboración de Gillespi con Divididos reversionando parte del cancionero del trío y de Sumo

Gillespi ha grabado y tocado con varios artistas destacados del jazz y el rock, entre los que se destacan Luis Salinas, Javier Malosetti, Walter Malosetti, Daniel Maza, Valentino «Jazz» Bazar, Willy Crook, Charly García, Pedro Aznar, Los Piojos, Los Ratones Paranoicos y La 25, entre otros. También compuso música para televisión, cine y publicidad. Actualmente, se lo puede escuchar como coequiper de Alejandro Dolina en “La Venganza será terrible” y al frente de “La hora líquida”, en Radio Nacional.

Durante y después de todo esto llegaron sus discos. Entre el primero, “Ultradeforme” (1998), y el último, “Holly Rood”, del año pasado, cabe una discografía de diez discos tan eclécticos como el músico que los hizo.

Alejado de la tevé desde hace ya varios años, Gillespi parece haberse enfocado definitivamente en la música. Tras editar “On Fire”, una retrospectiva de su obra que presentó por streaming en 2020, “Holly Rood”, un trabajo de jazz pop generado bajo el encierro pandémico, y “Experiencia 442”, un trabajo surgido de su programa radial que repasa el cancionero de Divididos, junto a Diego Arnedo y Ricardo Mollo, Gillespi fue convocado por el productor cipoleño Javier Celoria para ser parte del inédito y no menos sorprendente por la calidad y cantidad de sus protagonistas, Cipolletti Jazz Festival.

El evento que tendrá lugar esta noche desde las 20 en el Complejo Cultural Cipolletti, y que agotó entradas varios días antes, contará con la participación de «Pipi» Piazzolla, Javier Malosetti, Mariano Sivori, Mateo Ottonello, Hernán Jacinto, Carlos «Patán» Vidal, Nicolás Guerschberg y Ezequiel Cantero, Belu Sandoval y Yamila Tejada, además del propio Gillespi, quien se imagina como un maestro de ceremonia de este veradero seleccionado de lo mejor del jazz rioplatense con aportes regionales.

Su presencia en este festival dio lugar a una extensa charla telefónica, a veces con Marcelo Rodríguez, a veces con Gillespi.

P: ¿Qué fue de la vida de Marcelo Rodríguez?

R: Mantengo esta especie de dualidad como Batman y Bruno Díaz (risas) La situación mía es particular porque sigo viviendo en el lugar donde nací entonces sigo teniendo mis amigos de siempre y para ellos soy Marcelo. Por otra parte, cuando surgió todo este mundo tan mágico de la música, los medios y todo eso. Tengo las dos cuestiones. En Monte Grande soy Marcelo, Marcelito. Eso hubiera cambiado si me hubiera ido a vivir a Capital, ponele, y hubiera pesado más el personaje mediático. Pero no fue así. Sigo manteniendo los dos formatos (risas).

P: ¿En qué momento empezaste a figurar como Gillespi?

R: Lo que aceleró el proceso fue mi paso por la tevé. En 1994, empecé a trabajar en distintas cuestiones en la televisión y en el 97 firmo un contrato con Telefé donde trabajo durante dos años, hago el programa de la medianoche con Pettinato, con Daddy brieva… ahí sobrevino cierta popularidad y se me desmadró un poco todo, no? Hoy, en una especie de degradé he vuelto a mis orígenes te diría porque hace muchos años que no hago televisión y mantengo un perfil bastante bajo dentro de todo.

P: Gillespi irrumpe con tu llegada a la tevé, pero tiene que ver con el músico.

R: Sí, con el músico y con el instrumento. Dizzie Gillespie fue un trompetista excelente a diferencia de mi (risas). En algún momento me atribuyeron cierto parecido, incluso hasta físico, aunque obviamente no porque Dizzie Gillespie era afroamericano. Pero bueno, usaba esos anteojitos como se decía antes de pasta, de un marco grueso que, a mí, en los años 80 me costaba encontrar. Tenía como un aire. Como Dizzie era muy gracioso, hacía chistes en el escenario, bueno, hubo una especie de sincronía que la detectó Pettinato y me pusieron “el Gillespie argentino” (risas).

P: ¿Eso fue una época en la que estabas con los Sumo?

R: Claro, fue esa época. Yo venía manteniendo mi nombre, Marcelo Rodríguez, con valentía (risas) y defendiéndolo a capa y espada. Pero en un momento en que estábamos haciendo el programa de la medianoche en Telefe, en una noche cenando con Pettinato buscando ideas para el programa, Petti me dice ‘vos te tenés que llamar Marcelo Gillespi porque Marcelo Rodríguez no es mi televisivo’. Y ahí quedó. Y me presentaba como el Sr.Gillespi. Y para mucha gente fue mi apellido real. Me pasaron cosas muy raras con eso porque mucha gente no sabía que existía el Gillespi original y otros me confundían con él, justamente por no conocerlo. Una vez, una señora que había ido a ver a Lalo Schifrin al Luna Park, me dice ‘Lalo Schifrin te mencionó, te agradeció, que vos le diste una mano a él’. Bueno, no (risas).

Con Dolina, a quien acompaña desde hace años en «La Venganza será Terrible».

P: ¿Como fue llegaste a la trompeta?

R: Fue un poco fortuito. Yo venía tocando la guitarra y en un momento determinado empecé a escuchar discos de jazz y me copó mucho la trompeta, su sonido, escuchar algunas cosas de Miles Davis de los años 50. Me gustaba la trompeta con sordina, esa sonoridad enigmática que tenía Miles. Tuve la suerte de conocer una persona que me vendió una trompeta y empecé a tocar de oído.

P: Y ese sonido te terminó de enganchar para hacer música

R: Claro, yo empecé a encontrar en la trompeta un instrumento que me resultaba hasta amigable y tenía facilidad para tocar cosa que con los años me di cuenta que no le pasaba a todo el mundo, al contrario, era un instrumento que solía expulsar a los candidatos.

Salsipuedes (Historias de rock argentino) reúne una selección envidiable de conversaciones y suma las experiencias personales de Gillespi..

P: ¿Y en esa época qué tan habitual era la trompeta en el ambiente?

R: Era muy los comienzos de los 80 lo que te cuento. La trompeta era un instrumento que se usaba en las orquestas sinfónicas, algunos hacían clásica, pero mayormente tocaban en las bandas militares o de la policía, creo que hasta el día de hoy es lo mismo. Había muchos trompetistas que laburaban en la policía, de día eran policías y de noche tocaban, no sé, en una bailanta. Había mucho eso y después estaban los maestros de jazz, un puñado de no más de diez trompetistas, trompetistas de las antiguas jazz band y que eran los que a mi más me gustaban. Y en el rock no había trompetas, directamente. Empezaron a haber algunos vientos, Melingo tocando el clarinete, Pettinato con el saxo, Emilio Villanueva en Memphis y Willy Crook con Los Redondos. Había un puñado de saxofonistas, pero trompetas no.

Reencuentro con Las Pelotas, banda con la que grabó dos discos y compuso varios de sus hits.

P: Y vos aparecés como un trompetista único en la especie.

R: Cuando empecé a conocer a los músicos de la escena rockera argentina, ellos tampoco sabían mucho del instrumento. Creían que eras un mariachi (risas). Hasta se sorprendían que uno pudiera tocar todas las notas. Me encontré con gente que creía que yo cantaba dentro de la boquilla de la trompeta, como un megáfono. Había un gran desconocimiento, pero a la vez en la música internacional ya existían cosas con trompetas. Earth, Wind and Fire, por ejemplo. A mi tocó como ser un crossover, digamos. De no haber nada a meter la trompeta aquí y allá.

P: Y no podía ser otra banda que Sumo la que incluyera la trompeta, una banda disruptiva por donde la mires.

R: Si, es verdad. Sumo era un lugar muy propicio para experimentar cosas. Me imagino que ningún otro instrumento se podría haber sumado. Ni hablar una guitarra, porque ya tenía dos guitarristas tremendos como Mollo y Daffunchio. Pero imagino que también si se hubiera tratado de un violín o un charango me hubieran pegado una patada en el culo, no? (risas) Pero con la trompeta funcionó. Y además yo tuve la suerte que Luca había tocado la trompeta en el colegio en Europa, incluso me pedía siempre la trompeta en los camarines porque decía que tocaba un poco. Además, también Pettinato se copó con hacer secciones de viento con la trompeta.

La Sonora del Plata, primera experiencia musical de Gillespi. Arriba a la izquierda, Mex Urtizberea.

P: Repasando tu discografía y tus colaboraciones, no sos estrictamente un músico de jazz. ¿Por qué puerta entraste a la música?

R: Yo entré a la música a partir de proyectos experimentales. No sé si por mi propia deformidad mental, pero fueron cosas raras al comienzo, alternativas. Me empecé a vincular con lo que en ese momento se llamaba free jazz, música totalmente improvisada, ponele 1982. Mi primer concierto fue en un festival que se llamó Mar del Jazz, obviamente en Mar del Plata, en 1984. Yo me vinculé con esos músicos, muchos de los cuales pertenecían a MIA, el grupo de Lito Vitale. Empecé a tocar con Mex Urtizberea, que estudiaba con el papá de Lito. Ahí armamos Faizán, totalmente raro, una locura (risas). Ganamos un concurso del Fondo Nacional de las Artes para grabar dos discos que hicimos con Melopea y con la producción de Lito Nebbia. En ese momento ya nos llamábamos La Sonora del Plata, con Mex, entre otros. Fueron dos discos de música instrumental que tenía jazz, ritmos caribeños, un poco de todo. Yo empecé por ese lado. Pero mis discos siempre fueron de rock. Cada 30 discos de rock, tenía uno de Louis Armnstrong.

P: ¿Y tu entrada al rock fue a través de Sumo?

R: En realidad, yo me vinculé con Pettinato porque le gustaba muchísimo el free jazz. Y a partir de unos amigos en común que me decían que me tenía que conocer con Pettinato, que estaba en la revista El Expreso Imaginario, y un día me lo encontré en la calle y empezamos a hablar de música. Me dice ‘vos tenés que venir a tocar con nosotros’ por Sumo. Fue un año que estuve con ellos y fue cuando conocí al ambiente del rock.

P: Pero a ese ambiente del rock, porque vos no estabas vinculado al otro ambiente, al de Charly García, Spinetta… al menos no en ese momento.

R: Totalmente, era muy alternativo el rock que conocí. Estaba Pipo Cipolatti, Willy Crook, los mpusicos de Los Redondos, Adrián Otero de Memphis. Después, yendo para adelante haciendo un fast forward, muere Luca a fines del 87, hay como una especie de división de los músicos. Unos se van a Córdoba y forman Las Pelotas, Diego y Mollo se quedan y arman Divididos y Pettinato se va a España. Yo quedé medio huérfano, digamos. Me quedó con los Divididos que no tenían baterista, tocábamos con una electrónica que había conseguido Mollo, sapadas nada más, hasta que apareció Gustavo Collado. No tenían un repertorio propio, hacían bastantes covers, pero había algunos temas como Che, qué esperás”. Ahí me empecé a relacionar con el otro rock porque un día apareció Fito Páez, que era medio fan de Divididos en ese momento, Mollo había grabado con Fito y Spinetta en “La La La”. Un día fuimos con Mollo a la casa de Spinetta. Se fue como uniendo esa familia. Ricardo quedó como muy cercano a Spinetta.

Una postal con los Sumo. Gillespi asoma como el primero desde la derecha.

P: También fuiste parte de Las Pelotas.

R: Te voy a contar la historia de Las Pelotas. En 1991 me llama Germán (Daffunchio) para proponerme sumarme a la banda, me sumé y grabamos “Máscaras de sal”, donde mi trompeta aparece en “Si supieras”, que la siguen tocando hasta ahora. Me quedé en la banda y grabamos “Amor seco”, para el que compuse un tema que se llama “Hawaii” y que también siguen tocando. Después empecé a tocar teclados, me había armado un set de teclados, y grabamos “La clave del éxito”. Estuve seis años en Las Pelotas, tocando y componiendo. Un día me proponen grabar un disco con mi propia música y ahí arranco para otro lado. Cuando yo me voy de Las Pelotas entraron un trompetista y un tecladista a la banda. Un día me dijo Germán: “Tuvimos que llamar a dos tipos para reemplazarte”.

P: Cuando te proponen hacer tu música, con tu nombre, nos encontramos con “Ultradeforme” (1998), un disco muy divertido que refleja mucho tu época con los medios donde interpretabas personajes con mucho humor, cosas algo extravagantes. Lo mismo con el segundo disco, “Superchatarraespéshal” (2001). Pero en “Es” (2003), el tercero”, recién aparece el músico serio, por así decirlo, te ponés en modo músico.

R: Es una buena lectura. Porque los dos primeros discos fueron en esos tiempos medio vertiginosos, son discos que cuentan con un personal amplio, son como 20 músicos. Hay una mezcla de varios mundos. Tocan Mollo, Vadalá, el Mono Fontana… Y el tercero es el disco que yo grabo con mis amigos de zona sur, con los que yo tocaba siempre. De hecho, lo grabamos acá cerca, en Adrogué. Tiene una gran coherencia.

P: En “Es” ya estás como en otra sintonía, más jazzera clásica, donde sos el músico que todos finalmente conocemos. Pero tu lado experimental se mantuvo, como en “Desayuno en Ganímedes” (2015), que grabás con Daniel Melero; o el reciente “Holly Rood” (2021), un disco de jazz pop .

R: Sí, y hasta el día de hoy sigo siendo aquel músico experimental. Ayer estuve hablando con Lito mientras grababa para un programa que va a salir en estos días y le comentaba que quería meterme un poco en el mundo folclórico. Voy haciendo lo que voy teniendo ganas, esa es la verdad. Y los discos reflejan los momentos míos y lo que en ese momento quiero hacer. Cuanto más arriesgada es la música, más me gusta. Lo muy standard, lo muy prefabricado no me interesa. Por eso me gustan tanto los vivos, porque ves la dinámica del grupo, la parte humana de hacer música.

P: En “Holly Rood”, tu último disco, es de un jazz rock donde tu trompeta aparece como pidiéndole permiso a los demás instrumentos, suena como en un segundo plano. Sin embargo, cuando aparece, domina la escena y cambia el clima.

R: Ese disco también responde a un momento muy particular. Fue en época de confinamiento donde solo salía de mi casa para buscar comida. Todo el mundo estaba en la misma. Todos bajoneados porque no se podía tocar, no había shows. Yo me iba a mi pequeño estudio hogareño, conectaba la guitarra y empezaba una búsqueda. La mayoría de esos temas salieron de la guitarra y del piano. No lo pensé desde la trompeta

P: ¿Y cómo imaginás la trompeta en el folclore?

R: Al sonido ya lo tengo en la cabeza. Como siempre imaginé la trompeta. Hay un estereotipo cultural de la trompeta con el que yo no coincido, el del trompetista atlético, musculoso, que toca el agudo más agudo, el trompetista de salsa o el mariachi, a mí no me van. A mí me gustan las sonoridades más bien opacas de las trompetas, más cercanas a la madera que al metal. Todos se me matan de risa porque a los trompetistas les suele gustar esa cosa brillante, chillona. Yo busco otra intimidad con el instrumento. No sé cómo explicarlo. Cada uno busca su voz.

Me gusta el estudio de grabación en el sentido de poder utilizarlo como un instrumento, algo que pudimos hacer con Melero, de agarrar un instrumento, deformarlo y que ni siquiera parezca el instrumento que es. Toda esa búsqueda a mí me copa.


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