50 años de «El Padrino»: la conversión de Michael Corleone
El 15 de marzo de 1972 se estrenó en Estados Unidos el filme de Francis Ford Coppola. Hipótesis sobre cómo fue que Mike se convirtió en el sucesor de su padre, el capomafia Vito Corleone.
Mike y Kay salen del cine y ríen. Están felices juntos. Hablan de la película que acaban de ver, fantasean con ser sus personajes en la vida real. Caminan por la vereda despreocupados de todo. Mike se muestra relajado junto a Kay, con quien piensa casarse y tener una vida. Pero algo pasó mientras ellos, felices, paseaban: Don Vito, el padre de Mike, era salvajemente baleado por hombres de la familia Tattaglia y dado por muerto. Don Vito, con vida, es trasladado de urgencia al hospital. En un momento, Kay ve de reojo la tapa de los diarios vespertinos de esa noche y se entera de lo sucedido. Toma del brazo a Mike y lo conduce al puesto de diarios. Mike toma un ejemplar y su rostro cambiará, en ese momento, para siempre: su padre estaba al borde de la muerte y él ya nunca más será el mismo.
¿Por qué sabemos tan poco de Michel Corleone? Sabemos mucho, quizás demasiado, de decenas de personajes del cine. Las secuelas, precuelas y spin offs nos han dado información quizás en exceso de los grandes personajes de la cultura popular. Sabemos de dónde vienen, qué fueron antes y por qué son como son hora Han Solo, el Joker y Tony Soprano, sólo por nombrar algunos. Pero poco y nada sabemos sobre Michael Corleone.
Estrenada en Estados Unidos el 15 de marzo de 1972 (a las salas argentinas llegó recién en agosto de ese año), “El Padrino”, la joya dirigida por Francis Ford Coppola que cuenta la historia de los Corleone, el clan mafioso más poderoso de la Costa Este liderado por Don Vito Corleone (Marlon Brando), quien, junto a su hijo mayor Santino “Sonny” Corleone (James Caan) y su hijo adoptivo Tom Hagen (Robert Duvall), dominan la escena mafiosa con ferocidad tanto como con un característico bajo perfil que le permite hilvanar lealtades decisivas. La familia se completa con Freddo (John Cazale), débil y poco astuto segundo hijo de Don Vito; Connie (Talia Shire), la única hija mujer y Michel Corleone (Al Pacino), el que nunca tuvo ni quiso tener que ver con los negocios de la familia… hasta esa noche a la salida del cine.
¿Fue esa noche cuando, a la salida del cine junto a Kay Adams (Diane Keaton), que decidió cambiar el rumbo de su vida al enterarse por los diarios del atentado contra su padre? ¿Fue ese el momento en que aquel universitario exmarine condecorado por su participación en la Segunda Guerra Mundial desinteresado de los negocios de la familia, pero sobre todo de sus métodos, decidió que los negocios y métodos de su familia también serían los suyos? No hubo (ni habrá, esperemos) precuelas, ni secuelas ni spin offs que arruinen esto, que es una de las maravillas de este filme que cumple 50 años: la conversión de Mike Corleone.
“Yo nunca, nunca quise esto para ti”, le confiesa a Michael un anciano Vito poco antes de morir, cuando su hijo ya era oficialmente el Don de la familia. El padre tenía otros planes para su hijo más inteligente y mejor formado. Planes por fuera de los negocios ilegales pues imaginaba un futuro de grandeza dentro de la legalidad. “Pensaba que podías ocupar una posición respetable… senador Corleone, gobernador Corleone. Nos faltó tiempo, Michael. Nos faltó tiempo”, le confiesa.
Don Vito proyectaba pasar a la legalidad los negocios con Michael a la cabeza de lo que, en tiempos modernos, sería el holding Corleone (no olvidemos que la película se sitúa a mediados de los ‘40). En cambio, la negativa de Vito de participar del negocio de las drogas, la consecuente represalia contra su persona y el asesinato de Sonny ideado por Barzini, el jefe del clan mafioso rival, cambiaron todos los planes. Sobre todo, los de Michael.
Volvamos a los sucesos posteriores al atentado contra Vito Corleone. Sonny, Tom y Michael, junto a los hombres de confianza del clan, Tessio, Clemenza y Al Neri, discuten qué hacer. Todos hablan, menos Michael, que escucha, abstraído, como si su presencia allí sólo se justificara porque se trata de su padre. Nada de lo que allí se discute parece resultarle propio. ¿O sí? ¿Qué está pasando por su mente?
Durante las horas siguientes, su hermano Sonny le pide que se encargue de atender el teléfono acaso incómodo ante la presencia de quien nada parece tener que ver, aunque se trate de su hermano. Michael está sentado, solo, en un banco del parque de la casa familiar. Mientras adentro, discuten qué hacer, ya sabe qué hará.
Michael se reúne con Kay, cenan en el hotel donde se alojan Michael apenas come. Su mirada ya no es la de aquella noche a la salida del cine, es la de quien será en el futuro. Hace un bollo la servilleta de tela, la suelta sobre la mesa y dice: “Tengo que irme”. Y agrega: “No quería involucrarte en esto”. ¿En qué no quería involucrar a Kay? ¿En lo que ha decidido que será su vida desde ese momento? Kay le pregunta cuándo lo volverá a ver y Michael le sugiere que se vuelva a casa de sus padres a New Hampshire. “Cuándo te volveré a ver?”, repregunta Kay. “No lo sé”, responde Michael y se va.
Lo que hará después será decisivo para su vida: visitará a su padre en el hospital. Cuando llega descubre que nadie vigila su habitación. Está expuesto. Todo indica que irán a matarlo. Michael decide cambiarlo de habitación. Luego, le habla al oído: “Quedate tranquilo papá, yo te cuidaré. Estoy contigo ahora. Estoy contigo”. Don Vito, consciente, lo escucha y esboza una leve sonrisa.
Ese “ahora” revela una decisión tomada que será irreversible. “Así es mi familia, Kay. No yo”, le había aclarado Michael a su prometida cuando, durante la fiesta de casamiento de Connie, le revelaba el modo en que habían logrado desligar al cantante y actor Johnny Fontane, ahijado de Don Vito, de un contrato inconveniente, tras ofrecerle al productor “una oferta que no podrá rechazar”. Así era su familia y así había decidido ser también él. ¿Por qué y en qué momento? ¿Fue durante aquellas reuniones en que se mantenía abstraído mientras Sonny y Tom Hagen discutían sobre si salir a matar o sentarse a negociar y nadie parecía hacerse cargo de lo más importante, la seguridad del padre?
Esa noche en el hospital, Michael Corleone se enfrentará al capitán de policía McCluskey, hombre pagado por los Tattaglia, quien le dará un feroz puñetazo que le cambiará la fisonomía de la cara. Luego vendrá la propuesta de los Tattaglia y Sollozo de una reunión con los Corleone, más precisamente con Michael, acaso porque sea ajeno a todo y más proclive a razonar un pacto de paz. Todos reunidos en la sala de la casa de los Corleone discuten qué hacer. No les cierra. Creen que es una trampa. Michael, quien se había mantenido en silencio con su “nueva” mirada sin expresión alguna, revela por primera vez sus pensamientos: “No podemos esperar. Debemos matar a Sollozo”.
A continuación, detalla el plan perfecto. Cuando termina, todos menos Tom Hagen se largan a reír, incrédulos del repentino cambio de actitud de Michael. “El universitario que no quería saber de nuestros negocios ahora quiere matar un policía porque lo abofeteó”, se burla Sonny, que lo abraza fraternalmente y lo besa en la cabeza con genuino afecto. “Te lo tomas muy personal”, agrega buscando la complicidad de Hagen. Michael, quien no mueve un músculo de su rostro completa su plan que incluye historias filtradas a la prensa. Y devuelve: “Nada personal, Sonny. Son estrictamente negocios”. Esta vez, nadie se rió. Y nadie reirá.
Michael Corleone surge como un héroe trágico que busca por todos los medios posibles evitar su destino, a tal punto que se alista en el ejército para ir a la guerra. Sin embargo, como a los héroes de la tragedia griega, le resultó imposible. Estaba destinado a ser Don Corleone y siempre lo supo.
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