40 años de «Últimos días de la víctima»: cómo hacer un gran policial sin policías

El 8 de abril de 1982 se estrenó en los cines argentinos esta joya del cine argentino dirigida por Adolfo Aristarain y protagonizada por Federico Luppi, acaso en su mejor actuación cinematográfica.

El recordado Federico Luppi fue el protagonista de «Últimos días de la víctima», de Adolfo Aristarain, estrenada hace 40 años, el 8 de abril de 1982, en la confirmación de que el director estaba en la cima de los narradores cinematográficos locales: si Leonardo Favio era el Miguel Ángel de la pantalla local, Aristarain era su Dashiell Hammett.

El estreno sucedió a seis días del desembarco en Malvinas y eso puede haber conspirado en la taquilla -aún estaba en cartel «Reds», dirigida por Warren Beatty y sostenida por la pesada publicidad típica de Hollywood-, pero la firma de Aristarain dejaba sin duda otra muestra de su talento.

El cineasta traía el antecedente de un cross a la mandíbula del espectador con «La parte del león» (1978), estrenada también en plena dictadura cívico-militar, que sobresalía de un cine argentino de títulos adocenados, acosados por la censura, algunos con buenas intenciones pero generalmente de una tosquedad conceptual y formal que había hecho perder interés en él.

Aristarain y el "policial sin policías"

Con ese título el realizador nacido en Buenos Aires el 19 de octubre de 1943, había dado inicio a un género que se llamó «policial sin policías», en parte por una decisión narrativa pero mayormente porque la situación política y social del momento no aconsejaba la inclusión de uniformes.

Era la historia de un hombre sin rumbo, lo que los estadounidenses califican «loser» (Julio de Grazia), que cree hallar la fortuna en un depósito de agua donde unos delincuentes (Ulises Dumont y Julio Chávez) habían depositado una bolsa llena de dinero producto de un robo.

La película tenía una oscura belleza formal, excelentes actuaciones a las que se sumaban Fernanda Mistral, Arturo Maly, Beba Bidart, Luisina Brando, Osvaldo Terranova, y una sugestiva música de Jorge Navarro y otros, cuyo breve «leitmotiv» atacaba en los momentos precisos.

El impacto contrastaba con el cine argentino de aquellos días, donde el sonido era impreciso, las imágenes paupérrimas y los diálogos incalificables, mientras lo que se oía en varias oportunidades no coincidía con el movimiento de los labios de los intérpretes.

«La parte del león» cosechó elogios de la crítica pero poca gente fue a verla; hoy es una referencia artística y materia obligada para los estudiantes de cine.

Luego del fracaso, Aristarain recuperó fuerzas económicas con dos producciones absolutamente comerciales, producidas por el sello Aries –«La playa del amor» (1979) y «La discoteca del amor» (1980)-, con cantantes, galancitos, vedettes y otras figuras populares de la televisión, hasta que en 1981 se puso furiosamente político con «Tiempo de revancha», mayormente recordada por el corte de lengua autoinfligido por Luppi, indisimulable alusión a la falta de libertades que se sufría bajo el régimen.

Allí contó también con un elenco preciso: Dumont, Maly, Haydée Padilla -entonces pareja de Luppi en la vida real y en un inédito topless-, Aldo Barbero, De Grazia, Rodolfo Ranni, Ingrid Pelicori, Jorge Hacker y Marcos Woinsky y con ella ganó premios en Colombia, Canadá, Francia, Cuba, España y la Argentina.

Aristarain ya era observado con respeto, pero su talento y su pericia narrativa no habían brotado de un florero: el hombre se había preparado como segundo asistente de dirección en «Orden de matar» (1965), de Román Viñoly Barreto y «Extraña invasión» (1965), de Emilio Vieyra, y «La muchachada de a bordo» (1967), de Enrique Cahen Salaberry, todas en la Argentina.

También cumplió ayudantías de dirección en Colombia y en España: «Digan lo que digan» (1968, con Raphael), «La cólera del viento» (1970) y «La leyenda del alcalde de Zalamea» (1973), de Mario Camus, y «Érase una vez en el Oeste» (1968), de Sergio Leone, durante el auge del «spaghetti western». También colaboró con Camus en la serie de TV «Los camioneros», protagonizada por Sancho Gracia entre 1973 y 1974.

De vuelta al país fue asistente dirección de Daniel Tinayre («La Mary, 1974), Juan José Jusid («Los gauchos judíos», 1975 y «No toquen a la nena», 1976) y Sergio Renán («Crecer de golpe», 1977), realizadores que marcaron una breve época de calidad. Con toda esa gente encontró las herramientas.

"Últimos días de la víctima": un formidable Luppi y aquello que incomoda

Tras «Últimos días de la víctima» siguió rodando en la Argentina y España, juntó muchos premios y reconocimientos de la crítica e inexplicablemente suspendió su actividad con «Roma», filmada en 2004 en ambos países, con guion compartido con Camus y Kathy Saavedra y actuada por José Sacristán y Juan Diego Botto.

En 1986 dirigió ocho capítulos de la serie «Pepe Carvalho», sobre relatos de Manuel Vázquez Montalbán para la televisión ibérica, con protagonismo de Eusebio Poncela y participación de la argentina Cecilia Roth en el elenco.

«Últimos días…» fue su filme más frenético y una síntesis de su lenguaje, con guion compartido con José Pablo Feinmann, autor de la novela original, con virtudes que resisten una revisión al día de hoy, y cuenta las desventuras de un asesino a sueldo (Luppi) que tiene apoyo en un excéntrico amigo (Dumont), escenas de voyeurismo profesional sobre Maly y Soledad Silveyra en imágenes muy subidas de tono para aquel momento y hasta un conato de enamoramiento con la mujer de su blanco móvil (Elena Tasisto).

El sólido elenco se completaba con Enrique Liporace, China Zorrilla -que repitió a su manera el papel de Beba Bidart en «La parte del león»-, Mónica Galán, el periodista Carlos «Colorado» Ferreira, Noemí Morelli y hasta con Pablo Rago, que entonces tenía diez años.

La narración no da respiro, los crímenes se suceden sin mayores consecuencias -no hay investigadores, policías ni personal judicial- y la trama refiere al cazador que cae en su propia trampa: la actuación de Luppi es formidable, pero en el fondo hay algo que incomoda.

¿Qué ganan esos grandes empresarios entregando dinero a los dos bandos, al perseguidor y al supuesto perseguido -Luppi y Maly-, cuando la lógica diría que lo mejor sería invertir en uno solo de ellos? El cine argentino también tiene sus misterios.


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