Escuela Nª 332 en el paraje La Buitrera


La apertura de clases se realizó el día 30 de noviembre de 1931, hace 90 años, en un local cedido por el Sr. Alsina en su establecimiento La Adriana. Luego fue trasladada al nuevo local, que se construyó en terreno fiscal por iniciativa de su primer director y el Consejo Escolar. Don Julio Eustaquio Guiñazú Alaniz nació en 1901 en San Luis.

Hijo de Rosendo Guiñazú y de Celia Alaniz, es el segundo de cinco hermanos: Rosendo, Julio, Carmen Rosa, María Silvina y José, todos egresados de la Escuela para Maestros Normales Nacionales Juan Pascual Pringles de San Luis. Egresó como Maestro Normal Nacional en 1926 y al poco tiempo fue nombrado en la Escuela Nocturna para adultos de San Luis. En 1929 se trasladó a Las Ovejas de Neuquén.

Así logró reunir un grupo de chicos dispuestos a recibir educación. Mi padre le pidió a don Alsina que le facilite uno de sus galpones”.

Posterioremente fue a Las Lajas, donde residía su prima doña Dora Alaniz de López, maestra, y su esposo, don Ignacio Abelardo López, director de la Escuela Nacional Nº 12. Allí Julio conoció a la familia Alsina, con los que mantuvo una gran amistad y fue contratado como maestro para enseñarles a las tres hijas. Para facilitarle el traslado de Las Lajas hasta el Casco de la Estancia, le regaló “si no el mejor, uno de los mejores caballos, al que llamaban El Poderoso”.

Su hijo nos relató hace una década: “Mi padre, luego del dictado de clases a las chicas Alsina, se dirigía hacia los peñascos que dieron el nombre a La Buitrera: allí existen un conjunto de vertientes de agua que dan origen al Arroyo que bautizó con el nombre de arroyo La Buitrera (lugar en que los cazadores de buitres ponen cebos (animales muertos) para atraer buitres y allí cazarlos.

En el viejo Puente de madera, sobre la ruta 22 en la estancia La Porteña, hubo un cartel puesto por Vialidad Nacional que decía Arroyo La Buitrera. Al recorrer este arroyo don Julio se encontró con que allí existían muchas familias de crianceros, peones de estancia, mineros, con una gran cantidad de niños en edad escolar. Esta circunstancia lo llevó a relacionarse con estas familias para ver si era posible hacer algo para darles enseñanza a estos niños. “Así logró reunir un grupo de chicos dispuestos a recibir educación. Es por esto que mi padre le pidió a don Alsina que le facilite uno de los galpones que disponía la estancia para dar clases, lo que fue concedido».

Y es así que con influencia de la familia Alsina en el gobierno Nacional, el Consejo Nacional de Educación el día 18 de septiembre de 1931 nació la Escuela Nacional Nº 89 de La Buitrera, con el señor Julio E. Guiñazú Alaniz como su Director”. En el año 1948, el Director, recibió el terreno para la construcción del nuevo local: el mismo correspondía al Plan Quinquenal del gobierno del General Juan D. Perón y contaría con tres aulas, dirección y patio cubierto.

En 1956 don Julio fue detenido-época del derrocamiento de Perón- debido a que la escuela conservaba la placa con el nombre del ex presidente. Por Resolución del Consejo Nacional de Educación, en el año 1969 se puso en funcionamiento el régimen de Escuelas de Frontera, por lo que recibió esta institución el nombre de Escuela de Frontera nº 8. En 1972 el RIM nº 21 donó la ampliación del edificio construyendo dos aulas que funcionaron como salón de manualidades. Contaba la escuela en ese entonces, con talleres de Huerta, Artesanías Autóctonas, Apicultura y Zapatería. En el año 1997 la Institución pasó a denominarse Escuela Primaria 332.

Julio se casó en 1934 con María Magdalena Muñoz, se habían conocido en Las Lajas debido a que Maga, como la llamaban, había venido a ejercer como maestra. Tuvieron cinco hijos: Juan Elías, autor de estos recuerdos, nació en San Luis, los restantes en Neuquén: Julio Héctor, Jorge Antonio, Celia Magdalena Chela, y Miguel Alfredo. En 2001 se impuso el nombre de Julio Eustaquio Guiñazú Alaniz a esta institución. Su hermana Srta Katura y renombrados docentes ejercieron en la escuela. Ejemplos de maestros, una profesión de sacrificio, cuya recompensa, por momentos, parecía ser la mirada diáfana de sus humildes alumnos, que no se amilanaban ante la inclemencia del tiempo para concurrir a la escuela pues allí los esperaba, indefectiblemente, su maestro.


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