Qué veo en Netflix: «La memoria infinita», la de uno, la de todos
La directora chilena Maite Alberdi aborda el Alzheimer a partir del retrato fiel de la vida del periodista Augusto Góngora, casado con Paulina Urrutia. El documental, conmovedor, está en Netflix.
La memoria es un acto de amor. La colectiva y la individual. “Sin memoria no hay identidad”, le lee Paulina Urrutia, actriz, ex ministra de Cultura en el primer gobierno de la chilena Michelle Bachelet, a su marido, el periodista Augusto Góngora, de 70 años, que sufre los estragos de un Alzheimer diagnosticado en 2014.
Se lo lee en una de las rutinas diarias que capta la cámara cuidada y pudorosa de Maite Alberti, la documentalista, chilena también, en “La memoria infinita”, disponible en Netflix desde el 5 de diciembre.
Lo que filma es un retrato sobre el Alzheimer, pero es también un retrato sobre el amor de una pareja y sobre todo, un retrato de la memoria, la individual, de ese hombre al que deben recordarle cada mañana quién es y qué los une, pero también de la memoria colectiva de ese mismo hombre que fue uno de los periodistas que narró la dictadura de Pinochet con su oficio, mientras conducía Teleanálisis, un programa televisivo opositor.
El documental, íntimo, bello y desgarrador, que fue adquirido por MTV Documentary Films y premiado en el Festival de Cine de Sundance, empieza amoroso y resplandeciente con los cuidados que la actriz le da a quien es su marido desde hace casi 20 años y su pareja desde 1995. Pero se vuelve más desolador, incluso oscuro, a medida que avanza y se hace evidente lo irremediable, con las crecientes confusiones y los ataques de ira que dan cuenta de que el camino es irreversible.
Maite Alberti es una respetuosa y convencida retratista de la vejez y su vulnerabilidad. Ya lo hizo en “La Once”, bitácora luminosa de cómo la muerte va venciendo, una tras otra, a las integrantes de un grupo de amigas ya mayores que se juntan a tomar té cada cierto tiempo, y también en “El agente Topo”, que se convirtió en la representante chilena en los Oscar en el año 2021. Ese documental/ficción se enfoca en un hombre -el agente Topo del título- que se infiltra como espía disfrazado de paciente en un geriátrico para supuestamente averiguar si la madre de una clienta sufre maltrato por parte de los cuidadores del lugar. Pero con el correr de los días lo que advierte es que el destrato y el abandono viene más bien de los familiares de los residentes, que de los enfermeros y que lo que hay allí es un grupo de personas con anhelos, dolores, alegrías, esperanzas y sueños.
Fue la propia Alberdi la que le propuso a Paulina Urrutia hacer un documental sobre la convivencia con el Alzheimer. La respuesta fue un rotundo no. Góngora, en cambio, accedió. Después de haber retratado él mismo la vida de un país convulsionado como periodista, estaba dispuesto a ser el protagonista -desafortunado- de este documental. Así que Urrutia, acostumbrada a encarnar a muchos personajes ficticios, aceptó hacer de ella misma en esta historia tan conmovedora como compleja que la enfoca la mayoría de las veces en el gesto amoroso y constante de quien no puede despegarse ni un minuto de quien cuida, pero también en su abatimiento completo, a veces por la misma razón.
Góngora, que murió en mayo de este año, a los 71 años, tuvo un primer matrimonio y dos hijos, pero el gran amor de su vida ha sido Urrutia. Luego de convivir con ella durante dos décadas, en 2014 a este periodista, escritor y documentalista le diagnostican Alzheimer y dos años más tarde, cuando todavía las secuelas de la enfermedad no eran tan evidentes, se casaron.
La producción documenta ocho años en la vida de esta pareja enfrentándose a la enfermedad, pero hay imágenes de archivo que cuentan los años previos: de su trabajo, y de su relación con sus hijos.
No importa que Góngora o Urrutia no sean personas muy cercanas al público argentino. En “La memoria infinita” importa lo que se cuenta y lo que los atraviesa a ellos, y a los espectadores también.
Pese al deterioro a veces notable de Góngora, él y Urrutia tienen charlas descarnadas, sobre la muerte por ejemplo. Una charla en la que ella le dice que ha pensado en la muerte y que a veces incluso la añora, y en la que él, en cambio, le asegura que quiere vivir todo lo que pueda, que la va a pelear hasta el final.
Y cuando la enfermedad avanza más, hay momentos de oscuridad, como en esa escena en la que perdido en la temible desmemoria, camina sin rumbo, aferrado a los libros que aún siguen siendo un motor vital. O como en esa otra en la que grita, desgarrado, el nombre de sus hijos, como si los hubiera perdido.
Amoroso, descarnado, emotivo, “La memoria infinita” es a la vez un retrato crudo sobre esa enfermedad tan abismal y a la vez una enorme muestra de amor hacia el hombre que se apaga y a ese acto de resistencia contra el olvido.
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