¿Qué leo?: “Si las cosas fuesen como son”, fragmentos de una familia
La escritora, poeta y música uruguaya Gabriela Escobar publicó su primera novela, un retrato fragmentado y poético, de una familia disfuncional.
“Mis cajas de mudanza siguen cerradas. Pienso en algo estúpido: si las abro, voy a dejar escapar el aire que viene de mi vida anterior. Me gustaría llevarme a mis hermanos -y perderlos por el camino-, pero forman con mi madre un objeto indivisible. Querer separarlos es tratar de cortar un charco con un cuchillo”.
Gabriela Escobar Dobrzalovski (Montevideo, 1990) es música , poeta, escritora. Ninguno de estos datos parece menor a la hora de leer su primera novela “si las cosas fuesen como son” (todo así, en minúscula), editado por Criatura. Las oraciones breves , las descripciones lacerantes, la decisión de armar el libro a partir de breves fragmentos numerados, juegan como un metrónomo que golpea en cada parte de la estructura. Hay algo musical en el tono, hay algo poético, hay algo punzante.
La narradora de esta breve novela (tiene apenas 86 páginas) acaba de pasar por una separación amorosa y vuelve a la casa de su madre, en algún balneario de la costa uruguaya. Pero no vuelve a un cobijo, al nido materno. La casa -esa casa a la que vuelve- es todo menos esa idea acogedora de lugar en el que se busca consuelo. Es una casa de a que el padre se fue cuando eran pequeños, y en que la madre quedó orbitando como núcleo centrífugo, enorme.
“La tumbona”, así llama a la madre, que vive con sus otros dos hermanos, Juan y Marcos, en una relación entre simbiótica y perturbadora (sobre todo lo segundo). La madre devora las posibilidades de sus dos hijos varones con “métodos de protección que se parecen demasiado a un castigo”, como describe la narradora.
Le pusieron ese apodo, Tumbona, porque tira todo, porque “te come el espacio”. La madre es el centro de un hogar agobiante en el que crece casi sin cariño, donde ella y sus hermanos orbitan como planetas que nunca llegan a alejarse por completo. la tumbonas es una mujer que lo arrastra todo a su paso, que lo absorbe para mantenerse en su propio eje y evitar la soledad. “Quizás se alimenta de nosotros. Somos su vitamina, su proteína. Nuestra madre se ensancha y nos deja flaquitos, nos gana el margen y se lleva un centímetro por día, es una conquistadora lenta que te come de a poco, pero nunca demasiado”.
La figura de la Tumbona es fuerte a lo largo de la novela. “Es una madre de cuerpo grande, que se lleva todo y a todos por delante. Es torpe, su caricia puede ser un golpe. No sé si es una reelaboración de la figura materna, definitivamente no es una mujer servicial o suave. Tumbona suena a “tumbar” y a “tumba”. Una tumba puede parecerse a un útero, oscuro, cerrado. Sé que la muerte suele tener connotaciones negativas, pero en un útero y en una tumba se dan transformaciones sustanciales para cualquier cuerpo. Algunas personas me dicen que la Tumbona es un personaje entrañable o adictivo, lo comprendo y a la vez me da curiosidad. Me pregunto si la crueldad esconde un imán en alguna parte”, explicó la autora en una entrevista a fines del año pasado, cuando salió publicado su libro.
De la maternidad a la familia
La novela de Escobar cuestiona la maternidad , pero en este caso, las esquirlas de ese cuestionamiento llegan a toda la institución familiar. “Mi familia es un caleidoscopio detonado, nadie quiere agacharse a juntar los pedazos”, dice la narradora -que sólo una vez a lo largo del libro dice llamarse Gabriela -en esta novela que ganó el Premio Juan Carlos Onetti en Narrativa en 2021.
Desde la primera imagen, ese caleidoscopio detonado se esparce por toda la casa. La primera imagen es el padre yéndose para siempre de la casa, y la madre diciéndole a los tres hijos solo podían referirse como «la mala palabra».
Pero lo detonado no es sólo la familia, sino el lugar que habitan, esa casa que lentamente se viene abajo, con la madre y los hermanos instalados en un sillón que ya tiene la forma de sus cuerpos. Y en ese espacio hostil, la narradora intenta no convertirse en alguien que no quiere ser.
En fragmentos, más cortos, más largos, la lectura sigue a la protagonista en sus momentos de soledad, pero también en la reconstrucción de la historia de sus antepasados, en la violencia que acompañó a sus ancestros judíos desde otro continente; en lo que ocurre con el pequeño vecino de enfrente que come plantas; o en lo que ocurre con Laura, la mujer con la que tiene un breve romance, que escandaliza al pueblo.
El tono de “si las cosas fuesen como son” es oscuro y amargo. Ya la vez, de ese mismo tono brota un humor agrio, negro. Pero entre uno y otro tono, favorecido por el ritmo que le impone Escobar, la historia fragmentada cobra sentido, con todos los pedazos que quedan en pie, vueltos a reunir.
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