Literatura, chismes y traiciones, la historia detrás de «Capote vs The Swans» que hundió al escritor
Star+ anunció la fecha de estreno de “FEUD: Capote vs. The Swans”. La serie revive un capítulo amargo y final de la vida del Truman Capote a raíz del cuento “La Côte Basque 1965”. En ese texto, el autor de “A sangre fría” develó una serie de secretos inconfesables de sus mejores amigas. Fue su final.
Todo terminó ahí, en un cuento. Un cuento que se publicó en un libro póstumo de Truman Capote, pero que antes, en 1975, salió en la revista Esquire. Fue una bomba. Una bomba atada a su propio cuerpo que hizo volar en pedazos no sólo la amistad que el escritor tenía con un grupo de mujeres de la alta sociedad, las que lo habían adoptado y apañado, sino a él mismo. Fue su fin. El cuento se llamaba -se llama- “La Côte Basque 1965”. Y lo que ocurrió entre Capote y sus amigas, “los cisnes” como las llamaba él cariñosamente, es lo que cuenta la serie que ya tiene fecha de estreno por Star+ bajo el título: “Feud: Capote vs. The Swans”. Será el próximo 8 de mayo.
En tono burlón, chispeante, pero con una perfidia elocuente, lo que narra “La Côte Basque 1965” puede ser leído hoy como una serie de chismes engarzados unos con otros, que se van soltando con la excusa del encuentro entre la millonaria Lady Ina Coolbirth y Jonesy, que van a comer a ese bar que le da nombre al cuento, y que, en 1975, era el lugar para mirar y ser visto en Nueva York, el lugar adonde iban los ricos y famosos de aquellos años. Y eran muchos, y eran muy ricos y muy famosos. Leído hoy es un cuento que puede disfrutarse (aún cuando no es ni cerca lo mejor de Capote). Pero leído en aquel entonces, en la revista Esquire, fue como escuchar los peores chimentos, los más bochornosos e inconfesables, en un programa con mucho rating de hoy y en el prime time. Hay quienes dicen que fue el primero en hacer algo semejante.
En aquellos años, en los que Capote comenzaba a hundirse tras el enorme éxito literario -aunque no le había valido ni un sólo premio y le había llevado muchos años de su vida con el consiguiente desgaste psíquico y físico que supuso- de “A sangre fría”, él mismo intentó defenderse del caos que había creado. Convencido como estaba de que la literatura justificaba todo, decía: “¿Qué esperaban? Soy un escritor y me sirvo de todo. ¿Es que la gente se pensaba que me tenían para entretenerlos?”.
En su cuento entran muchos de las damas y hombres de la sociedad: los Kennedy (con un muy malicioso párrafo sobre Jackie), los Vanderbilt, Tenesse Williams, Cole Porter, Salinger. Y sobre todo, sus hasta entonces amigas, los cisnes: Babe Paley, la esposa de William Paley, presidente de la CBS; Slim Keith, esposa primero de Howard Hawks y luego de Leland Hayward, un poderoso productor teatral; Gloria Guiness, esposa del magnate Loel Guinness; Lee Radziwill, hermana y también competidora de Jackie Kennedy; Marella Agnelli, noble italiana casada con el heredero del imperio Fiat, Gianni Agnelli.
La bomba que esparció esquirlas hacia todos lados fue el carozo de ese cuento, el chisme brillante engarzado en medio de un collar de chismes solo un poco más opacos: un empresario judío, casado con una mujer preciosa, se acuesta con la mujer católica y no demasiado agraciada del gobernador. Es obvio en el cuento que el empresario sólo se acuesta con ella por el morbo que le provoca irse a la cama con la esposa de un político importante. La experiencia sexual es calamitosa e incluye sangre menstrual manchando las sábanas justo un rato antes de que llegue la mujer del empresario.
Aunque todo era bastante gráfico, hubo más, por si quedaba alguien en todo Manhattan, o en todo Estados Unidos, que no hubiera atado los cabos necesarios.
Tras la publicación del cuento en Esquire, la revista New York Magazine salió con una caricatura en la tapa que mostraba a Capote retratado como un pequeño caniche que mordía los dedos de una mujer en una fiesta de gala. “Capote muerde las manos que lo alimentaron”, decía el título de la nota escrita por Liz Smith, que revelaba las verdaderas identidades de las mujeres que el periodista había traicionado. No había modo de darle más luz a los secretos oscuros y guardados. Todos los trapitos ventilados al sol.
La esposa del empresario del cuento que escribió Capote era Babe Paley, amiga íntima del escritor. Era, de todo ese grupo que él llamaba “mis cisnes” la que más lo había arropado para que él, un chico tímido, de una familia rota y no muy adinerada, entrara por la puerta grande a la alta sociedad, a sus fiestas, sus yates, a compartir y oír sus secretos inconfesables. De más está decir que no le perdonó la traición. Y que tanto ella, como sus amigas, le soltaron la mano.
Ebs Burnough, director del documental “Las cintas de Capote”, donde se escucha esa voz aniñada que tenía el escritor, contando muchos más secretos, cree que el efecto del cuento fue fundacional, que creó las bases para la cultura sensacionalista. “Esta era una época (en Estados Unidos) en la que nadie hablaba siquiera del hecho de que Franklin Roosevelt estaba en silla de ruedas, y mucho menos de las aventuras que tenía la gente, y mucho menos de forma tan gráfica como lo hizo Truman. Como dijo el difunto gran John Richardson, “(Capote) quitó la tapa a un montón de mierda” y comenzó la cultura de exposición que tenemos hoy. Fue un verdadero momento de “¡te agarré!” para los ricos y famosos”.
“Desde lo más vanidoso, a Truman le encantaba ser el centro de atención y el niño mimado de esa alta sociedad, ese bufón de la corte. Le encantaba soltar nombres de famosos de forma casual en sus conversaciones. Desde pequeño, se inventaba lo rico y famoso que era su padre, a pesar de que ahora sepamos que le perdió la pista con apenas 4 años. Capote sentía que necesitaba estar en esos salones y en esos yates enormes tanto como respirar. Creía que era lo que le hacía sentirse vivo, respetado y completo, quizá por influencia de su madre”, explica el cineasta. “En un nivel más profundo, hay que mirarlo del siguiente modo: si siempre eres el invitado en casa de alguien, tendrás que cantar para que te den de cenar. Creo que él sabía que ese era el precio que tenía que pagar por estar ahí. Valoraba estar sentado y comer con cubiertos de plata, pero siempre tuvo claro que él no pertenecía a ese mundo y que, probablemente, nunca lo terminarían por aceptar”, agrega Burnough.
Vanidades, secretos, ambición y también deseos de verse reflejados en la pluma del que por entonces era el escritor más vendedor de los Estados Unidos (“A sangre fría” vendió más de 300 mil ejemplares en el momento de su publicación y estuvo 37 semanas en la lista de los best sellers del New York Times). Hay una anécdota encantadora que cuenta cómo varias de las “amigas” de Capote creyeron verse retratadas en la Holly Golightly que protagoniza “Desayuno en Tiffanys”. Quizás, aún conociéndole esa malicia y su lengua rápida para el comentario, no esperaban ser sus víctimas. Quizás.
Y del otro lado Truman Capote, claro, con su talento y con todas sus debilidades. Hay un magnífico retrato suyo que escribió el año pasado la periodista Leila Guerriero tras pasar un mes en Casa Saniá, la misma en la que Truman Capote escribió el último tercio de “A Sangre fría”, en la costa Brava. A la par que reconstruye el paso de Capote por ese lugar de España, Guerriero cuenta la tortura que fue para Capote escribir “A Sangre fría”, ese libro que lo consagró y terminó hundiéndolo, con ese deseo, poco humano pero sí literario, de que los asesinos de la familia fueran finalmente condenados a muerte para que él pudiera ponerle punto final al libro de su vida.
“Tenía cuarenta y un años. Era famoso, casi millonario. Se compró un departamento en la Quinta Avenida y organizó, el 28 de noviembre de 1966, el Black and White Ball, una fiesta de máscaras en el hotel Plaza que congregó a quinientas cuarenta personas. Andy Warhol, Henry Fonda, Marella Agnelli, Lee Radziwill, Marlene Dietrich, Mia Farrow, Frank Sinatra, Lauren Bacall, Tennessee Williams, familias como los Rockefeller, los Vanderbilt, los Rothschild. ¿Fue la mejor manera de celebrar un libro por cuyas arterias corría tanta sangre: la de los Clutter, la de Perry, la de Dick? Capote repetía: “Nadie nunca sabrá lo que A sangre fría se llevó de mí. Me chupó hasta la médula de los huesos. Por poco acaba conmigo. Creo que, en cierto modo, acabó conmigo. Antes de empezar yo era una persona bastante equilibrada. Luego, no sé qué me sucedió. Sencillamente no puedo olvidarlo, especialmente los ahorcamientos al final”. Quizás la fiesta intentó ser un exorcismo. No funcionó”, escribe Guerriero en ese gran texto, “La dificultad del fantasma”, que está disponible en la página de la residencia literaria Finestres (https://rlfinestres.com/historia/la-dificultad-del-fantasma/)
De una hoguera de vanidades, secretos, riqueza y un poco frivolidad; de literatura, inteligencia, malicia, y un ocaso. De ese material altamente inflamable está hecha la serie que se estrena por Star +.
Comentarios