«La uruguaya» y «The Quiet Girl»: mirá los dos estrenos de cine que llegan desde la literatura
Hoy se estrenaron dos filmes basados en libros. Uno de ellos es “La uruguaya”, de Pedro Mairal. El otro es “The Quiet girl”, que estuvo nominado a los Oscar y surge de un libro de la irlandesa Claire Keegan, “Tres luces”.
Literatura y cine, en ese orden, son una gran dupla. Hay novelas que parecen hechas a la medida de la pantalla. Y hay otras que son a riesgo; no se adivina en sus páginas el pasaje a las cámaras. Pero ahí están: sólo en esta semana, dos libros en los que no se veía claramente su versión cinematográfica llegaron a los estrenos de cine.
Uno es el del escritor argentino Pedro Mairal, que vio traducida al cine a su exitosa novela “La uruguaya” a través de un curioso sistema echado a rodar por la gente de Orsái y Hernán Casciari, su alma mater. Una producción de la que participaron, con sus aportes, 1.961 personas, que apoyaron la iniciativa, financiaron el rodaje (con cien dólares cada uno) y cuyos nombres aparecen al final de la película. Personas que creyeron en la propuesta, que evidentemente leyeron el libro, y quisieron sumarse.
En “La Uruguaya”, la novela publicada en 2016 , el protagonista es Lucas Pereyra , un hombre en plena crisis existencial, en crisis total. Tiene cuarenta y pocos, es escritor, está casado, y es padre de un hijo pequeño. Todos esos asuntos, la escritura, la edad, el amor y la paternidad, le traen más replanteos que certezas. Firmó un contrato por un nuevo libro que no está escribiendo, no está generando ningún ingreso, la relación con su mujer, Catalina, está entrando en la peligrosa meseta del desencanto y la relación con Maiko, su hijo no alcanza el nivel deseado.
Con esa superficie resquebrajada como terreno en el que no hace pie, decide cruzar a Montevideo a rescatar unos dólares que cobró, y que piensa traer al país, sorteando las restricciones cambiarias de la Argentina. Es un viaje breve, de un sólo día, en el que además de apaciguar el malestar económico que ya hace mella en la pareja, piensa reencontrarse con Magalí Guerra, una joven uruguaya con la que viene fantaseando desde que la conoció en un festival literario, algún tiempo atrás. Pero, en el camino, tropieza. Y todo lo que se imaginó que iba a ocurrir se demora, naufraga, se hunde.
Novela breve, el libro tiene mucho de monólogo interior del narrador que, en primera persona, reflexiona sobre aquello que fue una promesa y que ya no se parece en nada a la realidad: él mismo.
Pero, lo que en el libro es una mirada masculina sobre los deseos, la crisis, las relaciones y la posibilidad de mantener un encuentro sexual con una mujer, cambia de perspectiva en la película. En lugar de ser la mirada del varón rioplatense que cruza a Montevideo por razones económicas y románticas, la voz en off que guía el filme es de una mujer. En este caso, es la voz de Catalina (Jazmín Stuart).
“La novela está enfocada a la subjetividad de un hombre, y la película cuenta la historia desde la mirada de una mujer. Entonces, la adaptación amplía el libro y se anima a zonas a las que el texto no va y se genera un gran diálogo entre el texto y la película. Pudo ser posible por la mirada de Ana García Blaya, pero también por las actuaciones de Jazmín Stuart y Fiorella Bottaioli, pero también Josefina Licitra en el guión, un equipo que supo sumar una mirada distinta a la del libro”, señaló Mairal en diálogo con la agencia Télam a partir del lanzamiento del largometraje.
La directora, Ana García Blaya, que había debutado en 2019 con “Las buenas intenciones”, obtuvo buenas críticas con “La uruguaya” en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, además del premio a la mejor dirección.
El filme ya está en las carteleras de cine y en breve se podrá ver en la plataforma de streaming Star+.
Los protagónicos son de Sebastián Arzeno (Lucas, el escritor), Fiorella Bottaioli (la uruguaya veinteañera) y Jazmín Stuart (Catalina).
La película fue financiada íntegramente por la Comunidad Orsai de Hernán Casciari. “Al revés del ‘mecenazgo’, en donde gente pone dinero por amor al arte, todas las ganancias de ‘La uruguaya’ son repartidas semestralmente entre los socios”, informaron desde la producción. El propio Casciari explicó además, que gracias a este sistema están rodando en este momento otras cinco películas, incluyendo una en la que Liniers dibujará la vida del arquero de la selección campeona del mundo, Dibu Martínez.
Historia de una familia
El otro libro que se convirtió en película es “Tres luces”, de la irlandesa Claire Keegan, editado por Eterna cadencia en 2011, que llegó a los cines con el nombre de “The Quiet girl”, filme que compitió contra “Argentina 1985”, en la categoría mejor filme extranjero, en los últimos premios Oscar. Y aunque se fue de la ceremonia sin ningún premio (ganó la alemana “Sin novedad en el frente), cuenta una conmovedora historia que ha sido muy elogiada.
Claire Keegan, la escritora del libro que ahora es película es una de las mejores escritoras de cuentos de habla inglesa. Con una escritura tan ascética como poderosa, Keegan es una minuciosa retratista de la Irlanda rural. Ella prefiere esos paisajes, esos lugares, esas pueblos en los que cada gesto es evidente, en los que detalles no se diluyen entre la multitud. Es una maestra en el mostrar sin decir, en conmover sin necesidad de crear demasiadas olas. Es en lo mínimo donde se muestran los destellos enormes de su talento.
En este caso, la autora de los también excelentes “Antártida” y “Cosas pequeñas como esas”, cuenta la historia de esa niña silenciosa que da nombre a la película.
La niña en cuestión se llama Cáit y, aunque en el libro no se cuenta demasiado sobre su familia original, se entiende todo. Vive con sus padres en medio de muchas restricciones económicas y afectivas, en una familia súper numerosa que, en el momento en que comienza el libro, está a punto de sumar a un nuevo integrante.
En esa situación, el matrimonio decide que la niña, la más callada de la casa, vaya a pasar el verano con unos familiares, los Kinsella, a quien Cáit no conoce.
Los Kinsella la reciben encantados. En la granja en la que viven, la niña pasa los primeros días aprendiendo las labores y compartiendo la vida cotidiana de estos desconocidos en un clima apacible. Pero sobre todo, los pasa asombrada porque allí existe todo lo que en su casa no: un baño dentro d la casa, agua caliente, la posibilidad de bañarse cómodamente en una bañadera, ropa limpia, manteca, comida sabrosa, afecto y preocupación por sus progresos.
Hay algo que le dice la mujer, de lo que ella toma nota: “aquí no existen los secretos”. Una frase que luego resonará en todo el libro, como esos círculos que se hacen en el agua cuando se arroja una piedra. “Hundo el cucharón y me lo llevo a los labios. Esta agua es fresca y límpida como nada que jamás haya probado. La hundo de nuevo y la levanto al mismo nivel que la luz del sol. Me tomo seis medidas de agua y deseo, por un momento, que este lugar sin deshonra ni secretos fuera mi hogar”, piensa la protagonista y narradora del libro.
Pero un día, esa calma se perturba. Los Kinsella le compran ropa nueva para ir a una casa, a un velorio, en el pueblo, y la niña debe quedarse por un rato con otra familia del pueblo. Las preguntas que le hacen esos vecinos, las dudas que despiertan sobre ella y sobre su inocencia, marcan de algún modo, el fin de la infancia y la certeza de que los secretos, dolorosos, anidan ocultos en el corazón de los Kinsella.
No conviene adelantar aquí qué es lo que sabe a partir de entonces esa pequeña niña silenciosa y agradecida. Pero su mundo dará un vuelco. Sutil, como todo en la literatura de esta maestra de la escritura, para dejar flotando la pregunta sobre el amor familiar o más bien, qué es una familia: la que la cría, o la que cobija por esos días.
La película, filmada por el director Colm Bairéad, tiene el desafío de transmitir lo que en el libro es puro pensamiento, sin muchas palabras. Y sobre todo, tiene el desafío -que cumple- de transmitir toda esa ternura que respira el libro sin caer en el sentimentalismo de trazo grueso, ni los lugares comunes, y de dejar al espectador ante la punzante y conmovedora sensación de que el amor está hecho de gestos que no necesitan de grandilocuencia, sino de silenciosas pero contundentes muestras.
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