«Infancia y juventud», las memorias de Fito Páez que inspiraron su serie de Netflix

"El amor después del amor" está basada en un proyecto pandémico en el que Fito volcó sus memorias al papel. Los pasajes más destacados fueron también puntos clave en la serie.

«El amor después del amor», la serie de Netflix basada en la vida de Fito Páez, una de las más vistas de la plataforma y que se ha convertido en un gran disparador de conversaciones y debates, recupera con fidelidad pero también con mirada audiovisual los principales ejes de «Infancia y juventud» (Planeta), las memorias en las que el músico ensayó una reelaboración autobiográfica y dio su mirada sobre las décadas más ricas del rock nacional.


El rodaje de «El amor después del amor» duró siete meses, desde enero a julio de 2022, y se filmó en diferentes locaciones de Buenos Aires y también en Santa Marta, una pequeña localidad de Colombia que permitió representar las escenas de Río de Janeiro, La Habana y Punta del Este. Pero el sustrato que hizo posible hilvanar la historia fue «Infancia y Juventud», el libro en el que Páez se mira al espejo y repasa su biografía desde la óptica de un narrador omnisciente y cenital. Esa misma perspectiva adopta la serie y generó algo de revuelo aunque no haya mucho lugar para esa suerte de «decepción» por la falta de multiplicidad de versiones y voce: en las páginas del libro y con la certeza de «el que avisa no es traidor» Páez le advierte explícitamente al lector que aquella es su historia contada desde su mirada.

El tiempo excepcional de las restricciones pandémicas hizo que Páez, ante la imposibilidad de los escenarios y las giras, aceptara la oferta recurrente de su amigo Nacho Iraola, el entonces director de Planeta, para escribir su historia en formato de prosa. «El tiempo libre y la desesperación fueron el terreno donde se abonó este libro. Ahora no tenía argumentos para escaparme de mi insistente editor planetario. ‘Dale, ya no tenés excusas’, me decía Nacho detrás del teléfono, con su voz agitada plena de entusiasmo.No voy a hacer eso, amigo. ¡No tengo capacidad física ni intelectual para meterme allí!», cuenta en el texto que oficia prólogo.

Para el músico, la posibilidad de poner su vida en palabras fue un «proyecto pandémico» que le impidió distanciarse creativamente del dolor de aquellos días que vivió en su departamento de la calle Esmeralda: «Un día lo di por finalizado. Pero no fue real. Surgían nuevos recuerdos que volvían a encender el fuego. Otra vez a la pesca de alguien que me diera otra versión de los hechos. Mientras, componía músicas y canciones nuevas. Había mucho tiempo libre. Después ya no quise moverme más de la biblioteca mágica de Esmeralda. Por fin había logrado vivir en un mundo fantástico. La realidad es un espacio de locura y alienación que nunca me fue empático».

Fue necesaria otra época excepcional para que el libro saliera a la luz: se publicó en el marco de los festejos por el 30º aniversario de «El amor después del amor», el disco más vendido en la historia del rock nacional e incluyó un raid de recitales multitudinarios en el Movistar Arena.


Los primeros capítulos de «El amor después del amor» reconstruyen el cálido matriarcado que lo arropó en su infancia, tras la muerte de su madre, Margarita, cuando tenía sólo 32 años.

«Tanto Belia como Pepa eran mujeres de pechos grandes. Debo haberme dormido infinidad de veces sobre esas tetas del amor. Belia no perdía oportunidad para demostrar sus dotes de líder en la casa de calle Balcarce. Podríamos decir que crecí en un declarado matriarcado. Ellas fueron mis dos madres en el mundo real. Las que me cambiarían los pañales, me harían la comida, me lavarían la ropa, me bañarían, me bajarían las fiebres y fueron cómplices para ocultar algunas de mis travesuras que hubieran ameritado el reto implacable de mi padre. Pepa mucho más que Belia. Todo lo que soy se lo debo a ellas», recuerda sobre su tía Belia y su abuela Pepa, asesinadas en 1986, y reconoce que fue la de «un chico feliz que tenía amor a raudales».

«Reinaba el piano en aquel espacio, con la solemnidad de un sepulcro imperial. Inviolable. Pasarían muchos años para que mi abuela Belia me diera la llave que abriría el cofre que contenía el santo grial familiar», cuenta el músico en «Infancia», la primera parte del libro, sobre la llave, un objeto que en la serie toma protagonismo y que abre y cierra (además del piano rosarino y heredado de su madre) otras historias y capítulos.

Tal vez lo más interesante del vínculo y la correspondencia entre la serie con el libro se de en los párrafos en el que el músico recuerda a Felipa, su niñera, y al vínculo que entablaron. «Nos queríamos mucho, era mi nanny. Jugábamos a los penales en el patio de baldosas falsamente andaluzas», agrega, mientras su padre o sus abuelas protestaban por los pelotazos. «Éramos dos niños, jugábamos como si fuéramos hermanitos y también oficiaba de mamá», completa, señalando que, cuando era necesario, le imponía límites en la conducta. Pero la historia después se pone truculenta cuando cuenta una situación de abuso que se confunde con el despertar sexual. «Creo que abuela Belia escuchó el grito fuerte de Felipa», escribe, y agrega que desde entonces se vivió un clima extraño en la casa. «Pasaron unos días y nunca más la volví a ver. El día que me dijeron que no trabajaría más en la casa lloré durante horas, durante días. Fue un terrible desconsuelo», cierra. Aquello, que en el libro se transita con los grises que habilitan las palabras, en la serie es levemente más opaco.


En «Juventud», la segunda parte de la obra, Páez abandona el devenir confesional y asume el rol de narrador testigo para contar con detalles cómo asesinaron a sus abuelas y a la mucama embarazada. Repasa, además, cómo debió esperar en Río de Janeiro que avanzara la investigación ante la advertencia de que los investigadores buscaban involucrarlo para encontrar un móvil. «Sobrevida» llama a los meses que siguieron a aquel triple femicidio y que la serie toma para explicar los años de adicciones, declive musical y penuria creativa. Y la serie reconstruye con registro policial el 8 de noviembre de 1986 cuando sonó el teléfono y escuchó: «Fito, mataron a tus abuelas en Rosario». En aquel momento, Charly García se ocupó de sostenerlo en pleno estado de shock y tristeza y con desfachatez logró animarlo: «Amo a Charly García por muchos motivos. Haberme hecho reír en una noche triste es uno de ellos», confiesa Fito en el libro. «Allí comenzó una larga borrachera que duraría años», asume y dedica un capítulo entero al relato policial de esos crímenes espantosos, cuya resultado artístico fue «Ciudad de pobres corazones».

«El amor después del amor» guarda para Fabiana Cantilo un rol coprotagónico. «Los dos piscianos. Amábamos la música. Yo estaba deslumbrado con su belleza y sus formas de niña. Nada ha cambiado en ella. Su humor permanente y su capacidad de poder hablar de muchos temas a la vez en una misma charla. Este es un complejo organismo gramático y morfológico», dice sobre ella.

En el libro, el músico repasa todas sus historias amorosas y cuenta cuál fue el vínculo con las distintas «madres de musas»: «Todas las compañeras con quienes tuve vínculos de novios o maritales terminaron dejándome. Les doy la derecha. Que Dios las bendiga. Madres de musas, dueñas de grandes caracteres, firmes convicciones y, sobre todo, infinita paciencia. Fabi fue la primera».

«El amor después del amor» también tiene escenas en aquella cabaña en José Ignacio en el que Páez comenzó a componer el mítico disco en el verano de 1992 bajo la mirada atenta y cómplice de la actriz Cecilia Roth. «Tener tiempo, dinero, conocimiento y audacia parece una combinación imbatible. Porque cuando falta alguno de estos elementos, la causa corre el riesgo de perder mística o rigor. O puede pecar de falsamente ambiciosa. Sin estos elementos en perfecta conjunción solar, hubiera sido imposible realizar `El amor después del amor´. Había una sensación en el aire de estar haciendo algo especialísimo», recuerda sobre el renacer musical y personal de aquellos días con los que cierra «Infancia y Juventud», un tema en algún punto caprichoso (como todo en literatura) que deja todavía mucho por contar.


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