Feria del Libro: Infancia y fantasmas en el nuevo libro de Andrés Barba, el escritor madrileño que vive en la Argentina
Traductor, ensayista, narrador publicado en más de veinte lenguas y elegido hace una década por la Revista Granta como uno de los mejores narradores de su generación, el autor acaba de publicar "El último día de la vida de anterior". De eso y la
«El último día de la vida anterior» es la primera novela de fantasmas que escribe el español Andrés Barba, quien reconoce en la elección de la forma y la trama una apuesta al género, una maniobra para levantar la bandera de la ficción en un momento en el que cree que resulta más cómodo exprimir la biografía y, en su visita a la Feria del Libro, analiza por qué su obra se ha ido impregnando de un eco borgeano a la par de su decisión de instalarse en la Argentina junto a su familia e iniciar los trámites para obtener «una nueva ciudadanía del corazón».
En una novela condensada de solo 140 páginas, Barba (Madrid, 1975) lleva lo fantasmagórico a lo cotidiano, un juego que le permite visitar la literatura fantástica desde los límites. Ganador del premio Herralde de Novela de 2017 con «República luminosa», reconoce que le costó escribir esta historia a pesar de que lo ha acompañado durante más de una década. «Fue Carmen M. Cáceres quien me hizo entender que en realidad se trataba de algo bien sencillo: una persona ayuda a otra. Como no es infrecuente en los escritores, yo mismo no había llegado a entenderlo porque tenía la mente demasiado ofuscada en hacer literatura», acepta en las últimas páginas, sobre el rol fundamental que tuvo su mujer, escritora y editora, para resolver aquella crisis creativa. Sabe que para un escritor, tener un buen lector «es un auténtico tesoro».
Traductor, ensayista, narrador publicado en más de veinte lenguas y elegido hace una década por la Revista Granta como uno de los mejores narradores de su generación, el autor, tras haber vivido en Nueva York y Madrid, se instaló en Misiones cuando terminó la pandemia. «Tengo dos hijos argentinos y estoy en pareja desde hace más de 10 años con una argentina. Pero además, hay una tradición literaria argentina con la que cada vez me siento más afinidad. En definitiva, creo que la decisión de pedir la ciudadanía argentina radica en una ciudadanía del corazón», subraya.
La trama de «El último día de la vida anterior», que se activa cuando una empleada de una inmobiliaria prepara una casa para la visita de unos posibles compradores y se encuentra con un niño misterioso de siete años que la mira y pestañea, lleva al lector a una percepción alterada del tiempo y a una suerte de bucle claustrofóbico que sostiene la incertidumbre hasta el final.
–«El último día de la vida anterior» es una novela de fantasmas en la que no aparece ningún fantasma, al menos en su representación más obvia y habitual. ¿Cómo trabajaste la idea?
– Andrés Barba: Creo que es una novela de género que respeta las leyes más clásicas. Además, hay una especie de «digestión» de la tradición literaria rioplatense como en la que cada vez me siento más afín y que siento que me pertenece ya casi por ciudadanía. Pues, además, voy a pedir la ciudadanía argentina. Descubro hasta qué punto la tradición rioplatense se toma en serio la literatura fantástica, la literatura de fantasmas y que muchos escritores y escritoras de primera línea en este país y en Uruguay han hecho literatura fantástica. En Europa, la literatura de género casi siempre es una literatura degradada, de segunda fila. Entonces, creo que la tradición literaria latinoamericana es en algún punto más libre porque no clasifica en rangos de clase. Y en definitiva, esa libertad le permite estar más cerca de lo que acontece: la pandemia ha sido una experiencia experiencia espectral, difícil de asimilar.
– En aquel momento advertías sobre lo improbable que te resultaba que alguien quisiera escribir sobre la pandemia.
– Claro, porque la narración del trauma es periférica, nunca es frontal. Cuando uno trata de narrar el trauma, y si lo hace frontalmente, no funciona. Y eso básicamente es porque el trauma nunca está donde nosotros pensamos que está sino en un lugar corrido, periférico. Bueno, con la literatura de fantasmas pasa algo parecido. El miedo no lo concentra el fantasma, sino lo que ha provocado su aparición; la presencia en sí misma no genera miedo sino el compromiso que trae para nosotros aquello que ocurrió. La pandemia ha sido como vivir en una novela de fantasmas donde los espectros éramos nosotros que vivíamos encerrados en nuestras casas con otros espectros, nosotros mismos. Nuestras vidas anteriores, que eran vidas reales, de repente parecían vidas espectrales. Y nuestras vidas futuras no existían o estaban en suspenso. Atravesamos una vida espectral y eso se va filtrando en libros como este, que no son directamente sobre la pandemia, pero que subliman experiencias que tuvimos todos. La disolución de la idea de realidad, la desconfianza en el futuro y las redes como un escenario para salir al mundo en algún punto hicieron que nos convirtiéramos en espectros.
– El niño, uno de los protagonistas, viene a decirle al lector que nuestra idea de infancia está algo sacralizada…
– Es muy interesante como el feminismo ha revisado ciertas ideas preconcebidas. Aún sin ser un experto es muy notorio cómo temas tan cercanos y elementales como la maternidad y la infancia se movían hasta hace pocos años en un universo simbólico muy esquemático. Cuando escribí «República luminosa», me interesó poner sobre la mesa la violencia y la crueldad en la infancia. Y es algo que hoy está más visibilizado, siento que hay una aproximación más honesta a estos mundos, antes intocables. ¿Por qué protegemos tanto esa idea intocable de la infancia? Bueno, sin dudas hay muchas hipótesis que podemos hacer. Siento que si perdemos el paraíso de la infancia, sentimos que perdimos todo. Todos los paraísos han sido abolidos, y resistimos en este. Dice Natalia Ginsburg que «hay que realmente cruzar el infierno de quedarse sin esperanza para poder recuperar la esperanza». Pasar ese umbral supone encontrar una nueva dignidad. En «República luminosa» abordé la violencia infantil entre niños, algo muy presente y natural en la infancia. Pero el otro trauma, el de la violencia que se da en el vínculo entre adultos y niños, es más complejo de abordar. Cuando uno está criando niños, todo el tiempo se pregunta cómo no abusar de la situación privilegiada de poder. Desde hace años, hay una idea que me interesa mucho: en toda biografía, hay un día en el que sucede algo que, una experiencia que no necesariamente tiene que ser traumática pero que funciona como una marca, que hace que dejemos de ser niños y nos arroja al mundo de los adultos.
– Los dos últimos libros que publicaste, «Vida de Guastavino y Guastavino» y «El último día de la vida anterior» comparten una suerte de eco borgeano. ¿Será la huella de la mudanza a la Argentina?
– Hay algo borgeano en la condensación. Siento una exigencia en la escritura porque sé que cada vez disponemos de menos atención de los demás, pero además es muy fascinante el ejercicio de condensar porque te obliga a saber si has entendido algo o si estás tirando bombas de humo. Quisiera llevar esto al extremo, que mi último libro fuera un haiku. También es cierto que mis últimos dos libros son de género: una biografía y un libro de fantasmas. Una de las enseñanzas de la literatura de Borges es la vuelta al género, una apuesta por lo literario. Eso, sumamente simple, hoy es sumamente subversivo en un mundo donde básicamente lo que se hace como gesto repetido es comerciar con nuestra biografía y nuestra imagen. Volver a la ficción con todos los cañones es sumamente interesante. En ese sentido, creo que es mucho más interesante lo que se produce en Latinoamérica que lo que se escribe en Europa, que parece una vaca vieja que ya da poca leche. Me cuesta pensar en un autor europeo interesante que no sea, al mismo tiempo, decadente. Son autores sabrosos como el roquefort. En la literatura latinoamericana todavía funciona algo elástico, intuitivo, agresivo que es muy seductor. Pienso en la crónica: tomaron un género decimonónico envejecido y lo resignifican en la cruza con lo fantástico, lo sociológico y lo político. Las estrategias europeas de producción y aceptación son mucho más rígidas. «Las malas», de Camila Sosa Villada, es un libro milagroso que jamás se hubiera podido escribir en Europa porque no existen ni esa furia ni esa audacia. Y al igual que «Santa María de las Flores» de Jean Genet es más grande que Jean Genet, «Las Malas» de Camila Sosa Villada es más grande que ella.
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