Gerardo Romano llega a la región con su aclamado unipersonal «Un judío común y corriente»
Diario RÍO NEGRO entrevistó a Gerardo Romano, protagonista desde hace ocho años de este suceso teatral porteño que, en los próximos días, traerá a la región para una serie de cuatro funciones en Neuquén, Cutral Co, Cipolletti y Roca.
Emanuel Goldfarb pretende ser un judío cualquiera en la Alemania moderna. Uno común y corriente en su país, que también es el de sus antepasados. ¿Puede serlo? ¿Puede un judío alemán ser tan sólo un judío común y corriente en una Alemania moderna, pero Alemania al fin? Goldfarb se lo pregunta a partir de una invitación, genuina y bienintencionada, por cierto, de parte de un profesor de colegio secundario que le propone que hable con sus alumnos sobre nazismo, sus consecuencias y sobre lo que significa ser judío en la Alemania de hoy. En otras palabras: quieren conocer a un judío en persona.
Al intentar responder la invitación por carta, se desatan en Goldfarb, un respetable y sensible intelectual del Hamburgo actual, intensas emociones cruzadas y profundamente ambivalentes entre aceptar ser objeto de investigación en un aula y ser un judío real en su país. Goldfarb se aferra a un pequeño grabador de periodista y habla, se enoja, discute, reflexiona sobre qué hacer con aquella invitación, tan simple y compleja a la vez. Él no quiere ser más que un judío común y corriente, pero el pasado y la historia no dejan que esto suceda.
A partir de aquella singular invitación, Goldfarb se cuestiona qué es ser un judío, común y corriente en el mundo de hoy y si acaso eso es posible, y presenta su visión sobre la problemática contemporánea de los judíos fuera de Israel y sobre los problemas específicos que plantea para un judío la vida en un país cuya población vive bajo el peso de las consecuencias del nazismo.
Un judío común y corriente es lo que quiere ser Goldfarb. “Un judío común y corriente” es, además, una película adaptada al teatro y Goldfarb, aquí, es Gerardo Romano. Estrenada en 2015, tras ocho años ininterrumpidos en la cartelera porteña, bajo la dirección de Manuel González Gil, llega por primera vez a la región para cuatro funciones, el próximo jueves 24, a las 21, en Casino Magic de Neuquén; el viernes 25, a las 21, en Cine Teatro Rex de Cutral Co; el sábado 26, a las 21 en el Complejo Cultural Cipolletti; y el domingo 27, a las 20, en Casa de la Cultura de Roca. Las entradas anticipadas están disponibles en las boleterías de los teatros, en Flipper de Neuquén y por sistema a través de entradauno.com.
Escrita por el dramaturgo y cineasta suizo Charles Lewinsky, “Un judío común y corriente” fue llevada al cine en 2005 por el premiado director alemán Oliver Hirschbiegel, quien venía de estrenar nada menos que “La caída”, nominada al Oscar por Mejor Película Internacional. Lázaro Droznes tradujo el guion de Lewinsky con la intención de llevarla al teatro, pero no le resultó nada fácil: ocho actores la rechazaron. El noveno fue Gerardo Romano, y aceptó de inmediato.
“Me llega medio de la peor manera”, dice el actor en un diálogo telefónico con Diario RÍO NEGRO, a propósito de su llegada a la región con la obra, refiriéndose al hecho de haber sido rechazada tantas veces. “Me la ofrece su traductor que tiene este material y me hace saber que había ocho actores que ya le habían dicho que no. Vino con ese regalo (risas) y a mí, sin leerla, pero sabiendo de qué se trataba, me interesó”.
«Un judío común y corriente», lo humano y el mundo
Lo que a Romano le interesó de este unipersonal fue, en sus palabras, “la condición humana, el ser judío y el ser no judío, el ser humano, el ser religioso, Dios y su existencia, la finitud y fundamentalmente el epicentro de todo el genocidio, nazi, un pogrom que hubo en Alemania, el 9 de noviembre de 1938, cuando Hitler ya estaba en el poder y le faltaba poco para invadir Polonia y el judío había sido elegido como enemigo común”. Ese trágico suceso al que hace referencia es parte de la biografía de Emanuel Goldfarb, el judío común y corriente: su madre había sido capturada y llevada a Auschwitz, donde permaneció dos años.
Este judío cualquiera que es Goldfarb se singulariza en la interpretación, brillante, sensible y conmovedora, de Gerardo Romano, quien ofrece su propia sinopsis de laobra: “Un profe de historia del secundario de hoy en día en Hamburgo se da cuenta de que sus alumnos tienen un bache muy grande en la historia reciente, que acusan cierta ignorancia o incomprensión con respecto a las actividades de sus abuelos o padres, léase los genocidas, entonces resuelve invitarme a mí que soy simplemente un judío intelectual, sociólogo, escritor a que concurra a las clases con sus al menos para tener una aproximación, un debate y para que vena un judío de cerca ya que después del genocidio quedaron 150 mil judíos. A lo largo de la obra va trazando una disquisición el judío intelectual que soy de por qué motivos debe ir al encuentro u charlar con los estudiantes jovencitos o porque motivos no debe ir, y cuál es la resultante de esa disquisición”.
“Un judío común y corriente” como obra de teatro no se estrenó en ningún lugar del mundo. Su dramaturgia es argentina. “Nosotros tuvimos la idea de hacerla acá”, revela el actor. “Nos preguntábamos con el autor acerca del por qué de la vigencia del interés de este tema y nos dimos cuenta de que, en siglo XX, los autoritarismos, las autocracias, el falangismo, el nazismo, el estalinismo pasaron, transcurrieron y aparece el siglo XXI con ningún autoritarismo… a la vista. Digamos que aparece un personaje nuevo en la política, que tiene un rodaje democrático reciente y que es el neoliberalismo. En el cual no hay una persona mesiánica, un personalismo representado, sino que es un partido político ad hoc donde hay muchísimo más poder que en los anales del capitalismo y de las democracias”.
La escenografía de la obra recrea el ámbito de trabajo de Emanuel Goldfarb, un estudio con un escritorio, papeles y, a sus espaldas, una nutrida biblioteca. Allí discurre el monólogo interior que Gerardo Romano exterioriza con pasión y entrega. En un lugar de esa biblioteca, apoyado entre libros, se deja ver intencionadamente un portarretratos con cuatro rosotros: Marx, Einstein, Freud y Cristo, quienes funcionan como faro para Goldfarb.
“Son cuatro judíos preclaros que llegaron al mundo con ideas nuevas, rompiendo con lo que el mundo les proponía y así surgieron el comunismo, el psicoanálisis, la teoría de la relatividad y el cristianismo”, describe Romano, “De todos ellos el más a contramano sería Cristo porque la filosofía de ofrecer la otra mejilla es lo más descabellado, lo infrecuente es encontrar alguien que ofrezca la otra mejilla”.
La obra es, por supuesto, sumamente dramática y conmovedora, pero también con ciertos elementos de comedia: tiene una buena dosis de humor porque, de lo contrario, sería irrespirable, afirma Romano. “Tiene mucho humor y mucho humor judío. El humor es del autor, él ya le dio esa característica. Es como ‘La vida es bella’, si no ponés humor se complica mucho”.
¿Qué clase de actor soy? Uno que busca desnudar el poder y que siguió con la militancia por otros caminos”.
Gerardo Romano
A sus 77 años, Gerardo Romano sigue en plena actividad, como puede verse en su apasionada y comprometida interpretación de Emanuel Goldfarb. Es un animal de teatro, como él mismo se definió ante la consulta de este diario. Pero hubo un tiempo en que la actuación no estaba en los planes de este abogado y jugador de rugby del Club Olivos. Ni estaba ni cerca actuar como no estaban todas ls otras cosas del mundo que no fueran el ejercicio de su profesión, el rugby y la militancia. Porque Gerardo Romano, además de abogado y jugador de rugby, era un activo militante peronista. Pero todo eso se terminó el 24 de marzo de 1976, un tiempo que la consigna fue “quedate quieto para que no te chupen”, recuerda Romano. “Ni en mis más desatados suelos me imaginaba ser actor que finalmente fui y sigo siendo”.
A partir del golpe de estado de 1976, su vida tal como la conocía había cambiado drásticamente, por lo que decidió seguir el consejo de su amiga Susana Torres Molina que ya le venía diciendo que estudiara teatro. Y el 24 de marzo del 76 decidió hacerle caso. Empezó teatro a los 28 años con Hedy Crilla, una reconocida maestra de actores austríaca exiliada en Buenos Aires desde 1940. Tenía un asistente a Julio Ordano que rápidamente lo convocó para protagonizar “Juegos a la hora de la siesta” y que fue un suceso teatral impresionante y para Romano, el comienzo de una vida de artista que jamás había imaginado tener, sobre todo porque para entonces ya era jefe de fiscales del Ministerio de Justicia “designado por decreto por Juan Domingo Perón”, acota.
“Estaba orgulloso con la abogacía y apareció esta oportunidad de debutar en teatro y fue un suceso impresionante, todo el mundo hablaba de la obra. Tuve muchos elogios por mi trabajo y las mieles del éxito eran tantas que ya me era imposible no continuar ese derrotero como actor”. ¿Qué clase de actor es finalmente Gerardo Romano? “Uno que busca desnudar el poder, que siguió con la militancia por otros caminos”.
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