25 años de «Último Bondi a Finisterre»: la historia del disco disruptivo de Los Redondos

El 18 de noviembre de 1998, Los Redondos editaban su novedoso octavo disco de estudio. El sucesor de “Luzbelito” se caracterizó por el uso intensivo y abundante de samples, computadores y programaciones.

Cuando el último bondi a Finisterre partió, Skay ya no estaba allí.  El Capitán Buscapina puso primera y una ráfaga de samples anunciaban un viaje diferente. Ya no era un riff de guitarra el guía: era una máquina. Solo después, no mucho, pero después aparecería Beilinson haciendo su magia. Aun así, el viaje no iba a ser el mismo de siempre.  

“Último bondi a Finisterre”, publicado el 18 de noviembre de 1998, fue mucho más que el estadístico octavo disco de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Fue el volantazo en su estética musical más pronunciado desde que comenzaron a grabar su música, allá por el ‘85.  

La aparición de las máquinas de sonidos en aquellas nuevas canciones generó un estado de shock en las huestes ricoteras (y fuera de ellas también, claro) sobre a qué se suponía que iba a sonar la banda desde entonces y si ese iba a ser el rumbo musical de tan cercano a lo electrónico. 

Y tan cercano a lo electrónico era aquel disco que hasta motivó un texto entusiasta firmado por Gustavo Cerati para el diario Clarín: “Me parece que está bueno, Tiene más búsqueda, más juego, más riesgo. Desde el punto musical es un trabajo que está mucho más cerca de lo que podría estar haciendo Soda Stereo que a los grupos barriales que se sienten herederos de Los Redondos “.  

Que Cerati, la némesis ricotera en el imaginario ricotero, dijera que la música de ‘Ultimo bondi…” bien podría ser hecho por Soda decía mucho sobre el rumbo que había tomado la música de Patricio Rey. Pero era, en definitiva, el rumbo que el Indio y Skay, pero sobre todo el Indio, buscaban. 

Era el signo de una época, sí. Era mediados (y un poco más allá) de la década de los ‘90 y daba vueltas en Los Redondos (el Indio y Skay, para ser más precisos) la idea de un cambio de rumbo en su música. Algo que los entusiasmara más allá del hecho de ser la banda de rocanrol que eran. 

Si con “Un baión para el ojo idiota” (1988), “¡Bang! ¡Bang!… estás liquidado” (1989), “La mosca y la sopa” (1991) y el doble “Lobo suelto cordero atado” (1993) sentaron las bases del canon ricotero , fue con “Luzbelito” (1996) que aparecieron los primeros juegos con las máquinas que, aunque no lo supiéramos entonces, anunciaban que algo diferente podía suceder. En este sentido, podría decirse que “Último bondi a Finisterre” fue el “Achtung baby” de Los Redondos. Como los U2 a fines de los 80, Los Redondos también, pero a mediados de los 90, eran una banda que buscaba reformularse. 

Una lista posible de elementos que dieron forma a semejante reformulación podría ser la siguiente: 

Aramberri. 

Bristol (el sonido, no la playa) 

Luzbola. 

Pro Tools. 

Estos elementos no son los únicos, por supuesto, pero sí fueron los más trascendentes y detectables. Su orden es aleatorio, pero todos se combinaron de un modo singular para dar como resultado Último bondi a Finisterre”, el disco de una banda que iba a funcionar, al menos en el estudio, con cada vez menos “tracción a sangre”, en palabras de Solari. Dicho esto, comencemos. 

 El factor Aramberri 

El baterista Hernán Aramberri se había sumado a la banda unos años antes (Más precisamente en 1992) como colaborador de Walter Sidotti, el baterista de Los Redondos, y Mario Breuer, el ingeniero de sonido. Como puede leerse en “Fuimos reyes. La historia completa de Los Redonditos de Ricota” (Planeta, 2015), el excelente libro dedicado a la banda firmado por los periodistas Mariano del Mazo y Pablo Perantuono, “(Aramberri) poco a poco fue transformándose en el hombre que le dio al Indio las herramientas para perforar las angostas paredes del rock”. 

Consultado por Diario RÍO NEGRO, Aramberri contó reveló que los samplers entraron a Los Redondos mucho ante de que fueran tan notoria su presencia en la música de la banda: “Mi relación con Redondos empezó en 1992 con lo que fueron las premaquetas, los predemos de Lobo suelto Cordero Atado, ligado a la percusión electrónica. De aquello que era un asesoramiento o tirar ideas acerca de lo que se podía hacer en ese momento con esa tecnología, rápidamente las pusimos a funcionar en aquellos shows del Centro de Exposiciones del año 92 sobre la batería de Walter (Sidotti)”.  

“Después trabajamos las maquetas de ‘Lobo suelto’ y ‘Cordero atado’, que en ese momento tampoco era un disco doble. Y finalmente la grabación formal de ese trabajo en Del Cielito, donde ya hubo un poco de convivencia con la banda. Desde esa época data la inclusión de la tecnología que, disco a disco, fue progresando hasta llegar a ‘Último bondi…’ y que continuó en Momo Sampler. Fue una transformación que fue mutando y fue creciendo también de la mano de la tecnología”, reveló el baterista. 

“Respecto a las características del sonido de ‘Último bondi…’ yo creo que está muy reflejado un sonido que tiene que ver con la tecnología de ese momento, sonidos de teclados, de sintetizadores, muchas cosas que se maquetearon en ese formato finalmente quedaron con ese sonido original de la maqueta. No hubo un viraje hacia tratar de reemplazarlos por algunos sonidos naturales como se había hecho en los discos anteriores porque, si bien al sampler ya lo veníamos usando desde hace muchos años con sonidos naturales, en este disco muchas cosas quedaron de esos sintes originales. Entonces, creo que eso fue lo que marcó el audio, tanto sea de algunas baterías, percusiones y algunos sintes. Después, cambió y para mejor, el concepto de Momo Sampler; y ahí sí ya son cosas naturales. Pero fue la dirección que tomó la producción artística del disco y hacia ahí fue”, describió Aramberri. 

En coincidencia con Aramberri, el Indio Solari aclara en “Fuimos reyes”: Este trabajo del sonido, que parece una novedad, en nuestros demos está desde hace mucho. Yo ya componía a partir de la computadora y el sampler y después reemplazaba la programación por las bandas”. Esto último es lo que Aramberri llama reemplazar por sonido naturales. Pero este reemplazo de la máquina por el músico dejaba muchas texturas en el camino, se quejaba el Indio. Ahora, “decidimos dejar las cosas sin que el pulso rockero de Los Redondos se apoderara tanto del asunto”. Fuerte, ¿no? 

En cuanto al sonido buscado, y finalmente encontrado, que terminó dando identidad a “Último bondi a Finisterre”, Aramberri le contó a Diario RÍO NEGRO algo que corrobora aquellas palabras del Indio: “Muchas maquetas que hizo el Indio gozaban de esas características que en su momento enamoró y a la postrer quedaron. También, al ir grabando bajos o las guitarras y las voces, todo fue tomando diferente matiz. También había loops que venían del sampler, fuimos agregando cosas que se fue mezclando con las maquetas originales. Entonces, toda esa melange dio el sonido final. Y la búsqueda sonora se fue dando a través de todo eso, de la inclusión de los diferentes elementos y fue llegando al puerto que llegó”.  

Hernán Aramberri, en modo baterista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado.

Por último, Aramberri menciona como otra de las circunstancias que terminaron de definir la estética sonora, ya no del disco, sino de la propia banda, es su inclusión como miembro estable de Los Redondos, un dato que por cierto suele mencionarse poco: “Lo que sí marcó fue la invitación formal para sumarme como miembro estable y subirme al escenario con la banda, porque era muy difícil para una banda de formación tradicional poder llevar a cabo esas obras musicales en vivo. Y esa fue otra diferencia, el incluirme como un músico más. Ahí la paleta sonora se amplió notablemente no solo en el estudio, sino también en los vivos. Yo creo que ese fue un gran disparador para Los Redondos, el de poder subir a un escenario y poder trabajar, exponer, mostrar estas obras con su sonido original. Fue sin dudas un punto de inflexión de la banda”. 

Efectivamente, Hernán Aramberri se convirtió en miembro estable de Los Redondos a partir de los dos shows en Racing, en diciembre de 1998, cuando Los Redondos debió afrontar el desafío de tocar el disco en vivo. Tras el abrupto final de la banda, a fines de 2001, Aramberri se convirtió desde su formación, en 2004, hasta 2015, en Ingeniero de sonido, director musical y baterista de Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, la banda que formó el Indio para su etapa solista. 

 Bristol, Luzbola y el Pro Tools 

Bristol, ciudad del suroeste inglés bien cerquita de Gales, fue la cuna de lo que se dio en llamar, a comienzo de los lejanos 90, el trip hop, con bandas como Massive Attack y Portishead, además de los por entonces ascendentes Prodigy, que no eran de Bristol, por cierto. Mientras que, de este lado del Atlántico, fueron los Morphine, la banda indie de Massachussets, los que habían captado la atención del Indio y Skay. “A Morphine lo vi tres veces en vivo”, reconocerá Solari. 

El nuevo Bondi ricotero estaba hecho, para Del Mazo y Perantuono, de una maquinaria multiinstrumental: varias guitarras, bajo, piano, saxo, violín, batería, samplers, secuenciadores, distintas voces, muchas texturas que resultará todo un desafío representar en vivo. Y vaya si lo fue, pero será más adelante.  

 Luzbola es el estudio de grabación que el Indio Solari construyó por entonces en su casa de Parque Leloir, el lugar donde se cocinaron los dos últimos discos de Los Redondos y toda la obra solista del Indio. 

El hecho de contar, por primera vez, de un lugar propio para grabar fue decisivo para que la banda pudiera trabajar los sonidos del modo en que lo hizo. Luzbola contaba con una consola Yamaha digital, un elemento de avanzada para la época. “Una especie de playroom futurista y profesional”, dirán Del Mazo y Perantuono.  

Allí dentro, Solari pudo trabajar a gusto y sin tiempos con los sonidos que luego terminarían dando identidad al disco. Fue también para el líder de la banda un refugio del que salió cada vez menos y, por qué no también, el estudio fue para él, y por extensión para el resto de la banda, un instrumento más, del modo en que lo fue para Los Beatles. No fue casual que tanto Beatles como Redondos comenzaran a hacer discos cada vez más difíciles de reproducir en vivo. 

El Pro Tools fue la herramienta que dio sentido a todo el potencial que el Indio podía encontrar en Luzbola. Este software consistía en una plataforma de grabación y mezcla multipista con el que los ingenieros y los músicos pudieron dividir, pero, sobre todo, intervenir el sonido en microsecuencias. Para alguien obsesionado con las capas y las texturas como el Indio, el Pro Tools resultó el Santo Grial, sostienen Del Mazo y Perantuono. 

“Fue el Indio quien decidió cambiar las texturas de ‘Último bondi…’, lo que lo convirtió en un disco casi experimental. Empezó a meter armonías raras, distorsiones, y se involucró muchísimo con la música, ya que tenía muy claro hacia dónde quería llevar el sonido (…) el Indio empezó a tomar mucho más protagonismo en la producción del disco. Las mezclas las cerró él”, decía Mario Breuer en “Fuimos Reyes”.  

Algo que Skay confirmaría unos años más tarde, durante una entrevista con la revista Rolling Stone publicada en diciembre de 2000, que dio junto al Indio y Poly. ¿Quién es el fanático de las texturas?, pregunto el periodista Mariano Figueras. “Él”, respondió Skay señalando al Indio. 

“El lugar común hace suponer que el Indio escribe las letras y Skay la música”, apuntó Figueras. “Nunca fue así”, aclaró el Indio. “Dan por sentado que el que canta escribe lo que canta, pero siempre hemos mezclado. Para el próximo disco empezaremos otra vez de ahí. Extrañamos las zapadas. Estoy tocando la guitarra otra vez, buscando un sonido”. Vale decir que no hubo tal próximo disco de Los Redondos. La entrevista ocurrió unas semanas después de la salida de “Momo Sampler”, el que sería el último disco de Los Redondos.  

Craneado y grabado en Luzbola, Último bondi a Finisterre se mezcló en Nueva York, aunque el plan A era Londres. Entusiasmado por la escena británica de mediados de los 90 y el ya mencionado trip hop como bandera insigne del sonido que más estimulaba al Indio, fue el frontman quien le sugirió a Mario Breuer mezclarlo en Londres. Breuer averiguó y la cosa no estaba fácil: costaba tres veces más que hacerlo en Nueva York, por lo que el Indio, Skay, Poli, Breuer y su colaborador Eduardo Herrera se instalaron en la Gran Manzana. Días después se sumó Hernán Aramberri.  

El viaje de Aramberri a Nueva York materializó su ya mencionada incorporación formal a la banda por lo que, por primera vez en su historia, Los Redondos se convirtieron en un sexteto. Las máquinas llegaban para quedarse, aunque no iba a ser por mucho tiempo. No porque la banda se deshiciera de ellas, sino porque la que se deshizo fue la propia banda, un disco y tres años después. 

La delegación ricotera se hospedó en el hotel Delmonico, el mismo donde treinta y cuatro años antes, Los Beatles conocieron a Bob Dylan y la marihuana. La historia dice que Dylan cayó al Delmonico con una bolsita de hierba para convidar a los de Liverpool. En fin… La mezcla de Último bondi se hizo en RPM, los estudios que por entonces pertenecían al influyente productor Phil Ramone. 

Las canciones y el arte de tapa 

La apertura del disco con su metralla de samples funcionaba como una declaración de principios estéticos de lo que iba a ser el flamante disco de Los Redondos. ¿Era lo que esperaban “las bandas”? Claro que no. ¿Esperaban esas bandas que su banda cambiará la fórmula sonora? Tampoco. ¿Era necesario? Probablemente. 

Los samples en cuestión daban comienzo a “Las increíbles andanzas del Capitán Buscapina en Cybersiberia”, una canción que remite a Walter Sidotti, no Bulacio, como muchos creímos durante años. El saxo de Dawi remite directo a Morphine. 

“Estás frito angelito” y “El árbol del gran bonete” remiten musical y líricamente a “Luzbelito”, el disco anterior. “Gualicho” es la joya del último bondi, una balada preciosa donde la guitarra de Skay y el saxo de Dawi están retocados digitalmente en un nuevo modo de estar en la música de la banda. 

“Pogo” y “Alien Duce” son canciones, digámoslo así, nativas de este disco, las que mejor destacan sus características tecno instrumentales y en el modo de escribir y frasear del Indio. “La pequeña novia del carioca” es la otra joya del disco. Sobresale el piano de Lito Vitale, viejo colaborador de Los Redondos, algo que suele olvidarse. De hecho, les grabó el debutante “Gulp!” (1985). 

“Drogocop” y “Scaramanzia” le apuntan a la época menemista, pero también al clima conurbano bajo control de la Bonaerense de Duhalde y todo lo que comenzaba a suceder bajo (o sobre) la recesión crónica y el desempleo creciente.  

El cierre será con “¡Esto es to-to-todo amigos!”, donde el Indio se permite rapear al ritmo industrial de una guitarra que remite sin escalas al comienzo de “Lets Get Rocked”, de Def Leppard para luego mutar en un sostenido riff a la Hendrix con arreglos del U2 noventoso. 

“Último bondi a Finsiterre” salió a la venta el miércoles 18 de noviembre de un 1998 de recesión crónica. Ese día, unas cien mil copias se repartieron por las bateas de todo el país que se vendieron muy bien, a pesar de tan radical cambio de sonoridades.  

Su packaging fue otro punto alto. Diseñado por Rocambole,  era de cartón como su antecesor “Luzbelito”, sólo que esta vez el CD salía de la caja, pero no se salía, ya que estaba sujeto por una especie de tacha.  

La portada mostraba por primera vez a los integrantes de la banda, aunque a través de una fotografía, sino de dibujos. Allí estaban ellos, los cinco, mirando desde la escotilla del bondi que los llevaría a Finisterre. Sobre la tapa, explicaba Rocambole: “El relieve que tiene está tomado de la caja del whisky Chivas Regal. La idea era hacer una especie de OVNI, una nave, pero no se pudo”. 

Más optimista, el Indio decía: “Nos estamos involucrando autorreferencialmente, desde esa imagen que nos pone mirando desde el bondi para afuera. La idea es la de este bondi en el que vienen estos vejetes que han curtido toda la cultura rock, y ahora están en la frontera del paso a un nuevo milenio”. 

Con estas palabras el Indio despedía algo más que una vida entregada a la cultura rock, una cultura que, imaginaba, debía mutar al ritmo de un nuevo milenio. Pero más que despedida, era una apertura hacia nuevos estímulos creativos. Por entonces, nadie sabía que el final estaba demasiado cerca. 


Una ficha técnica muy particular

Tambores: El hijo de Dios (Walter Sidotti).
Bajo: El guerrero audaz (Semilla Buacciarelli).
Saxo y Teclado: El que guarda y protege (Sergio Dawi).
Guitarras y artificios: El que gobierna la paz (Skay Beilinson).
Voz, chapas y artificios: El varón viril y de gran fuerza (Indio Solari).
Operador de artificios: Hernán Aramberri.
Violín: Sergio Poli («Scaramanzia»).
Trompeta: Juan Cruz Urquiza («El árbol del gran bonete», «Gualicho» y «Scaramanzia»).
Piano: Lito Vitale («La pequeña novia del carioca» y «Drogocop»).
Gunboat: Eduardo “El niño” Herrera.
Sanador: Mario “The Healer” Breuer.
Artilugios: La celestial.
Postales virtuales: Rocambole.
Concepto de contenedor: Cybergraph DCA / Grafikar.
Tecnoforma de prototipo: O. Rojas Fonum.
Operación cybergráfica: Juan Manuel Moreno / Silvio Reyes.
Producido por: Patricio Rey Discos.
Distribuido por: DBN.


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