«El Método Tangalanga», un merecido homenaje

El film de Mateo Bendesky, con Piroyansky en el rol principal, invita a repasar el nacimiento de esta leyenda humorística de los 80’ y 90’.

Julio Victorio de Rissio, mejor conocido como “Doctor Tangalanga”, fue un humorista argentino que hizo de las bromas telefónicas un arte y que se convirtió en una sensación durante los 80’ y 90’, una vez que los casettes con sus llamadas empezaron a circular por todo el país.


Con 48 casettes / discos publicados a lo largo de su carrera, que culminó en 2010 con shows en La Trastienda, el humorista fallecido en 2013 conquistó las sonrisas de varias generaciones, mezclando las llamadas telefónicas con un humor absurdo, muchas veces apropiándose de la “mala palabra” como un sello característico, y utilizando más de 100 apodos distintos para dirigirse a sus víctimas.

Esta introducción, en algunos casos innecesaria, apunta a quienes no llegaron a conocer del todo a este entrañable personaje, que ahora volvió a cobrar fuerza tras la salida de “El Método Tangalanga”, el film dirigido por Mateo Bendesky que se lanzó en las últimas horas en Star +.


El homenaje a la leyenda



Con el protagonismo de un brillante Martín Piroyansky y un elenco repleto de figuras como Julieta Zylberberg, Alan Sabbagh, Rafael Ferro, Luis Machín, Luis Rubio, Antonella Saldicco y hasta Silvio Soldán, esta película ambientada en los años 60’ nos trae la historia del humorista de una entrañable forma.

Lo primero que destaca a la hora de sentarse a disfrutar este film es la dirección de arte y la fotografía, con una recreación de esa Buenos Aires de antaño que transmite una sonrisa al espectador. Y así ocurre también al repasar los distintos hits musicales que van marcándole el compás a la historia.

Con algunos elementos ficcionales necesarios para que la comedia funcione, se repasa el personaje de Tangalanga desde antes de su concepción misma, cuando aún era Julio y las llamadas telefónicas todavía no eran su firma.


Eso sí: si de fidelidad hablamos, se respeta a rajatabla el “nacimiento” del personaje, con Julio grabando bromas telefónicas para su amigo Sixto, que pasaba las noches internado en el hospital.

Aquel joven pre-Tangalanga es un tímido empleado de cosmética, quien sufre cada vez que debe hablar ante el público. Y es un condimento clave para marcar la diferencia que tendrá una vez que se de cuenta que a través de la línea telefónica brotan miles de ideas por segundo.

Aquella transición es la que demuestra una conocida fórmula, la aparición del deseo como motor de la transformación. Eso mismo que hemos visto más de una vez en películas infantiles de Hollywood se ve replicado aquí mediante la “magia” de Taruffa, el personaje de Silvio Soldán. Y no solo eso: allí también hay un guiño nostálgico, porque de cierta forma se hace referencia a “Tarufetti”, el primer apodo con el que fue conocido Tangalanga en sus orígenes, cuando los casettes aún no se vendían y eran simples grabaciones que circulaban entre amigos porteños.


Un ritmo fácil de llevar



La primera gran descripción que podemos hacer del film es su simpatía. Es una película cómica, es una película tierna y es una película linda de ver. Agrada al espectador, sin importar si conoce o no la leyenda de Tangalanga.

Es así que se podrá observar cómo el intrépido bromista debe combinar su timidez en la vida real con su desfachatez al teléfono. Y ahí se verá también lo bien rodeado que está Piroyansky (quien una vez más demuesstra su versatilidad), con un elenco en el que tanto Luis Machín como Julieta Zylberberg se lucen en sus roles.

Todo parece funcionar en armonía y, sobre todo, como un acertado y respetuoso homenaje. Si aparece la mala palabra, aparece en complicidad con el espectador, que entiende que así fue Tangalanga y que así era también lo disruptivo en una época en la que el lenguaje era muy distinto. Y esto último queda remarcado constantemente, porque en algunos casos hasta se exagera con los modismos de época. Y si bien puede parecer sobrecargado, hay una rápida adaptación a este código: para no quedar fuera del film es necesario entender que la historia transcurre en los 60’ y la realidad es muy distinta.


Hay algunos ganchos que, además, funcionan como golpe de efecto para nostálgicos: la mención de la Vidú Cola, los “balones” de Quilmes, la revista Para Ti, las “cuadrillas” de Entel, los casettes, los vendedores ambulantes que circulaban entre empresas y la expectativa ante la llamada telefónica de un desconocido, elemento clave para que Tangalanga pudiera ser quien fue.

A lo largo de los 98 minutos, el espectador flotará entre la risa, la ternura y la melancolía, aunque sin caer en ningún extremo. Es un film liviano, para pasar el rato, pero que deja un buen sabor de boca al finalizar. Y, una vez más, es la muestra de que la comedia nacional puede ser muy bien ejecutada si hay buenas ideas.


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