El hombre que caminó 800 km para que su amiga no muera: «De caminar sobre hielo», de Herzog

En el invierno de 1974, el cineasta alemán Werner Herzog fue a pie de Munich a París en una caminata de fe: quería impedir que muriera su amiga y mentora, Lotte Eisner.

Una de las maravillas de la Feria del Libro o de revolver entre estanterías de librerías, es encontrar tesoros. A veces pueden ser del tamaño de la palma de una mano, como “Del caminar sobre hielo”, del cineasta alemán Werner Herzog, editado por Entropía.


Es un libro que tiene muchos años, que es un clásico, que en Argentina se imprimió por primera vez en 2015, y que ya va por su tercera reimpresión. Pero por el Mundial y por las cábalas y sobre todo por una hermosa columna que se hizo viral, el libro volvió a emerger, con toda su proeza de fe. Y ahí estaba, pequeño, turquesa, expuesto entre tantos.


Poco antes de que Argentina logre el campeonato, la periodista argentina Leila Guerriero escribió para el diario El País, de España, una hermosa columna en la que contaba que sus hermanos transformaron a su padre en la perfecta anticábala. A la hora de los partidos, lo enviaban a caminar con sus perros por la llanura pampeana donde vive, para que la selección argentina gane. El hombre, en un gesto de amor, lo hizo en cada partido porque sus hijos “todavía creen que él puede cambiar el mundo”.


La columna de Guerriero se hizo viral. Hubo muchos que le escribieron para que el padre mantuviera esa rutina cada vez que salía Messi a la cancha. Hubo muchos que le agradecieron después la copa del Mundo a su padre, ese hombre que caminó bajo un sol de cuarenta grados para que tengamos tres estrellas bordadas en las camisetas de la selección.


Guerriero contó una parte de ese libro, “Del caminar sobre hielo”, en una nueva columna sobre el Mundial y su padre. Una parte que explica esa fe, quizás absurda pero sobre todo amorosa, que hizo que su padre le diera el gusto a sus hermanos; la misma que impulsó a Werner Herzog, tozudo, a caminar 770 kilómetros para mantener a su amiga, su admirada Lotte Eisner, viva.


La historia es así: en 1974, a los 32 años, Werner Herzog se enteró de que su amiga y mentora, la historiadora y crítica de cine Lotte Eisner, estaba muy enferma en Francia y podría morir. En un impulso casi místico que luego se volvería una constante en su carrera, decidió recorrer caminando en línea recta la distancia entre Munich y París con la extraña idea de que si conseguía cumplir la peregrinación, Eisner viviría. Y lo logró: vivió nueve años más después de que el joven Herzog llegara, con los pies destrozados, a su departamento parisino.


El diario, que comienza un 23 de noviembre de 1974 y termina el sábado 14 de diciembre de ese mismo año, un invierno crudo en la Europa rural desolada, narra el viaje, por momentos lúgubre e íntimo, salpicado de epifanías y adversidades, profundamente onírico.


Es un libro pequeño, del tamaño de la palma de una mano, pero intenso, romántico y obsesivo como su autor. Son 96 páginas que recrean esa caminata existencial que no desentonan en absoluto con las épicas que vendrían después, con esos enfrentamientos con el propio cuerpo y la naturaleza que luego se volverían la materia de obras tan excesivas como “Fitzcarraldo” o “Aguirre o la ira de Dios”. Era un Herzog joven. Pero ya era Herzog.


“Cogí una chaqueta, una brújula y una bolsa de lona con lo imprescindible. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino más directo a París, firmemente convencido de que si iba a verla a pie, ella seguiría con vida”, dice el libro que Herzog publicó en Europa recién en 1978 y que llegó por primera vez a la Argentina en 2015, traducido al castellano.


El comienzo de ese viaje épico es una declaración del amor más puro, y a la vez más feroz y omnipotente. Dice así: “Nuestra Eisner no debe morir, no va a morir, yo no lo permito. No morirá, no. No ahora, no lo tiene permitido (…) Mis pasos son firmes. Y ahora tiembla la tierra. Cuando yo camino, camina un bisonte. Cuando descanso, reposa una montaña. (…) Cuando llegue a París, ella estará con vida. No estará de otra manera porque no está permitido que lo sea”.


Herzog quería “alargarle” la vida esa dama que fue pionera de la crítica de cine, firma ineludible de Cahiers du Cinéma, autora del fundamental “La pantalla demoníaca” y de libros sobre F. W. Murnau y Fritz Lang. Eisner escapó del Tercer Reich a Francia en 1933 pero fue atrapada durante la guerra y detenida en un campo de concentración de Aquitania, en el que sobrevivió. Fue además la cofundadora de la Filmoteca Francesa, y la responsable de que el cine alemán de entreguerras permanezca a través de la conservación de centenares de objetos, filmes y testimonios. Fue mentora, impulsora, patrocinadora, guardiana del cine. Su departamento en París era lugar de reunión de jóvenes, especialmente de jóvenes cineastas alemanes que la escuchaban con devoción (Wim Wenders, por ejemplo, le dedicó su película «París, Texas»). ¿Cómo no iba a caminar Herzog para mantener con vida a la anciana sabia?


Durante esta monumental odisea, Herzog cuenta todo lo que ve: bosques, tormentas, nieve, aldeas desiertas, pueblos deshabitados, casas vacías en las que se mete para dormir o guarecerse de la lluvia y la nieve. Habla del dolor físico que siente. Pero es también una reflexión sobre la soledad (“¿Es buena la soledad? Sí, lo es. Sólo que aporta miradas dramáticas de lo venidero”), el silencio, y una muestra, sobre todo eso, una muestra de la pasión desbocada que es Herzog.


El libro, así pequeño como es, es una belleza. Y no termina con su llegada a París, con Lotte viva, acercándole una silla para que Herzog descanse sus pies destrozados por tantos kilómetros de fe. Termina con lo que escribió y leyó Herzog el 12 de marzo de 1982, cuando Lotte, aún viva, salvada por el peregrino, recibió el Premio Helmut Käutner. Y ese epílogo es una muestra del más puro amor. Como toda su caminata sobre el hielo.


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